Metrópoli

Con permiso, vecinito, uno-dos-tres, ¡Ya estás vacunado!

La vacunación en línea es impecable en la CDMX, algo que a veces falla en otros lugares, como en el caso de Tultitlán, donde Mario fue vacunado en el brazo derecho y supo en carne propia porqué el diestro no es el adecuado para esto. En el WTC, en cambio, todos terminan en la fila feliz, los que salen con la dosis inyectada, sin síntomas de alergias, sabiendo que la primera gran pandemia del Siglo XXI será ahuyentada de sus venas

Con permiso, vecinito, uno-dos-tres, ¡Ya estás vacunado!

Con permiso, vecinito, uno-dos-tres, ¡Ya estás vacunado!

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

En el Pepsi Center del WTC (Hotel de México dirán algunos de los cincuentones), la vacunación es una línea de producción bien sincronizada. Los jóvenes funcionarios, procedentes de diferentes oficinas de gobierno local, muchos ajenos al tema de salud, muestran invariablemente la amabilidad por la que se han hecho famosos. Incluso con Elvira, una mujer que está al borde del llanto porque tiene miedo de la vacuna, es tratada con comprensión a mitad de sus constantes crisis de ansiedad. Vaya, hasta la militar jovencita que se le acerca previendo un problema, le mira sin mover siquiera una ceja, sus ojos observan detrás de las gafas y el cubrebocas no revela su respiración; pero queda conforme con lo que ve y se retira. Es la amabilidad propia de la milicia.

Elvira no estará sola en el drama, a un costado de ella avanza una mujer que probablemente está al borde de los 60, va acompañada por su esposo y a la pareja se le ve contenta por estar allí. Sin embargo, luego de que le inyecten, ella romperá a llorar y sus manos cubrirán su rostro. Sentado detrás, en la línea de sillas en las que se acomoda a quienes reciben la Pfizer, el esposo le dedicara lo que son evidentemente palabras dulces. Ella está muy lejos para que un curioso escuche lo que ocurre, pero en esta pandemia no es difícil saber que ese llanto termina con una contención derivada del encierro, o de amigos y familiares muertos. Ojalá no sea de un hijo, es algo que pasa por la cabeza, pues en esta crisis, como en las guerras, también los padres están enterrando a su descendencia.

Los cincuentones capitalinos hemos sido cruelmente golpeados y cuando se nos sienta en bloques de 200 o 300, está claro por qué: envejecidos, muchos estamos gordos, el paso por cinco atorones económicos de la nación ha dejado huella. Tomamos el control del país en el cambio de siglo y el fin de la era priista; ahora estamos pasando la estafeta a mitad de eventos que parecen seguir el guión de una película de Soderbergh. No lucimos como héroes modernos, lucimos simplemente vulnerables.

El virus y la necesidad de inocular una vacuna rápido y sin parar, ha creado en el Pepsi Center una línea de producción novedosísima en la que, básicamente, se trata de llegar, mostrar papeles; sentarse en el registro, moverse a la silla de espera; ir luego a la silla de inyección y finalmente ir a la silla de espera donde de 48 en 48 se aguardara para comprobar que no hay reacciones alérgicas.

Los más afortunados se toparán con los grupos de animación, que invitarán a bailar, hacer palmas y dejar correr la alegría de saberse con cierta invulnerabilidad. Nadie se resistirá. Por desgracia, Elvira no está en esos grupos, así que una corregidita en su hoja de registro levantará una nueva crisis: “¿Por qué le tachan?”, pregunta, otra vez al borde del llanto. Una amable doctora le informa que se ha acabado el lote de vacunas que estaban usando y han pasado a otro (número diferente), pero eso despierta mayores incertidumbres en la mujer.

La enfermera trata de apaciguar la nueva crisis con pláticas casuales, en la que suelta que ella en realidad está asignada a la delegación Cuauhtémoc y no a la Benito Juárez, pero que el personal no era suficiente para el tamaño del operativo y por eso fue reasignada. La cara de Elvira hace evidente que eso tampoco le ha traído tranquilidad. Sólo se calma cuando le traen un familiar al lado

El piquete no se ha sentido en realidad y la espera a efecto de detectar reacciones alérgicas solo sirve para ver como el brazo inyectado, el izquierdo en el Pepsi Center, menos para los zurdos, se va entumeciendo un poco y las yemas de los dedos se sienten gorditas.

Pero aún esto marca una diferencia en CDMX, la ciudad donde se espera que la pandemia tenga fin en octubre. Simultáneamente, Mario ha huido de Cuautepec, porque no se sentía confiado de vacunarse en el centro que le tocaba y llega a Tultepec, residencia de su madre, donde la instalación de las sillas es en filas tan cercanas que no permite a todos la opción de vacunarse en el brazo izquierdo. Mario pregunta si no es mejor evitar la inyección el brazo diestro, pero la enfermera que le toca le dice que es igual.

Cuando, unas horas después, la madre le pide ir por unas compras al mercado, Mario se entera porqué no es bueno vacunarse en el brazo que más se usa.

De regreso al Pepsi Center, tanto Elvira como la mujer que ha roto en llanto cerca de ella van con sus familiares en la fila feliz, la de los ya vacunados, en busca de la salida. Elvira tiene prisa por irse, pero luce finalmente tranquila. La otra mujer acepta dar unos pasos de baile cuando uno de los jóvenes animadores la invita a ello.

Yo salgo finalmente del lugar y entra una llamada. “Ya me vacuné”, es, por supuesto, lo primero que digo. “¿Y ya ves diferente al Peje?”. “Ummm… no, sigue igual…”