El enorme ego de los artistas —y de tantos especialistas del arte actual— es un arma de doble filo donde el artista cree en sí mismo cuando nadie más lo hace, pero también implica el delirio donde el artista considera que nada debe a alguien y no necesita aprender de los demás ya que altera la “pureza” de su arte.

En la actual era de la información y el internet, el artista accede a muchos otros artistas con los cuales se rebasa a sí mismo y aprende a transformar lo aprendido. Pero no a la manera de la postproducción de Nicolas Bourriaud, donde se reciclan procesos prefabricados, como en el Appropriation Art o los Formalismos Zombies; sino más bien en la transformación discursiva de cualquier aportación estética y formal previa para volverla otra cosa que responda a un distinto entorno social, cultural, político e histórico-estético.

La experimentación por la experimentación misma de las vanguardias históricas y el arte de los sesenta del siglo XX ha sido sustituida en el siglo XXI por arte que revisa este bagaje y busca aplicarlo sociopolíticamente. Esto ha llevado al actual auge por redescubrir subvaluados artistas veteranos del siglo XX, y donde si bien hoy día hay mucho arte y pintura que se produce rápidamente, los mejores artistas materializan discursos desarrollados a largo plazo. Por ello no tiene el mismo alcance Daniel Richter, quien varía y estiliza una figuración gestual genérica, que Gerhard Richter, quien corona la tradición de la Nueva Objetividad alemana, o Hans Haacke, quien al fundar la crítica a las instituciones amplía las herramientas del arte, yendo así más lejos que Andrea Fraser, que sólo institucionaliza criticar a las instituciones.

¿Es el fin de cientos de funcionarios, curadores, galeristas o artistas engreídos que sólo dependen de su posición de poder y contactos?, ¿La capacidad selectiva del crítico de arte del siglo XIX es el secreto mejor guardado para enfrentar al mundo del arte actual plagado de parásitos, oportunistas y tanto mal arte y artistas ególatras?

@artgenetic