
CAPÍTULO 1
No es bueno que
el hombre esté solo
Es conocida esta idea bíblica. Dios había terminado de crear todo; concluyó su semana emprendedora y vio que todo estaba bien. Después de descansar, el Todopoderoso constató que el ser humano, creado a Su imagen y semejanza, no tenía correspondiente en la especie. «No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada» (Gn 2, 18).
Sobre esta idea divina se pueden hacer tres reflexiones interesantes. La primera es que todos los animales fueron creados por pares, macho y hembra, pensados como pareja en el momento mismo de la creación. También entrarían por pares a la futura arca de Noé. En el mundo bíblico existir es ser dupla. El único que surgió solo, sin nadie más de su especie, fue Adán. Él fue el primer producto de la creación modificado a posteriori, el primer ser que fue redefinido después de existir.
La segunda reflexión es que, al ser creado sin correspondencia, Adán sigue el modelo divino, también exento de duplicidad. Si Dios hizo al hombre a Su imagen y semejanza (Gn 1, 26), lo hizo sin un equivalente femenino, por lo que fue necesaria una enmienda que aparentemente no estaba prevista. El primer hombre cayó en un sueño profundo y su costilla se transformó en Eva. Al ver lo que había surgido ante él, Adán afirmó: “Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada mujer, porque del varón ha sido tomada” (Gn 2, 23).
La tercera es que el primer hombre no se da cuenta de su soledad. Adán no se ha quejado ni ha pedido nada. Está en el Paraíso y no siente dolor ni angustia, vive perfectamente integrado. Ha estado muy activo clasificando, ya que ha dado nombre a todos los seres vivos. Está feliz, ya que en la obra divina no puede haber errores ni lagunas. Quien percibe que algo falta es Dios y no el hombre. En rigor, el acto de corregir o complementar la creación con una medida excepcional es algo sorprendente. La soledad de nuestro primer padre es la causa de la reingeniería estratégica que se relata al comienzo de la Torá. Sin embargo, no existen registros de soledad ni queja por parte de Adán. Tal vez haya sido la única experiencia de soledad no consciente del género humano: estaba aislado como ser; sin embargo, no conocía ni padre, ni madre, ni familia a la cual pudiera echar de menos. No había tenido amigos que pudiera haber perdido ni había pertenecido a algún grupo social del que pudiera sentirse alejado. Adán ni siquiera sabía que existía la posibilidad de una hembra. ¿Acaso al ver monos, caballos y osos por pares pensó en su especificidad? Nada en la Torá conduce a esa conclusión. Nuestro ancestro de la tradición judeocristiana fue la única persona solitaria que no se daba cuenta de que lo estaba. Como veíamos, demuestra satisfacción al contemplar a Eva y la elogia por ser semejante a él: «hueso de mis huesos y carne de mi carne». Eva llamaba su atención porque…se parecía a él. Esta es una fórmula permanente en los humanos: en el otro elogio mi propio reflejo.
Vamos un poco más allá. La soledad no termina con la presencia del Otro absoluto, sino con la del Mismo en la especie. La obra maestra del sexto día es el hombre similar al creador. El último acto creador del Altísimo es la mujer, hueso y carne de Adán. Así empezamos el juego de la soledad: hace falta alguna diferencia y mucha semejanza para crear un remedio contra ella. La Torá condena el celibato. Casarse es parte de las obligaciones básicas del ser humano. Profundizando en el tema del Génesis, el libro llamado Zohar afirma que el soltero es medio cuerpo y que, por lo tanto, está incompleto.
Como toda narrativa fundacional, el Génesis toca las estructuras antiguas de nuestra percepción. Estar solo sería estar dividido por la mitad, deseoso de complemento. Estar acompañado es la plenitud del ser y su destino arquetípico. La tradición bíblica judía desconfía del aislamiento. El eremita, místico habitante de las zonas desoladas y desérticas, que dudaba de ciertos aspectos de la vida en pareja, aparecería después, en el mundo cristiano. En la tradición judaica, los célibes no desempeñan un papel importante.
En el período del Edén todavía estábamos bajo el imperativo categórico de la compañía. En el exilio en la Tierra muchos hombres «conocerán» a mujeres, dándole al verbo un sentido ligeramente distinto al actual. La orden de crecer y multiplicarse es imperativa, no es ni un consejo ni una recomendación de carácter general. La necesidad de perpetuar el nombre en los hijos llega a tal grado que la ley divina permite que me acueste con mi cuñada si mi hermano muere sin haber tenido hijos. Superando pudores tradicionales, el hijo que resulte de esto llevará el nombre de mi hermano.
En el capítulo 38 del Génesis aparece un personaje poco citado en la memoria religiosa: Onán, hijo de Judá. Como su hermano Er había muerto sin dejar herederos, Dios le ordenó expresamente: «Cásate con la mujer de tu hermano y cumple como cuñado con ella, procurando descendencia a tu hermano» (Gn 38, 8). Es importante recordar que, según consta en el mismo capítulo, Dios había matado al hermano de Onán por contrariarlo. Haber ofendido a Dios debería ser suficiente para que la justicia divina castigara al infiel impidiendo la continuidad de su nombre. Pues bien, incluso en este caso, el de un hombre que fue malo a los ojos del Señor, el imperativo de tener descendencia era fundamental. Para concluir la vieja historia: Onán se valió de recursos atípicos para no embarazar a su cuñada y, finalmente, Dios mató al segundo hijo de Judá igual que lo había hecho con el primero. No cumplir la obligación de multiplicarse y contribuir a que el nombre persista sobre la Tierra es motivo de pena capital. Al desobedecer la orden de crecer y multiplicarse, Onán fue condenado a muerte. Hay que destacar en el relato la enorme importancia que tiene para Dios el que hombres y mujeres cumplan con el deber de multiplicarse. Estar solo, no tener hijos, no casarse, no colaborar para que el nombre perviva es un acto que va en contra de la esencia del plan de Dios. Onán terminaría dando nombre al vicio del onanismo (masturbación), aunque de las Escrituras no pueda extraerse nada al respecto.
Demos un salto de milenios. Para los patriarcas y los personajes de la Torá, la relación con Dios es personal, las órdenes son claras y raramente existen atenuantes o interpretaciones. Estar solo es una excepción que se debe evitar. El judaísmo nunca ha visto un valor efectivo en el celibato ni en la castidad.
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