Opinión

Diario de la epidemia del SARS, China 2003 (cuarta parte)

Diario de la epidemia del SARS, China 2003 (cuarta parte)

Diario de la epidemia del SARS, China 2003 (cuarta parte)

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy
27 de abril (domingo)

Esta tarde sacamos cuentas. Hoy se cumplen 11 días desde que tomamos aquel vuelo fatal. Ya la libramos. Mañana regreso a la oficina. Celebramos nuestro triunfo con una botella de vino y a Carmelo le prometimos que mañana pisará de nuevo las calles de nuestro barrio.

28 de abril (lunes)

9:00 AM. Nadie me vio entrar a mi oficina. Nadie. Eso pensaba. Ahí estaba yo, sentado en mi escritorio, con cubrebocas y guantes de látex, a punto de encender la computadora, bañado y desayunado, cuando me llama el Embajador desde su residencia, que se encuentra en el mismo terreno de la Embajada.

Afuera de su casa se han reunido todos los trabadores locales. Le exigen que me regrese a mi casa, amenazan con marcharse ahora mismo. “No hay manera de convencerlos, están muy alterados”, me explica la señora Lee, que también me ha llamado. En sus propias cuentas, si yo empecé la cuarentena el lunes pasado debería regresar a la oficina hasta el jueves, que además ese día no se trabaja. De modo que apago la computadora, y me regreso a casa a darle la mala noticia a Pilar, que venía de pasear a Carmelo. Nos esperan tres días más de encierro.

1 de mayo (jueves)

Hoy tendría que ser un día feriado. No lo es. O lo es a su manera, una ciudad de millones convertida en un pueblo fantasma. Hemos salido por fin de nuestra cuarentena sólo para contemplar la primavera rota de Pekín.

Tras un invierno particularmente crudo, con nevadas constantes y fríos que descendieron hasta 15 grado bajo cero, la primavera irrumpió contundente y generosa hace unas cuantas semanas. Días espléndidos para una ciudad que recuperó el verde con una rapidez asombrosa, ventilada por un viento refrescante que dispersó toneladas de polen convirtiendo a la urbe en un jardín botánico enorme y blanquísimo, pero días ensombrecidos por el SARS.

Las mañanas asoleadas, floridas, que invitan al esparcimiento en una semana que debió marcar el inicio de una de las temporadas vacacionales del país más esperadas por la benevolencia del clima —y que se vieron canceladas como una más de las severas medidas gubernamentales para evitar mayor propagación del virus al impedir el movimiento de casi cien millones de turistas locales que se esperaban en todo el país para los días feriados—, contrastan con el paisaje desierto de las calles y los parques de Pekín en este jueves primero de mayo.

La plaza Tiananmen, corazón de China y símbolo de la ciudad, suele recibir un millón y medio de personas en este día. Cientos de miles de banderitas rojas circulan como hormigas en el Día Internacional de los Trabajadores con el retrato de Mao Zedong presidiendo la escena desde la Puerta de la Paz Celestial en la que decretó la fundación de la República Popular en 1949.

Pero esta vez, acaso la primera en más de media centuria, hay muy poca gente en la plaza y algunos se dan el lujo de volar sus papalotes porque, pese a todo, el viento no deja de soplar en Pekín y hay espacio suficiente para hacerlo.

Otros se despojan tan sólo por un momento del tapabocas para hacerse la foto acostumbrada que es, por mucho, uno de los deportes favoritos del país. Tampoco hay visitantes del campo y las provincias —a quienes se les puede reconocer por su manera de vestir más modesta que los capitalinos—, la ciudad está virtualmente acordonada y el tránsito humano es por demás restringido en estos días.

La calle peatonal de Wanfujing, otro de los nuevos símbolos urbanos de la apertura china, con sus centros comerciales y sus anuncios de neón, es otro páramo desierto de la urbe en pleno día feriado e incluso en la sucursal de McDonald’s, que es una de las más concurridas de la ciudad, nadie hace fila por temor al contagio, no obstante que esta vez los despachadores lleven cubrebocas de cirujanos, guantes de látex y protecciones de plástico en el calzado, y pese al hecho de que otro empleado a la entrada ofrezca un desinfectante jabonoso a los nerviosos comensales.

Si bien el grueso de los habitantes de la ciudad vive sus días exactamente como cualquier otro, en el fondo la cotidianidad ha sido vulnerada y detrás de la aparente calma y sosiego se transpira inquietud. El panorama desolador que presenta Pekín es por demás inusual y acaso irrepetible en una metrópoli a la que la distingue el fluir tumultuoso de bicicletas, automóviles y peatones.

En estos días ha cedido la aglomeración en los sitios de recreo y en los centros comerciales, símbolo inequívoco de dos de las principales características chinas: el de ser el país más poblado del mundo, y el de contar con una de las economías más pujantes del planeta, con una sociedad de consumo en plena expansión.

Por ahora un fantasma ronda sus calles: el miedo al contagio. Y se hace todo lo posible para prevenirse del intruso viral, desde lo previsible y lo recomendable hasta lo insensato.

Desde el uso generalizado del tapabocas —que ahora uniforma a los capitalinos como antaño lo hiciera el traje a dos piezas de la era revolucionaria—, pasando por todas aquellas medidas de asepsia imaginables, hasta algunos brotes marginales de histeria colectiva expresados en compras de pánico —inútil en una de las ciudades mejor abastecidas del mundo—, o bien en los primeros sacrificios de mascotas por temor a que perros y gatos pudieran transmitir el virus —asunto por demás no comprobado—, o incluso algunos bloqueos de carreteras en poblados de la periferia que quisieran construir su propia muralla —más psicológica que real— ante la amenaza de Pekín, lo que ha provocado disturbios en sitios como Shanghe, a unos 60 kilómetros de la ciudad y en la población sureña de Chaguang, donde la gente prendió fuego a una escuela abandonada por temor a que las autoridades decidieran utilizarla como un centro de cuarentena para sospechosos de haber estado expuestos al contagio.

edbermejo@yahoo.com.mx
Twitter: @edbermejo