Opinión

El enigma populista

El enigma populista

El enigma populista

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

El populismo en el gobierno ha resultado una desilusión, no ha mantenido sus promesas, es retrógrado e ineficaz y ni siquiera logró acercar al “pueblo” a la democracia tal y como se demostró en la última elección federal, en el fracaso de su consulta popular y como se verá próximamente, en las votaciones para la revocación de mandato. Muchos de sus electores han dejado de creer en los prometidos atajos para mejorar nuestra democratización y ahora perciben la profunda demagogia de su actuar. Han perdido un gran sector del electorado que en el pasado votó por ellos, creyendo en sus falsas propuestas de redención social. Diletantes, hábiles comunicadores y aspirantes a dictadores se han dado cuenta que la ola populista finalmente se ha topado con la realidad. Aunque el populismo no ha sido totalmente derrotado, ya evidenció sus límites y ante este nuevo panorama cabe la pregunta: ¿qué ha sucedido y sobre todo que sucederá con nuestra democracia?

Lo primero que se debe reconocer es que la democracia liberal se mantendrá como la última ideología política después del declive del populismo y que los ciudadanos intensificarán su crítica a la clase política tradicional, acusada de haber sacrificado el interés colectivo en favor de sus objetivos partidarios incluso bajo la deriva autoritaria que padeció nuestro país. Lo segundo, que la ciudadanía competente constituye un elemento clave para transformar las relaciones entre las clases dirigentes y la sociedad, y sobre todo, entre gobernantes y gobernados. Un rol que ha sido desempeñado por las clases medias durante los últimos tiempos. Por último, que a pesar de todo, los ciudadanos se encuentran desencantados y con la impresión de no poder controlar su destino con medios democráticos y que por ello muchas veces, consideran recurrir a medios no democráticos para hacerse escuchar, asumiendo que también pueden convertirse por ese desencanto, en la base electoral de otros gobiernos populistas.

En este contexto, distintas voces intelectuales e interpretaciones politológicas coinciden en identificar que el mayor desafío de nuestro proceso de democratización está representado por su debilidad institucional. Ellas pudieron ser utilizadas dócilmente ya sea para afectar a los enemigos del régimen o para someter la acción pública a los dictados presidenciales. Padecemos una debilidad estructural incapaz de defender eficazmente a nuestra democracia de sus enemigos internos. Como ha quedado demostrado, cualquier alternancia en el poder en un sistema democrático acarrea nuevos desafíos e incluso riesgos desconocidos. Por ello, también ocurren periódicas crisis que afectan en su conjunto al régimen. El concepto de “crisis de la democracia” no es nuevo y por el contrario, es un problema congénito inscrito en su ADN de sistema plural y abierto, y por lo tanto, siempre discutible e inevitablemente vulnerable, precario y sometido a innumerables interpretaciones. Pareciera que todos los pilares de nuestro edificio democrático se fracturaron con suma facilidad.

Frente al desánimo nacional que produjo el populismo a través de la politización del pesimismo nostálgico, será necesario que la ciudadanía responda con una visión inédita, ingeniosa y llena de esperanza sobre lo que somos, lo que tenemos en común y lo que podemos conseguir conjuntamente. Servirá una nueva ingeniería política para proteger estructuralmente a nuestra democracia de los peligros que continuarán acechándola. Se trata de identificar las posibilidades de un mundo mejor que se encuentran detrás de las modernas revoluciones ciudadanas. Quizá ha llegado el momento de trascender el debate sobre la utilidad de los partidos políticos tradicionales, para regresar a razonar sobre “el hacerse Estado” de los grupos subordinados y sobre su capacidad hegemónica, si lo que se desea es gestionar exitosamente nuestra transición hacia una civilidad postpopulista.