Opinión

COVID en México: los costos de la inflexibilidad

COVID en México: los costos de la inflexibilidad

COVID en México: los costos de la inflexibilidad

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Pasan las semanas y cada vez se hace más evidente que la estrategia para combatir la pandemia del coronavirus en México tuvo muchas fallas. Lo menos que se puede decir es que han pasado tres meses, los muertos ya son el triple de lo pronosticado inicialmente y el índice de contagios y defunciones sigue al alza. Uno quisiera que el modelo mexicano hubiera funcionado, pero a la hora de hacer el saldo resultó bastante malo.

Al inicio, las cosas parecían ir según el guion. La decisión de confinamiento y el protocolo de sana distancia parecían oportunos; la prevención para aumentar el número de unidades COVID y unidades con ventilador, no tan oportuna pero sí suficiente. Había, sí, algunos obstáculos, como el mal ejemplo presidencial, pero la consigna de “quédate en casa” y las advertencias eran constantes.

Pero faltó un ingrediente fundamental. A diferencia de otras naciones, México no instrumentó un programa de apoyo económico a los trabajadores que quedaban sin ingresos. En la obsesión de mantener el equilibrio fiscal, el gobierno dejó a la población a su suerte. En un país donde tantas personas viven al día, eso significó que muchas personas tuvieron que salir en busca de sustento. Los índices de hacinamiento contribuyeron a multiplicar el virus.

En otras palabras, el confinamiento sirvió para evitar un salto dramático en contagios y hospitalizaciones, pero fue insuficiente para evitar la reproducción ampliada de la enfermedad. Controló, pero no contuvo. Y a un fuerte costo económico.

El otro elemento que está detrás del fracaso es la obsesión con el “aplanamiento de la curva”, en su versión más simplona. Esta dice lo que evitan las acciones de distanciamiento social es, estrictamente, que los servicios de salud sean rebasados por la demanda de atención derivada de la epidemia. En esta versión, a final de cuentas, se contagian quienes tienen que hacerlo, pero no hay tantas defunciones porque el sistema de salud es capaz de atender a todos.

De ahí la insistencia informativa diaria sobre la disponibilidad de camas en los hospitales IRAG. Se nos machaca cotidianamente que es suficiente, que el sistema no ha sido rebasado. Pero también vemos que, día a día, crece el número de Unidades COVID, en lo que eufemísticamente han dado en llamar “reconversión hospitalaria”. En otras palabras, hospitales que antes se dedicaban a atender otros requerimientos de salud, ahora están dirigidos exclusivamente a COVID.

En el análisis de la epidemia en Lombardía, saltó un dato de la provincia más afectada: Bérgamo. Las defunciones se habían duplicado respecto al año anterior, pero sólo 31 por ciento de la diferencia se podía explicar por la pandemia de coronavirus. ¿De qué murió el otro 69 por ciento? Sólo hay dos posibles explicaciones: o fue por el virus, y no se registró, o fue por otras enfermedades, pero los pacientes no pudieron ser atendidos porque todo el sistema estaba abocado al combate de la pandemia. Un estudio arroja datos similares para la Ciudad de México en abril: el COVID explicaba sólo el 25 por ciento de las muertes adicionales.

En otras palabras, las autoridades de Salud pueden expandir los hospitales COVID al infinito, y presumir que siempre hay disponibilidad de camas, pero ello no evita que las muertes se multipliquen. Tanto las de los pacientes contagiados por el virus como las de quienes prefirieron morir en casa o tenían otro mal y su atención o su cirugía se pospuso a las calendas griegas.

El éxito en el combate a la pandemia, considero, no se mide principalmente en si el sistema sanitario quedó rebasado o no. Es un elemento importante, pero no definitorio. Se mide en el control de los contagios, la disminución del número de muertes y la rapidez con la que es posible regresar con cierta seguridad a algo semejante a la normalidad. Si México aprueba en el primer punto, reprueba en los otros tres.

Hago una acotación: hay una instancia en la que el sistema de salud ha quedado totalmente rebasado (ahí cargaba con un rezago histórico que se evidenció): la incapacidad para informar con tiempo razonable de contagios y fallecimientos. El desastre administrativo ha dificultado a todo el país seguirle el paso a la epidemia, saber realmente en dónde estamos parados en cada momento y tomar las decisiones conducentes.

Finalmente, también ha habido una enorme resistencia a hacer cambios en la estrategia a partir de la experiencia. Si la pandemia no evolucionó como esperábamos, es que una parte del diagnóstico estaba mal hecha. No podemos convertir la Campana de Gauss en un Lecho de Procusto para hacer que la realidad quepa a fuerzas en nuestros supuestos. Menos, si esa campana es indicadora de muertes de personas de carne y hueso, compatriotas nuestros.

Pero es lo que se ha hecho. Y se ha preferido mantener la ruta a pesar de las evidencias. La ruta de no aumentar el número de pruebas, la de no inducir a nivel nacional el uso obligatorio del cubrebocas, la de no buscar tratamientos preventivos para la población, la de poner oídos sordos a recomendaciones de expertos nacionales y extranjeros. Es una ruta que da cuenta de un empecinamiento atroz. La inflexibilidad ha sido muy costosa.

Detrás de esa ruta, hay que decirlo, está una decisión económica. La de no generar el gasto social para apoyar a todos los trabajadores con un ingreso básico durante la pandemia. Y junto con ella, la de no dotar de recursos suficientes al sector salud, como pretendían leales cartuchos, quemados por la circunstancia, como el de Asa Cristina Laurell. Esas decisiones fueron de AMLO, porque importan más el aeropuerto, la refinería, el tren maya y los dineros para apoyos clientelares. En otras palabras, porque las prioridades del país son dos: los deseos de Andrés Manuel López Obrador y las elecciones de 2021. No es casualidad que, en plena pandemia, el Presidente siga en campaña.

Twitter. @franciscobaezr
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