
Una queja común en la arena política consiste en repudiar a los gobernantes por su incompetencia. La primera señal de que un candidato se convierte en autoridad legítima es que ahora será juzgado por sus errores, no por sus propuestas. ¿Quien soy yo para defender a los políticos de sus acciones fallidas? La pregunta que me interesa es otra: ¿Cómo saber si un líder tiene la aptitud para elegir las mejores opciones o el mejor camino? Dejar la oposición significa responder por lo que se dejó de hacer o se hizo mal. Mientras la oposición tiene el monopolio de la crítica, los nuevos funcionarios se enfrentan al tribunal público por sus fallas. Este giro en la dinámica del poder democrático entraña su mayor fortaleza. Los ciudadanos son los encargados de vigilar el abuso y los fracasos en el uso del poder público, pero también los nuevos representantes del gobierno asumen la responsabilidad de cumplir compromisos y dar la cara por cada una de sus acciones. ¿Acaso existe una ciencia que eduque a las autoridades para sortear los obstáculos y evitar caer en el error?
Isaiah Berlin escribió un ensayo sobre la idea del buen juicio político. ¿Cómo podemos identificar si un gobernante tiene un buen juicio para gobernar? Su reflexión nos deja un poco desamparados, no hay una ciencia política capaz de demostrar quién será mejor para ejercer el gobierno.
“¿Qué significa tener buen juicio en política? ¿Qué es ser políticamente sabio, o estar políticamente dotado, ser un genio político, o incluso no ser más que políticamente competente, saber cómo lograr que se hagan las cosas? Quizá una manera de buscar la respuesta sea considerando lo que decimos cuando censuramos o compadecemos a los gobernantes por no poseer esas cualidades. Nos quejamos, a veces, de que están cegados por el prejuicio o la pasión, ¿pero cegados a qué? Decimos que no entienden el tiempo en el que viven, o que se oponen a algo llamado ‘la lógica de los hechos’, o que están ‘tratando de retrasar el reloj’, o que ‘la historia está contra ellos’, o que son ignorantes o incapaces de aprender, o bien idealistas poco prácticos, visionarios, utópicos, hipnotizados por el sueño de algún pasado fabuloso o de algún futuro irrealizable. Todas esas expresiones y metáforas parecen presuponer que hay que saber algo (acerca de lo que el crítico tiene alguna noción) que estas personas desagradecidas no han logrado captar, por alguna razón, ya sea el movimiento inexorable de un reloj cósmico que ningún hombre puede alterar, o alguna pauta en el tiempo o en el espacio , o en algún medio más misterioso –‘el reino del espíritu’ o ‘la realidad última’— que uno debe primero comprender si quiere evitar la frustración”. Cuando las expectativas de los ciudadanos por un cambio de gobierno exceden lo posible, conviene recordar que los problemas públicos como el suministro de agua, la tranquilidad en las calles, el crecimiento del empleo, la corrupción de los funcionarios y muchos otros, son problemas que nunca desaparecen porque gobernar significa atender, prevenir, crear opciones, servir, controlar o mejorar; pero nunca significa solucionar. Para los problemas públicos no hay solución definitiva, solo provisional.
Lorenzo Meyer afirma que Andrés Manuel López Obrador no va a resolver los problemas del país. ¿Tiene razón? Nadie mejor que un historiador para contestar esa pregunta. ¿Para transformar una sociedad no es suficiente un líder carismático? Incluso, me atrevería a afirmar: los gobiernos no solucionan los problemas. Su tarea no consiste en resolver los conflictos, sino en administrarlos. La política es una constante intervención para lidiar con múltiples asuntos que podrían conducir a la violencia y la función de un gobierno es contener esa espiral de enfrentamientos provocada por la necesidad de recursos limitados o bienes escasos. Por qué administrar y no resolver. El poder actúa como dispositivo para regular la convivencia. Cuáles reglas se instauran y cómo se respetan o no. La eficacia en el cumplimiento de esa labor es la principal responsabilidad de los burócratas: administrar las demandas ciudadanas.
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