
El tradicional Mercado de la Lagunilla, uno de los lugares más populares en el Barrio de Tepito, en la alcaldía Cuauhtémoc, se ha mantenido en pie por más de tres décadas y entre sus pasillos alberga cientos de anécdotas e historias, unas buenas y otras malas, y pese al mal tiempo por causa de la pandemia de COVID-19, sus locatarios al igual que este que es su centro de trabajo siguen en pie.
Con la llegada del coronavirus los comerciantes tuvieron que cambiar el trato con sus clientes y adaptarse a una nueva normalidad, con ventas que cayeron de manera considerable, con signos de agonía de varios negocios y con el riesgo latente de despido de personal, eso no los amilanó y a más de un año de la crisis sanitaria los locatarios aseguran, en tono desafiante, que esta enfermedad no les impedirá salir adelante.
“Acaba de pasar Semana Santa y con mucho trabajo saqué 3 mil 200 pesos, imagínate, ni para pagar la mercancía, pero bueno, que se le hace, o aguantamos o nos hundimos”, señala el Chino, uno de los comerciantes del mercado mientras despacha los últimos 3 filetes de pescado que le quedaban.
El Chino, quien pese a la difícil situación que se vive con las bajas ventas, no pierde el ánimo y pregona a grito suelto que “todo está regalado” y tras una pausa mientras despachaba a una clienta, mencionó que jamás pensó vivir una crisis tan “canija” como esta. Las ventas son pocas, la clientela es escasa, pero su única motivación es juntar lo suficiente para hacerle su fiesta de XV años a Mitzi, su hija adolescente.
“Yo se la prometí y aunque falta tiempo para ello, ya tengo que ir haciendo mi “colchón”, o le echo ganas o no sale para la papa”, dice entre risas.
Portando con responsabilidad un cubrebocas y guantes de plástico, el Chino también cubre con un plástico su local, como parte de los protocolos sanitarios, lo que le impide despachar con mayor rapidez. Este vendedor de pescados y mariscos, quien no deja de saludar a toda su clientela, cuenta que el trabajo en durante la pandemia es lo peor que puede haber, ya que el riesgo es grande al estar en contacto constate con la gente, por lo que le gustaría trabajar desde casa, pero advierte que ese “es un lujo que solo se dan los que terminan la prepa”.
Una historia similar es la que vive, Leo, un vendedor de verduras en el mismo mercado, y quien al igual que el resto de comerciantes tuvo que reforzar las medidas de sanidad para no perder su trabajo, sus ventas ni a sus fieles clientes.
“Cada que atiendo a un cliente me pongo gel, no me quito el cubrebocas para nada, desinfecto el dinero que recibo y a toda la clientela. sin excepción, les pido que usen el cubrebocas, no quiero enfermarme”, comenta.
Leo cuenta que lo más difícil que ha tenido que enfrentar durante este más de un año de la pandemia, fue la separación de la que por 10 años fue su esposa, y señala que debido a la excesiva carga de trabajo ni siquiera ha tenido tiempo para saber lo que es estar deprimido.
“Lo último en lo que pienso es en estar triste, los gastos no paran, las ventas van en picada, me gasto más comprando cubrebocas y gel antibacterial que invirtiendo en la mercancía, no me agüito, sé que saldré de esta”.
Aguacates, chayotes, chiles y calabazas son algunos de los productos que con esmero ofrece Leo a los marchantes del mercado, que fieles acuden todos los días por su despensa y por un saludo cordial.
En otro de los pasillos de este tradicional mercado, casi oculta en un rincón, se encuentra la fonda de Carmen, quien con esmero y dedicación atiende desde hace más de 15 años a clientes y espontáneos visitantes ansiosos de degustar los ricos guisados que con amor prepara.
Carmen dice que le ha tocado vivir tragedias como sismos, robos e inundaciones dentro del mercado, pero nada comparable a lo que se vive actualmente con la COVID-19.
La fonda que era atendida por 12 empleadas es ahora administrada por su dueña y dos de sus hijas, ya que la difícil situación la obligó a despedir a todo su personal.
“Son tiempos bien difíciles y apenas sale para uno, qué más quisiera yo, que las cosas fueran como antes, pero que le vamos hacer”, dice resignada y sin ocultar su preocupación.
A pesar de que la crisis económica derivada de la pandemia no ha mejorado, Carmen se mantiene firme y asegura que saldrá victoriosa de esta situación, y aunque la fonda ya no tiene la nutrida concurrencia de clientes que tenía regularmente, presume que lo que no ha cambiado son su sazón y el sabor de sus platillos que todos los días prepara con cariño y dedicación.
Para los locatarios entrevistados por Crónica, su única esperanza es que la aplicación de vacunas antiCOVID les dé un respiro, pues tienen fe en que cuando ésta se empiece a aplicar a toda la población en general las cosas cambiarán y el mercado volverá a su normalidad, aunque tal vez no como antes.
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