Opinión

El caudillo y su oposición, varados en el corto plazo

El caudillo y su oposición, varados en el corto plazo

El caudillo y su oposición, varados en el corto plazo

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

El 1º de diciembre, en el Zócalo, se llevó a cabo un informe del presidente López Obrador al pueblo, con motivo del primer aniversario de su llegada al poder. Simultáneamente, con una marcha del Ángel de la Independencia al Monumento a la Revolución tuvo lugar una marcha en la que opositores de diverso tipo expresaron su desacuerdo y también su descontento con el gobierno que acaba de cumplir un año.

Resulta por lo menos sintomático que, al menos en las redes sociales, partidarios y detractores de AMLO se hayan enfrascado en una discusión, no sobre las virtudes o defectos del gobierno, sino sobre tamaño mayor o menor de las diferentes concentraciones o si hubo acarreo, se repartieron juguitos y tortas y un largo etcétera.

Digo sintomático porque habla de que la preocupación central sigue estando en la cantidad, y eso significa que ambos bandos enfrentados creen en la falacia de que el número de seguidores da la razón a su causa, pero sobre todo que los dos están preocupados por las cantidades.

De la parte progobiernista hay una conciencia no explicitada de que sí está habiendo una erosión en la popularidad del presidente López Obrador, ligada a la falta de resultados en las dos áreas en las que el mismo AMLO fue explícito en su discurso: el crecimiento económico no es el deseado y no ha habido avances reales en la lucha contra la inseguridad.

Es claro, y así lo dicen las encuestas, que la mayoría absoluta de los mexicanos sigue apoyando a López Obrador, pero también es perceptible que no lo hacen con tanto entusiasmo como al principio. Y aunque, como también puede constatarse, hay una parte de la población que es totalmente incondicional y estará con AMLO haga lo que haga, para este grupo es importante machacar con el hecho de que tienen a la mayoría de su lado.

En el bando opositor las cosas son todavía más complicadas. Han marchado varias veces para expresar su desacuerdo, pero no han sido capaces de juntar una masa crítica lo suficientemente grande como para preocupar de verdad a la contraparte. En esta ocasión, que ha sido, de lejos, la de mayor convocatoria, porque hay quienes se suman al hartazgo y por la presencia de miembros de la familia LeBarón, dieron clara muestra de varias debilidades estructurales.

De una de esas debilidades se agarró López Obrador para descalificar a quienes marcharon el domingo. Políticos de distintos partidos de oposición son incapaces de resistir la tentación de montarse encima de una marcha ciudadana de protesta, para intentar sacar raja. Y, por supuesto, esos personajes ligados al PAN, al PRI y al PRD son todavía menos capaces de ser discretos en ello.

Si bien no se puede evitar que un político asista a una marcha “como ciudadano”, es evidente que la oposición civil aún no tiene la organización como para impedir que intenten, con cierto éxito, utilizar la movilización para llevar agua a su molino, ahora que es tiempo de secas. El problema es que, precisamente, esa partidocracia, con sus excesos y sus errores, fue la que creó las condiciones para el irresistible ascenso del lopezobradorismo.

El otro problema estructural es que no hay una oposición, sino diversas oposiciones. Mientras unos reclamaban —con justicia, pienso yo— que el Presidente esté echando a la basura el Estado laico, otros rogaban a Cristo Rey. Mientras unos se quejaban de los muy neoliberales recortes a programas sociales en el presupuesto, otros se enfrentaban al espantajo del comunismo con el que siempre han identificado a López Obrador. Yo la verdad no sé cómo pueden marchar juntos el agua y el aceite.

Mientras por un lado tenemos una visión muy poco autocrítica y que manda al baúl de los “conservadores” a quienes se atreven a disentir del gobierno y el Presidente, por el otro tenemos unidad sólo en torno al rechazo a una figura polarizadora, pero también, de seguro, diferencias abismales respecto al tipo de país que se desea.

Tanto en Morena como en la oposición hay una obsesión por el corto plazo. Por mantener una mayoría o por reemplazarla. La balanza, a pesar del desgaste natural del gobierno, pesa a favor de Morena, por la pulverización de la oposición partidista. Pero, sobre todo, porque un partido hegemónico pierde el gobierno cuando hay otro proyecto que es más fuerte, no cuando el apoyo al gobernante es la mitad menos uno. El rechazo al caudillo no es un proyecto de país: te dice lo que no quieres ser, pero no te dice lo que quieres ser.

AMLO no es más fuerte en la opinión pública porque existe, en cada vez más gente, la percepción que no ha cumplido algunas de sus promesas principales, las relativas a bienestar económico y seguridad. El leve desgaste no es porque de repente algunos de sus seguidores se hayan percatado de lo maravillosa que era la vieja clase política o el esquema económico excluyente y desigual.

Mientras las distintas oposiciones no ofrezcan públicamente opciones nuevas a la labor del gobierno actual, el presidente López Obrador podrá seguir tranquilamente festejando, una y otra vez, que tiene el poder, sin la necesidad de dar resultados que de veras cambien la vida de los ciudadanos.

“Nuevas”, escribí. Creo que ni siquiera se necesita el año de gracia que pidió AMLO para darse cuenta de que el viejo esquema, como las oscuras golondrinas, no volverá.

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