Opinión

El burro catalán y la zanahoria

Marcel Sanromà, el artista que pinta con código
Marcel Sanromà, el artista que pinta con código Marcel Sanromà, el artista que pinta con código (La Crónica de Hoy)

Desde esta tribuna he escrito ya múltiples veces sobre Cataluña y el proceso de independencia que trata de impulsar a raíz de los infinitos conflictos y desencuentros con el Estado español, pero es la primera vez que tengo ocasión de escribir en 11 de septiembre, el día que los catalanes celebramos nuestra fiesta nacional.

Es un día de alegría y jovialidad, para sacar las banderas y reunirse con la familia si es posible. Ello pese a conmemorar una dolorosa derrota militar en 1714, es decir, hizo ayer 302 años. Tradicionalmente, la fiesta consistía en que los partidos políticos llevaban flores al monumento en homenaje a Rafael Casanova, una de las ilustres figuras de la defensa de la ciudad en aquel entonces. Desde hace seis años, sin embargo, aunque la ofrenda se mantiene, las masivas manifestaciones reivindicando la secesión de España han tomado el protagonismo.

Y pese a que año tras año crece la sensación de que a los organizadores se les agotan las ideas, y la gente se cansa de vivir en la película de El día de la marmota, este año de nuevo más de un millón de personas tomaron las calles de diversas ciudades en toda Cataluña para volver a hacer escuchar su voz. Ante un silencio perenne y apabullante en Madrid.

La reivindicación de cada 11 de septiembre, sin embargo, vive del fuel del cortoplacismo. El pasado año, por estas fechas, el gobierno catalán —independentista— aseguraba tener una agenda para lograr la independencia en 18 meses, de los cuales ya han transcurrido 11.

Mucha gente, sin embargo, sigue creyendo que la agenda se puede cumplir. La fe mueve montañas, dicen. Y aunque no sea el mejor fin de semana para hacer referencias religiosas, en cierto modo es verdad. La creencia en que la causa es posible es clave para entender que tanta gente siga saliendo a la calle a reivindicar sus ideas año tras año. Pero hay otros factores.

El gobierno catalán es consciente de que necesita mantener a la gente motivada, y para ello la mejor estrategia es poner la zanahoria delante del burro —animal que tiene una especie endémica en Cataluña, por cierto— para que el animal siga caminando.

Esta zanahoria ha ido mutando a lo largo de los años. En el proto independentismo se llamaba pacto fiscal. Las autoridades catalanas iban a negociar con Madrid unas mejores condiciones en el financiamiento de la región, asfixiada por un déficit fiscal anual cercano al 9 por ciento.

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Fracasado el pacto fiscal llegó la zanahoria de las negociaciones con el Estado español para el proceso de independencia. Cerradas todas las puertas en las narices, la zanahoria se volvió a reinventar.

Llegó entonces el referéndum de independencia. El Parlamento catalán aprobó una ley de referendos que le auto confería poderes para convocar un referendo vinculante de secesión. Madrid recurrió la ley ante el Tribunal Constitucional y la ley quedó derogada. Entonces el referendo se convirtió en consulta popular, y aunque fue un éxito razonable de convocatoria, no tuvo consecuencias.

Entonces se empezó a hablar de secesión unilateral, idea que quedó plasmada en hoja de ruta parlamentaria tras la investidura del nuevo presidente catalán, Carles Puigdemont, en enero de este año. Sin embargo, los avances son, cuanto menos, muy modestos. Una resolución rupturista del Parlamento en Barcelona que ahora pone en riesgo de inhabilitación política a su presidenta.

Ante la evidencia de que el plan de los 18 meses es irrealizable, ‘sotovoce’ ya se habla de que el gobierno de Barcelona prepara una declaración unilateral para el próximo junio, a la vez que el presidente catalán anuncia que presentará a Madrid un plan de referendo pactado. Y así podemos vivir unos cuantos meses más en una necesaria sensación de inminencia.

Referendo pactado que recibirá, de nuevo, un portazo en las narices. Entonces quedará, de nuevo, la declaración unilateral como opción. Declaración que, en caso de llegar, se convertirá muy probablemente en una nueva resolución del ‘Parlament’, recurrida y enterrada por Madrid antes de que uno tenga tiempo de toser y exclamar ¡Salud!

Por mucho que las zanahorias hayan sido, hasta ahora, útiles y efectivas, el cesto se nos está quedando vacío, y además la gente se cansa al ver que las monedas eran de chocolate. Las autoridades catalanas necesitan ganar tiempo, pero al final, el lobo tiene que llegar.

El cansancio, el hastío y la desconfianza en los líderes independentistas sólo se puede evitar de una manera: llevando a cabo un diálogo político serio, sincero y despojado de embusteros. Explicando a la gente que la declaración unilateral es inviable a corto plazo, y que, ante un ejecutivo en Madrid fosilizado en materia de reconocimiento de la diversidad nacional de España, la independencia catalana puede tardar veinte años en llegar. Y estoy siendo optimista.

marcelsanroma@gmail.com

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