Cultura

El cambio psicológico, de Antoni Bolinches

Como cada domingo en la sección “Letras Planeta”, te compartimos la recomendación de lectura de esta casa editorial.

Como cada domingo en la sección “Letras Planeta”, te compartimos la recomendación de lectura de esta casa editorial.

El cambio psicológico, de Antoni Bolinches

El cambio psicológico, de Antoni Bolinches

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy
(Fragmento)

Primera parte

Por qué somos como somos

Capítulo 1

La persona: un proyecto inacabado

No todos los hombres pueden ser ilustres;

pero todos pueden ser buenos.

Confucio

Empezar un libro que intenta ofrecer caminos para favorecer la seguridad personal impone, como exigencia previa, efectuar ciertas reflexiones con relación al concepto de «persona».

Históricamente, la sociedad ha funcionado según un modelo cultural androcéntrico, que ha generado la inercia de utilizar el término hombre como sinónimo de «especie humana». Hora es ya de defender y potenciar el concepto de «persona» para referirnos a los hombres y mujeres de este mundo y favorecer que cada uno de nosotros encuentre en su propia identidad la manera de sentirse realizado —como individuo— por encima y más allá de condicionantes de género, raza, religión, ideología, nacionalidad o cultura.

Ser persona es hacerse persona. Somos en cuanto que nos hacemos, por eso la evolución de la especie no es solo el resultado de influencias ambientales, históricas y culturales, sino, también, consecuencia de la voluntad de acción de todas las personas que han transitado este planeta desde el principio de los tiempos. Somos hijos de nuestro pasado, pero, a la vez, padres de nuestro futuro. Es cierto que la raza humana ha recorrido un largo camino que nos ha conducido de las cavernas a las ciudades, pero más cierto es aún que los logros alcanzados son manifiestamente mejorables.

Quizá el modelo de civilización que inspira nuestro presente tiene poco de modélico y menos de civilizado, pero, por fortuna, en nuestra condición de personas dotadas de la facultad del libre albedrío, podemos tomar la determinación de reorientar nuestro destino desde el esfuerzo personal.

Todo ser humano comparte con sus semejantes gran cantidad de rasgos comunes, pero a la vez se diferencia de ellos en algo que le es propio y peculiar llamado personalidad. Esa singularidad que nos identifica como seres únicos es la herramienta que, adecuadamente utilizada, puede servir para encauzar positivamente nuestras capacidades hacia un proyecto vital que nos permita sentirnos seguros, realizados y felices.

Por eso la propuesta de crecimiento personal que deseo transmitir parte de una idea tan simple como la siguiente:

Cada persona, desde su inteligencia y

voluntad, puede modelar su personalidad

para procurarse felicidad.

De acuerdo con ese convencimiento, mi propuesta de cambio psicológico va a consistir en ofrecer pautas que nos ayuden a armonizar internamente los conceptos esenciales de «persona» y «personalidad» porque, al entender la manera de reforzar nuestra identidad, nos estaremos acercando a la felicidad.

La personalidad es la forma idiosincrásica en que se muestra la persona mediante su comportamiento; por consiguiente, en un sentido amplio, todos tenemos personalidad. Pero existe otra acepción más restringida y valorada de la personalidad, a la cual nos referimos cuando, coloquialmente, al hablar de alguien decimos: «esa persona tiene personalidad». En esa aparente tautología no hacemos más que recoger inconscientemente el más profundo y original sentido del término, puesto que nos estamos refiriendo a una persona que destaca de la media, que se manifiesta de forma inteligente, segura y coherente. En definitiva, estamos diciendo que esa persona tiene algo especial que hace que se exprese de forma singular sin dejarse disolver en lo que tiene de común con las demás.

Por eso, cuando alguien se manifiesta desde el libre albedrío, se está acercando a su Yo más auténtico, está siendo más él mismo, más originariamente humano. En consecuencia, para liberar a las personas de sus actuales niveles de condicionamiento y facilitar su autonomía será necesario remontarnos a los orígenes del proceso de civilización y analizar las claves que nos han conducido del instinto a la razón y de la autenticidad a la afectación.

EL COMPORTAMIENTO CIVILIZADO

Freud decía que «la historia del hombre es la historia de su represión». En esa frase sintetizaba, desde una perspectiva psicoanalítica, el largo proceso de evolución que se ha producido en el ser humano a través de los tiempos. Según su teoría, los hombres primitivos actuaban de forma básicamente instintiva y sus conductas estaban encaminadas a satisfacer sus necesidades primarias. Todas sus acciones estaban dictadas por el Ello (que es la denominación freudiana de la parte instintiva del individuo) pero a medida que se fueron socializando empezaron a entrar en conflicto unos con otros para satisfacer sus necesidades y entonces apareció el Superyó, es decir, las leyes que constriñen las manifestaciones espontáneas del Ello en forma de ética, moral y normas sociales.

Es por tanto el proceso de socialización el que hace que el hombre deba renunciar a parte de su egoísmo primitivo en beneficio de unas normas de convivencia que le permitan coexistir con los demás. Y de esa necesidad de ejercer el derecho a la satisfacción del egoísmo propio, sin lesionar el derecho del prójimo a su propia satisfacción, surge esa instancia del aparato psíquico a la que denominamos Yo, que se encarga de armonizar las necesidades del Ello con las normas del Superyó.

Por eso Freud califica la civilización y la cultura como «resultado sublimado del proceso de represión de las fuerzas instintivas del Ello». Así se entiende perfectamente el concepto de «animal racional» que se utiliza comúnmente para calificar a la persona. Las personas somos animales, pero, ¡ojo!, racionales. Se contrapone, sin decirlo, lo racional con lo instintivo y en ese momento nace la esencial disyuntiva entre el principio de placer y el sentido del deber. Esa forma de explicar el comportamiento a partir del conflicto de las fuerzas instintivas del Ello con las normas sociales que impone el Superyó, a través de la función conciliadora del Yo, es lo que se conoce en el mundo de la psicología como segunda tópica freudiana y fue expuesta por su creador en su libro El Yo y el Ello, publicado en 1923.

Figura 1. Gráfico que explica el comportamiento según la segunda tópica freudiana.

Posteriormente ese modelo fue simplificado por el médico y psicólogo estadounidense de origen canadiense Eric Berne,* que, cansado de esperar a que lo hicieran miembro de la Sociedad Norteamericana de Psicoanálisis, creó su propia escuela terapéutica, conocida como Análisis Transaccional, y adaptó la segunda tópica a un lenguaje más llano, que, desde su creación en 1958, se ha ido expandiendo y popularizando hasta tal punto que en la actualidad, excepto en las escuelas psicoanalíticas, es el que se utiliza comúnmente para explicar el comportamiento humano. Y como uno de los principios básicos de la psicología dice que «lo que pueda explicarse de forma simple no se haga de forma compleja», yo también voy a utilizar el sistema de Berne, pero reconociendo primero que según mi criterio no ha existido figura más grande en la historia de la psicología en general y de la psicoterapia en particular que Sigmund Freud, al que considero el más grande de mis maestros porque, aunque yo no practique el psicoanálisis, sino la terapia vital, soy un incondicional admirador de su talento y un gran defensor de su obra, porque nadie ha sido capaz de explicar tan bien como él las profundas complejidades del comportamiento humano.

Dicho esto, y puesto que antes de llegar a lo profundo conviene empezar por lo simple, veamos cómo queda reconvertida la segunda tópica freudiana en el modelo creado por Eric Berne, que es el que utilizo habitualmente para explicar el funcionamiento psicológico y la forma de armonizar las necesidades instintivas con las convenciones sociales.

Figura 2. Esquema de reconversión de la segunda tópica freudiana en los tres estados del Yo del análisis transaccional.