Opinión

El Papa Francisco y la playera del Cruz Azul

Francisco Báez Rodríguez
Francisco Báez Rodríguez Francisco Báez Rodríguez (La Crónica de Hoy)

Entre las muchas anécdotas de la visita del Papa a México, hay una que me parece reveladora: en las inmediaciones del Zócalo, algún aficionado del Cruz Azul lanzó una camiseta de su equipo al Papamóvil. Lo hizo con tino, pues Francisco atrapó la playera al vuelo, y dibujó una amplia sonrisa.

La intención del aficionado, me dicen, era que el obsequio, al pasar por las manos del Papa, sirviera para terminar con la mala racha de la escuadra, que lleva 36 torneos sin conseguir el campeonato. Si Bergoglio ya le hizo el milagrito al San Lorenzo de Almagro, equipo de sus amores, ¿por qué no habría de hacerlo con un equipo al que además, apodan, “la máquina celeste”?

Durante la visita de Francisco, queda clara la impresión de que el aficionado del Cruz Azul no está solo, que hay muchos que esperan que el Papa les conceda milagros. O cuando menos, algo parecido.

Es sabida la propensión popular a considerar a los Papas como taumaturgos, personas que por intercesión divina son capaces de hacer actos milagrosos. Se les suele ver como una suerte de santos vivientes. La que era menos conocida –pero se ha hecho evidente– es la intención de personajes públicos de brillar en la luz de la popularidad –o el rating– de Francisco.

Creo que detrás está la misma desesperada lógica cruzazulina: “si me pongo cerca del Papa, si hago que me vean con él, me tocará aunque sea un cachito de su popularidad y carisma”, o “si transmito mañana, tarde y noche sobre la visita, me cargaré la audiencia que vendo, más allá del viaje papal”.

Entiéndase. No ha habido un solo jefe de Estado o de gobierno, nacional o local, de cualquier tendencia política, que no haya querido aprovechar una visita papal para sí. Ahí está Raúl Castro como ejemplo. Lo que es diferente es el ansia de sacar provecho. Y lo que es problemático es que se note, porque indica que el ansia se come a la necesaria discreción. Y ya sabemos que el ansia es mala cuando se busca una meta, como el Cruz Azul lo ha comprobado desde hace varios años.

Hay ciertos milagros que ni siquiera un pontífice popular es capaz de hacer. Por una parte, porque la transubstanciación de la popularidad tiene sus límites; por la otra, porque un pontífice popular normalmente trae su propia agenda, y esa no siempre es la misma que la de los gobernantes.

Ha sido el caso en esta ocasión, como era de esperarse, tratándose de Francisco.

El Papa criticó, ante un auditorio privilegiado, la búsqueda del “camino de privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos”. Lo hizo duro: es el camino que abona a la corrupción, el narcotráfico y la violencia. Y para que quedara claro, señaló que no se trata “sólo de un asunto de leyes que requieran de actualizaciones y de mejoras”, sino de formación de responsabilidad personal.

Pero tal vez la agenda que más interese al Papa sea la interna. El regaño al alto clero mexicano –ese que pasó por delante del gabinete, pero detrás de los cantantes de Televisa, en la salutación del aeropuerto– viene de una pugna lejana entre dos concepciones de la Iglesia. En ese sentido se puede leer la visita a la tumba de Samuel Ruiz: “en política, la forma es fondo”.

No se trata simplemente de que la iglesia mexicana sea conservadora. También el Papa lo es, a su manera. Se trata de que la parte más conspicua del clero ha puesto por delante sus relaciones con el poder material, empresarial y político, y ha dejado atrás de la valla a su grey.

El resultado, y lo que más preocupa al jefe de la Iglesia Católica, ha sido una caída en la participación comunitaria. En términos religiosos, México no es el mismo país que visitara Juan Pablo II en 1979. El porcentaje de quienes se declaran católicos ha caído 9 por ciento (una tasa menor a otras naciones de América Latina), pero sobre todo, ha disminuido notablemente la asistencia a los templos. Menos de uno de cada cinco mexicanos lo hace una vez a la semana.

En el entendido de que el fervor que queda es predominantemente guadalupano y sincrético, que es donde están las masas, hacia allí se ha movido el Papa, que será muy simpático y devoto, pero ante todo es un político.

Nada de esto parece hacer mella en quienes, tras aplaudir o reseñar con entusiasmo las palabras y cada acto mínimo del visitante, hacen caso omiso de su significado. Hay en ellos un análisis de la visita que tiene la misma profundidad de un charco: el tipo tiene buena imagen, es popular, brillemos con su luz prestada. Y que, en el ínterin, el Estado laico siga durmiendo el sueño de los justos.

San Lorenzo de Almagro, el equipo de futbol, se coronó en la liga argentina y también ganó la Libertadores. Para ello no le bastó encomendarse a su hincha más famoso: entrenó, se reforzó correctamente, mejoró su táctica y de seguro tuvo un buen ambiente en el vestidor. No pensó que como el Papa se había puesto la playera, tenía el camino allanado.

Por eso, si el Cruz Azul mexicano no cambia radicalmente, seguirá en las mismas. No importan el gesto o el tino casi heroico de su hincha-creyente. Lo mismo vale para quienes, prelados o políticos, quieren obtener ganancias fáciles de esta visita. No las han tenido y no las tendrán.

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