Metrópoli

El coloso de la Tabacalera; en las entrañas del Monumento a la Revolución

Desde lo más alto, a 67 metros de altura, se aprecia la inmensidad de la Ciudad de México. Este sitio, ubicado en la delegación Cuauhtémoc, está hecho de piedra chiluca, que en la actualidad ya no es extraída en ningún lugar

Monumento a la Revolución Mexicana
Monumento a la Revolución Mexicana Monumento a la Revolución Mexicana (La Crónica de Hoy)

Nada es lo que parece. El Monumento a la Revolución es uno de los  lugares más emblemáticos de la Ciudad de México, sin embargo, no es lo mismo verlo desde afuera que estar dentro de él.

Con pagar 60 pesos, la gente puede disfrutar de un recorrido el el interior del monumento.  

Al entrar al elevador de cristal, de vista panorámica, que te lleva a la cima del monumento, un guía da una breve explicación de lo que estás a punto de vivir. Mientras el ascensor va subiendo una carga de adrenalina recorre el cuerpo; desde abajo no parece estar tan alto como se aprecia una vez que llegas a la cúpula.

“Del lado derecho podemos observar la Plaza de la República que recientemente fue remodelada, en ella están unos postes con el nombre de los 31 estados que conforman nuestro país y un poco más atrás una de las arterias más importantes de la ciudad, la avenida de Los Insurgentes”, explica una mujer, la segunda guía, a la que parece ya no importarle la altura.

Al menos en un día utiliza el elevador en más de 40 ocasiones, dice que las cosquillas en el estómago y el miedo desaparecieron después de su tercer día de labores.

“Estamos en la colonia Tabacalera, una de las más antiguas de la capital, del lado izquierdo podemos ver el recién rehabilitado Frontón México”.

“El monumento está hecho de piedra chiluca que en la actualidad ya no es extraída en ningún lugar, así que les pedimos que para la conservación arquitectónica del lugar evitemos recargarnos, tallarla o hacer cualquier cosa que pueda dañarla”, explica por último.

Las puertas del  elevador se abren y dan paso a una experiencia formidable; para comenzar con el recorrido se debe de caminar un andador circular rodeado por un barandal que permite tener la sensación de caminar en el aire.

El camino para llegar a las escaleras que te llevan al mirador se hace eterno; a paso dado el vértigo se hace presente. Caminar a 67 metros de altura, sin duda, huele a libertad.

El frío es un regalo que el material con el que está hecho el monumento te da.

Las escaleras son tan pequeñas que por un momento la claustrofobia se hace presente, una vez ahí no hay marcha atrás.

Cuando acaban los escalones el Monumento te da uno de sus más grandes obsequios. Una vista de ensueño de toda la Ciudad de México.

Hacia donde se mire el paisaje es único. La gente se queda ahí, contemplando la inmensidad de la capital, soñando con la eternidad.

El tiempo se detiene en cada parte del mirador, incluso hay letreros para que quienes ahí se encuentran puedan ubicarse, como si el monumento se convirtiera en una Rosa de los Vientos.

Los telescopios dan, por un momento, la impresión de estar en otro lugar. Una moneda te deja ver más allá de lo permitido a simple vista, cualquiera pensaría que son los niños los que más se emocionan de utilizarlos, pero no es así.

Escalones, escalones y más escalones. No importa el número, sino estar en las entrañas del lugar.

Luego de bajar más de 300 escalones el recorrido ha terminado. 

➣ Es un mausoleo dedicado a la conmemoración de la Revolución Mexicana.

Una de Carlos Obregón Santacilia, quien tomó la estructura del Salón de los Pasos Perdidos del malogrado Palacio Legislativo de Émile Bénard, para edificar el monumento, concluido en 1938.

La primera piedra del monumento fue puesta por Porfirio Díaz el 23 de septiembre de 1910 como parte de los festejos del Centenario de la Independencia de México, sin embargo, su construcción fue detenida.

En 1933 cuando Santacilia sugirió al ingeniero Alberto J. Pani aprovechar la única parte aprovechable del que sería el palacio para honrar a la entonces recién concluida Revolución Mexicana.

Su construcción abarcó de 1933 a 1938.

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