Cultura

El lago de los cisnes y su mística que lo ha hecho perdurable

Bailarina de ballet realizando una piroutte.
Bailarina de ballet realizando una piroutte. Bailarina de ballet realizando una piroutte. (La Crónica de Hoy)

La danza y la música siempre han ido de la mano aunque pueden existir la una sin la otra, y hasta se puede bailar sin música, con sólo ritmo o con ruidos como muchas propuestas dancísticas contemporáneas que se hacen mal acompañar de un ruidero electrónico post moderno. Música y danza han realizado un maridaje digno de los dioses y compiten por la celestial hegemonía. Hay ballets como La Fille mal gardée (1789) que han cambiado varias veces de música, la original era de Peter Ludwig Hertel (1817 – 1899)  hasta llegar a su forma actual donde toman prestados fragmentos musicales de las óperas Il Barbiere di Seviglia, de Rossini, y L’ elisir d’amore, de Donizetti.

Hubo músicos especializados en componer partituras para ballet y otros como Piotr Ilich Tchaikovsky (1840 – 1893) que ya era famoso por sus sinfonías, conciertos y óperas antes de pensar en escribir ballet. Tchaikovsky compuso su primer ballet, El lago de los cisnes, cuyo estreno fue en el teatro Bolshói de Moscú en 1877 con una coreografía de Julius Reisinger. La obra no gustó pese a la soberbia partitura de Tchaikovsky que por revolucionaria no fue bien comprendida; la crítica argumentó que la música era demasiado compleja para ser una pieza de ballet. Modest Tchaikovski, hermano del compositor comentó entonces: “La pobreza de la escenografía y el vestuario, y la producción en general, la ausencia de destacados intérpretes, la debilidad imaginativa del coreógrafo, y, por último, la orquesta,  todo esto junto permitió al compositor con buena razón echar la culpa del fracaso a los demás”.

Tres años después, en 1880, se reestrenó la obra con una nueva coreografía, ahora de Joseph Hansen. El lago de los cisnes tuvo un mejor recibimiento pero fue objeto todavía de algunas revisiones estructurales después de la muerte del compositor ocurrida en 1893. Vino entonces una tercera revisión de 1895, que es la que conocemos hoy día, con coreografía de Marius Petipa y Lev Ivanov.

Tchaikovsky siempre tuvo una muy mala opinión de la música para ballet compuesta por especialistas hasta que estudió a fondo la obra del italiano Cesare Pugni y el austríaco Leon Minkus, y quedó impresionado por la variedad casi ilimitada de contagiosas melodías contenidas en sus partituras. Tchaikovsky llegó a admirar la música de Léo Delibes, Adolphe Adam y Riccardo Drigo. “Escuché el ballet Sylvia de Delibes... qué encanto, qué elegancia, qué riqueza de melodía, ritmo y armonía. Me avergoncé, porque si hubiera sabido de esta música entonces, yo no habría escrito El lago de los cisnes”. Tchaikovsky también admirada mucho la partitura que Adam compuso en 1844 para Giselle.

Indudablemente que los tres ballets de Tchaikovsky han perdurado, sobre todo por la belleza de su música y lo mismo puede decirse de muchos otros de diversos autores, ballets cuya coreografía o argumento no son lo suficientemente sólidos como su embelesante música.

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