
La experiencia cotidiana y la que no es tanto nos dice que hay cosas pesadas, ligeras y unas que no podemos pesar por alguna razón. Una diferencia muy grande entre las que nos engarrotan la mano, por tratar de cargarlas, y las que no, es al meterlas al agua. Se hunden o no se hunden, he ahí el dilema, lema y máxima.
Si alguna vez fuimos al mar, podremos ver al horizonte los barcos acorazados, aquellos corazones de hierro que llevan en su interior carga útil para los puertos y sistemas comerciales. Pero estas maravillas que dotaron a los hombres la capacidad de domar los océanos, cual jinete monta a su brioso corcel, tiene la particularidad de estar hechos de metal, sí, aquel material que se ocupa como materia prima a la hora de hacer cuchillos y sillas. Entonces surge la cuestión, ¿cómo es posible que algo que pesa tanto, tamaño animalón que son los barcos, no se hunda? Pues aquí va la magia, mejor dicho, la física. Podemos tener dos cuerpos, del mismo material y de la misma masa, pero la forma, esa puede determinar muchas cosas. Un ejemplo de ello son las “quecas”, son de maíz al igual que las gorditas y tortillas, pero en diferente presentación y flotan en el aceite por el hueco con aire que se crea al sellarlas.
En el caso del metal, éste adquiere la propiedad de flotar en el agua gracias a que es cóncavo, es decir, con un hueco por dentro, el cual guarda aire, que pesa menos que el mar y si a esto le agregamos el hecho de ir a una velocidad, pues ya la hicimos. Los primeros barcos fueron de madera porque a la disposición no había tantas herramientas como para modificar el entorno, la madera flota porque es menos densa que el agua, y bueno cuando tuvieron que hacer barcos mucho más resistentes llegó el metal con la dinámica de materiales. Así que forma importa, no es lo mismo una quesadilla con queso que una gordita. Hasta la próxima.
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