
La manifestación silenciosa fue un triunfo moral y político del movimiento estudiantil, pero no cambió la actitud intransigente de las autoridades. ¿Qué hacer en esta situación? Aunque el éxito de la marcha levantó momentáneamente el entusiasmo de los estudiantes, lo real es que en las asambleas los signos de desaliento se hacían cada vez más frecuentes. ¿Debía el CNH levantar la huelga? En su mayoría, los líderes estudiantiles se negaban a hacerlo, tenían la esperanza de que se diera un cambio en la conducta oficial (esperanza alimentada por el gesto de apertura de la Secretaría de Gobernación, no aprovechado por el Consejo; además consideraban que era ilógico que las autoridades pusieran oídos sordos a expresiones políticas tan multitudinarias como las que el CNH había encabezado). En realidad, la marcha silenciosa dio nueva energía al movimiento, pero también introdujo confusión en la mente de los líderes estudiantiles que perdieron de vista que, ante la nueva conducta de represión del gobierno, en realidad, el movimiento se hallaba a la defensiva. El momento de ascenso se había perdido. Las cosas iban ahora para abajo. Frente a estas circunstancias, el Consejo adoptó la política de enviar cartas a las autoridades (Presidente de la República, Secretario de Gobernación, Regente de la Ciudad, etc.) pidiéndoles que accedieran a dialogar con los estudiantes. Pero las autoridades se negaron a atender las cartas que les envió el CNH. Hubo, asimismo, contactos discretos (no públicos) de miembros del CNH con algunos funcionarios (Alfonso Corona del Rosal, Alfonso Martínez Domínguez, Guillermo Martínez Domínguez, Lázaro Cárdenas y otros) pero de estos encuentros tampoco salió nada. Este fue un momento de grave retroceso del movimiento.
—No volvieron a salir a la calle—Dijo Mónica.
—No exactamente, la actividad de las brigadas continuó, aunque más reducida, pero en las calles se libraba una auténtica guerra sucia contra el movimiento estudiantil. La persecución de estudiantes se agravó y las detenciones aumentaron. Los ataques contra el movimiento se incrementaron hasta grados nunca antes vistos; se echó mano de todo tipo de recursos innobles para tratar de destruir la imagen del movimiento. Por ejemplo, al concluir la manifestación silenciosa, los estudiantes y maestros que regresaron al Museo de Antropología por sus vehículos se encontraron con que éstos habían sido destrozados por un grupo numeroso de sujetos enmascarados con aspecto de militares. Las acciones de provocación se multiplicaron: jóvenes no identificados, distribuían volantes apócrifos que atribuían al movimiento estudiantil declaraciones absurdas (algunas en las que se hacía mofa de los héroes nacionales); supuestos miembros de las porras, haciéndose pasar por estudiantes, subían a los autobuses del transporte público y vejaban a mujeres y personas de la tercera edad; en la calle, sin motivo, estallaban balaceras; en algunos casos estudiantes que hacían pintas en bardas o que distribuían volantes fueron perseguidos y baleados por la policía; en un día determinado, seis policías vestidos de civil fueron “descubiertos” por los estudiantes y se creó en las escuelas una paranoia contra la infiltración. En fin, el repertorio de trucos sucios fue interminable. Pero lo más grave fueron los ataques terroristas contra las escuelas. Después del informe presidencial, un grupo de diez individuos secuestró y desapareció a un estudiante que vivía en la Unidad Nonoalco; en esas mismas fechas, sujetos desconocidos comenzaron a disparar en el Casco y en Zacatenco, ráfagas de metralla. Pero lo más grave sucedió el 20 de septiembre, cuando un grupo numeroso de individuos de aspecto militar y embozados, que portaban un guante blanco en la mano izquierda, asaltó la Preparatoria 4 de Tacubaya; una vez adentro, hicieron innumerables destrozos y secuestraron a varios estudiantes. Esa misma anoche, el edificio del Colegio de México (en Guanajuato) fue ametrallado en una acción similar. El tercer acto terrorista fue en la Vocacional 4: los atacantes eran, dicen los testigos, 150 y descendieron disparando contra el edificio, incendiaron el auditorio y los archivos escolares, después secuestraron a varios alumnos. Estos estudiantes declararon que sus secuestradores portaban un guante blanco en la mano izquierda y que se comunicaban entre ellos identificándose como miembros del Batallón Olimpia.
—¿Qué hicieron el 15 de septiembre? –Preguntó Estrada.
—Ese día se organizó un festejo bajo la forma de kermés en Ciudad Universitaria y en Zacatenco. En C.U. se congregaron algunos miles de estudiantes, hubo música, comida, refrescos, juegos, etc. Este inocente festival fue tomado como pretexto por los medios de comunicación para lanzar una nueva avalancha de ataques contra los estudiantes. Entre ellos se creó un frente común para atacar al movimiento. Un hecho excepcional fue la publicación en Excelsior de una entrevista a Marcelino Perelló, quien defendió al movimiento estudiantil y sus palabras tuvieron buena recepción pública. Cuando todo mundo pensaba que el conflicto comenzaba a empantanarse, inopinadamente, ante la incredulidad del público, se produjo la ocupación militar de Ciudad Universitaria (18 de septiembre). Fue un nuevo ataque brutal contra la Universidad. En una operación torpemente realizada, 10 mil soldados que, con tanques, camiones y otros vehículos, se apoderaron de todos los recintos universitarios. La ocupación se hizo en poco tiempo. Lo primero que hicieron los atacantes fue rodear el edificio de rectoría y obligar a que el secretario de la UNAM, Jorge Ampudia, les entregara las llaves del edificio. El Estadio Olímpico fue rodeado por miles de soldados y decenas de tanques; en otra maniobra aparatosa que pretendía, evidentemente, aumentar el efecto disuasivo de la acción militar, se dispusieron dos columnas de soldados a lo largo de Insurgentes, hasta llegar a Periférico Sur. Los automovilistas, al ver esto, reaccionaban con asombro y temor. Esta operación, torpe, salvaje e infame fue dirigida por los generales Gonzalo Castillo Urrutia y José Hernández Toledo. La tropa entró a los edificios y capturó a todas las personas que ahí se encontraban, un total de mil 500, entre ellos numerosos padres de familia que comenzaban a organizarse para dar apoyo a los estudiantes. Entre las figuras públicas relevantes detenidas estaban Eli de Gortari, Ifigenia de Navarrete, Félix Barra, Armando Castillejos, Francisco Valero Recio (que era general retirado), Rosa Bracho, Eugenia Valero Becerra, Rosario Peniche, etc. Durante horas, Ciudad Universitaria fue escenario de excesos militares. Cuando la operación terminó se supo que en ella no había sido localizada arma de ningún tipo y tampoco se había detenido a ninguna persona ajena a la Istitución. La ocupación volvió a sacudir al país. La reacción de indignación fue enorme. A la mañana siguiente miles de estudiantes y profesores se congregaron en los accesos de C. U. y confrontaron a la soldadesca, mientras tanto, las brigadas volvieron a salir a la calle para denunciar la nueva desmesura de corte fascista en que había incurrido el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz. Ese mismo día, el rector Barros Sierra hizo pública esta declaración: “La ocupación militar de Ciudad Universitaria ha sido un acto excesivo de fuerza que nuestra casa de estudios no merecía. De la misma manera que no mereció nunca el uso que quisieron hacer de ella algunos universitarios y grupos ajenos a nuestra institución. La atención y solución de los problemas de los jóvenes requieren comprensión antes que violencia”. Esta declaración fue respondida de inmediato por una feroz campaña contra la persona del rector. Entre los críticos destacaron, por su ruindad y vileza, Pedro Ojeda Paullada, Jorge de la Vega Domínguez, Luis M. Farías, José de las Fuentes Rodríguez, y Octavio Hernández. Esta campaña llevó al rector Barros Sierra a presentar su renuncia el 23 de septiembre al mismo tiempo que declaraba: “Los problemas de los jóvenes sólo pueden resolverse por la vía de la educación”. Sin embargo, este acto suscitó como reacción una avalancha inconmensurable de expresiones en su apoyo de alumnos, maestros, directores, colegios profesionales, intelectuales, artistas, etc. Pero fueron sobre todo los estudiantes —incluyendo al CNH—quienes manifestaron con mayor energía su solidaridad con el rector. A la postre, la renuncia no fue aprobada por la Junta de Gobierno de la UNAM… lo cual fue una nueva cachetada en el rostro para el Presidente de la República.
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