
Más que los serios problemas políticos, económicos y sociales que aquejan a la Unión Europea (UE), probablemente lo más desolador durante el aniversario sesenta de los tratados de Roma que dieron luz a lo que hoy conocemos como la UE, el pasado 25 de marzo, haya sido la ausencia de la representación británica en el evento conmemorativo. Lejos de profundizar la unión de 28 países, en el transcurso de esta semana, uno de sus miembros prominentes iniciará formalmente el abandono del barco. Los mandatarios presentes se limitaron a hacer notar que era una ausencia por decisión propia, aunque es claro que estamos apenas en el umbral de lo que realmente significará el retiro británico para ese país y, desde luego, para el esfuerzo comunitario. Es claro que el lema de la diversidad en la unidad, proclamado formalmente por la UE a inicios de siglo, no da para más en esta coyuntura. No sabemos qué tanto de ello será recuperable en el futuro ante esta involución del proceso de integración europeo.
El escenario es realmente preocupante, ya que Reino Unido no está dejando un proyecto boyante y robusto en el presente, sino lo que parece una nave a la deriva, aquejada por el escepticismo de sus ciudadanos y parte de su clase política ante la globalización, así como ante el avance de movimientos ideológicos radicales, particularmente de la derecha, la gestión errática de los movimientos migratorios que buscan refugio y, en general, mejores condiciones de vida en el seno europeo, la incesante presencia de actos terroristas en el corazón de varias de sus capitales más emblemáticas, y en lo económico la aplicación de mucha disciplina entre sus miembros más débiles, dejando la impresión que la solidaridad es algo que puede esperar para mejor momento, cuando justamente esa bondad se encontraba entre los cimientos principales del proyecto integrador.
Desde la perspectiva de un observador externo, inquieta la aparente pérdida de referentes que significa la fragmentación y la crisis relativamente prolongada en la que ha estado inmersa la UE desde hace varios años tanto por lo que puede denominarse como el factor de atemperamiento que ese espacio ha jugado tradicionalmente para modular el comportamiento autoritario y egoísta de las potencias en la política mundial, incluyendo a un socio occidental fundamental para ella como Estados Unidos, como por el modelo aspiracional que también ha representado para buena parte del mundo en cuanto a la búsqueda del crecimiento económico con igualdad y la consecución del bienestar social. No es gratuito que mientras un socio grande se apresta a salirse, proliferen las candidaturas de socios menores para ingresar, frente al contraste de candidaturas que han esperado años sin haberlo logrado. Por el contrario, el concepto de la Europa a varias velocidades y con diferentes grados de integración había tenido tracción a partir de las premisas enumeradas anteriormente. Son esos conceptos los que parecen estar en profunda crisis. Su sostenimiento y profundización requieren de paciencia y del trabajo permanente en favor de la idea de unidad y, por extensión, del proyecto integrador como paradigma internacional.
Pensemos, por ejemplo, en lo que se conoce como el proyecto social europeo. Al respecto, Luis Moreno Fernández señala que tal modelo constituye “un proyecto político articulado en torno a los valores de equidad social (igualdad), solidaridad colectiva (redistribución) y eficiencia productiva (optimización).” Más aún, cabría sugerir que en términos democráticos, dicho modelo “promueve la ciudadanía social como aspiración a una vida digna y al bienestar social de los individuos”, todo lo cual ha sido incorporado en el Estado de bienestar, entendido como “institución emblemática” de dicho modelo europeo. (“La viabilidad del modelo social europeo”, Razón y Fe, 2017, T. 275, No. 1421, p. 227)
Para sorpresa de muchos, incluida la mía, la línea de análisis más progresista en el llamado de atención a los líderes europeos, ha provenido del Papa Francisco, quien en ocasión del aniversario, ha recordado que “Europa no es un conjunto de normas que cumplir, o un manual de protocolos y procedimientos que seguir” y que “parece como si el bienestar conseguido le hubiera recortado las alas y bajar la mirada.” (hoyentv.com, 27marzo2017)
Son varias las voces que piden revalorar lo andado en seis décadas y retomar las aspiraciones fundacionales del proyecto europeo. Si acaso coincidir con el planteamiento de que la UE “pese a su eficacia administrativa —y judicial—, se está convirtiendo… en una máquina de europeizar fracasos y nacionalizar éxitos. Se necesita una hoja de ruta de nuevo cuño y consensuada.” (El País, 3marzo2017)
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