Parte I
A mediados de 1980, cuando concluí mis estudios de secundaria, tuve que enfrentarme a un prolongadísimo periodo vacacional que era el preámbulo forzoso de la preparatoria. Recuerdo que, en aquel verano interminable, una sobredosis de futbol, bicicleta y televisión, hizo que mi madre me espetara en más de una ocasión el típico “a ver si ya haces algo de provecho”. Su insistencia me trajo a la mente a Eduardo Matos Moctezuma, a quien había visitado con mi padre un año antes en sus excavaciones. Entonces, con el arrojo propio de un adolescente, tomé el teléfono, le marqué y sostuve con él una conversación tan breve como eficaz. Al mostrarle mi entera disponibilidad para sacar tierra y piedra sin necesidad de una paga, Eduardo me respondió de manera lacónica: “Ven mañana al Templo Mayor. Preséntate a las ocho, ya sabes cómo llegar”.
Y ahí me tienen al día siguiente en la calle de Seminario, junto con los 600 trabajadores que de manera cotidiana se daban cita para exhumar la más célebre pirámide del mundo mesoamericano. Desde entonces, y gracias a esa oportunidad única en la vida, he colaborado con Eduardo en el equipo que ha hecho florecer como nunca los estudios mexicas. Estos 39 años de experiencias compartidas son más que suficientes para que hoy les pueda hablar acerca de mi maestro con conocimiento, pero sobre todo, con un grandísimo orgullo.
¿Cómo condensar una vida tan fructífera en ese breve lapso? Quizá sería más conveniente invitar a las jóvenes generaciones presentes en esta sala a revisar la biobibliografía de Eduardo Matos Moctezuma que con gran cuidado preparó Lourdes Cué y que vio la luz en 2003 bajo el sello de El Colegio Nacional. Igualmente interesantes son las cuatro semblanzas contenidas en el libro de homenaje editado en 2006 por el INAH, y coordinado por David Carrasco, Lourdes Cué y un servidor. Recomiendo también las largas entrevistas que el propio David y yo le hicimos a Eduardo a partir de 1994. Intituladas Breaking Through Mexico’s Past fueron publicadas en inglés en 2007 por la University of New Mexico Press y al poco tiempo en nuestro idioma por la Editorial Porrúa, pero ahora como Los rompimientos del centauro. En cierta forma, la existencia de tales obras me exculpa del apresurado recuento que les haré a continuación.
Como es bien sabido, Eduardo Matos Moctezuma es, en la actualidad, profesor-investigador emérito del Museo del Templo Mayor y, sin duda alguna, se encuentra ya entre los más grandes arqueólogos de todos los tiempos. Su trayectoria lo ubica claramente como “un hombre institucional”, pues llegó hace poco a los 59 años de servicio en el Instituto Nacional de Antropología e Historia. Allí ha ocupado casi todos los puestos imaginables. Comenzó en 1960 como “practicante en ciencias histórico-geográficas”. Luego fue designado subjefe del Departamento de Monumentos Prehispánicos y, más tarde, su director. También fungió como jefe de la especialidad de arqueología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, y, casi de inmediato, como director de dicha institución. Asimismo, presidió durante un año el Consejo de Arqueología, para después convertirse en titular del Museo Nacional de Antropología y, finalmente, del Museo del Templo Mayor, todo esto sin contar el largo periodo en que estuvo al frente del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social.
Al igual que los demás integrantes de su generación, Eduardo Matos quedó profundamente marcado por la Revolución cubana, la Guerra Fría, el movimiento del Black Power y los trágicos sucesos del 68. Dichos acontecimientos lo hicieron adoptar una posición crítica tanto en lo que a política se refiere, como en su propio quehacer profesional. Así, en abierto rechazo a la llamada Escuela Mexicana de Arqueología, fundada por Alfonso Caso y sus contemporáneos en los años treintas, Eduardo hizo suyas las posiciones del materialismo histórico, sustentadas en la lectura cuidadosa de las obras de Louis Althusser, Eric Hobsbawm, Maurice Godelier, Vere Gordon Childe y Miguel Othón de Mendizábal.
En aquellos años formativos, Eduardo Matos se sumó como ayudante a numerosos proyectos arqueológicos del área maya y del centro de nuestro país. Ya como estudiante, ya como profesionista en ciernes, destacó en los equipos que exploraban los sitios de Comalcalco, Bonampak, Tepeapulco, Tlatelolco, Teotihuacan, el Centro Histórico de la Ciudad de México, Totemihuacán, Malpaso y Cholula, proceso a lo largo del cual iría forjando su estilo personal de trabajar.
Con esas ideas como faro, en tan sólo cinco años se lograron liberar de los escombros 13 mil metros cuadrados del Centro Histórico de la Ciudad de México, lo que equivale al 10% de la superficie que habría abarcado el recinto sagrado y al 0.1% de la extensión que habría tenido Tenochtitlan a principios del siglo XVI. Entonces no sólo se exhumaron las 13 ampliaciones que hoy conocemos del Templo Mayor, sino otras 14 construcciones religiosas que lo circundaban, un cúmulo considerable de pinturas murales y esculturas adosadas a la arquitectura, así como 107 ofrendas con más de 7 mil objetos. En forma paralela, Matos coordinó la conservación in situ de los monumentos recién descubiertos; la restauración en el laboratorio de los artefactos y los ecodatos recuperados; el acondicionamiento de la zona arqueológica para la visita turística; la creación de un museo de sitio que exhibe los tesoros resultado de las excavaciones; y la fundación de un centro de investigación que ha producido en cuatro décadas más de 1,200 publicaciones y un centenar de tesis de grado y de posgrado.
Integrante y presidente en turno de El Colegio Nacional.
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