Opinión

El Paso y la retórica trumpista

El Paso y la retórica trumpista

El Paso y la retórica trumpista

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Una de las características negativas de los tiempos que corren es el retorno del fanatismo político y social. Una de las expresiones más crueles de ese fanatismo es la de los actos terroristas. Uno de los actos terroristas que más se repite es el de las matanzas indiscriminadas en Estados Unidos. La que se perpetró en El Paso, dirigida contra los mexicanos, es sólo el ejemplo más reciente.

En EU hay una notable reticencia a llamar a este tipo de actos por su nombre. Existe una resistencia social-patriótica a admitir que, en el seno del que se autocalifica como el mejor país del mundo, se generen células cancerosas que practican el terrorismo doméstico. Pero a las cosas vale llamarlas por su nombre.

Ha habido actos terroristas con una clara matriz política de ultraderecha, que inician con el perpetrado por Timothy McVeigh en Oklahoma, en 1995, en el que murieron 168 personas. En años recientes, la naturaleza racista, nativista y xenófoba de algunos de los actos terroristas de extrema derecha se ha hecho evidente, como la masacre de la iglesia de Charleston, contra afroamericanos y el del Walmart, contra mexicanos y mexicoamericanos. Pero tampoco puede descartarse que otras matanzas tengan como objetivo generar la zozobra colectiva, más allá del supuesto estado mental de los agresores.

La sobreabundancia de estas matanzas en los últimos años se ha atribuido a una gran diversidad de factores, y es obvio que todos están presentes de alguna u otra forma, desde los videojuegos de violencia extrema, hasta la falta de atención a los problemas de bullying o de salud mental. Pero es de llamar la atención cómo, si el asesino es un blanco, se hace hincapié en estos temas, y no en la siembra de odios desde la red de parte de grupos radicalizados y tampoco en cómo, desde la Casa Blanca, Donald Trump ha otorgado la carta de ciudadanía a este tipo de expresiones.

Según encuestas recientes, el racismo entre los blancos en Estados Unidos va a la baja. Pero, contemporáneamente, según los mismos estudios, se ha hecho más común que quienes sí son racistas, expresen de manera abierta sus prejuicios, lo que antes no hacían. ¿Qué cambió?

Cambió la retórica desde el poder. La del presidente de Estados Unidos legitimó las expresiones prejuiciosas. Distintos estudios han encontrado que actitudes racistas contra los grupos que han sido objeto de las declaraciones de Trump, como los musulmanes o los inmigrantes, se hicieron más aceptables después de su elección. En pocas palabras: la elección de Trump no hizo a los estadunidenses más racistas, pero envalentonó a los que ya lo eran.

Trump utilizó, desde su campaña, la política de identidades para granjearse los votos electorales suficientes. Apela, en  primer lugar,  a la ansiedad de los hombres blancos que sienten que han perdido poder e influencia, en un país de diversidad creciente.

Cuando el envalentonamiento llega a grupos marginales y se acomuna con una capacidad, antes impensable, para influir a través de las redes de internet, se genera el caldo de cultivo para el crecimiento de grupos supremacistas blancos de diversa calaña, y con ellos, al terrorismo propiamente dicho.

Aquí juega también otra de las estrategias políticas de Trump. Ataca constantemente a los medios tradicionales, los que utilizan a periodistas profesionales, contrastan las noticias con los hechos y verifican fuentes y datos. Eso abre espacios de credibilidad a medios de propaganda pura, que se basan en los prejuicios de las personas, manejan a menudo teorías conspiracionistas y se fundan en una plataforma de falsificación. Lo que buscan los falsarios en todo el mundo —y me viene a la mente Steve Bannon, como ejemplo principal— es usar sus redes “alternativas” para dirigir la frustración popular y obtener el control de la población.

A todo esto hay que sumarle que en Estados Unidos, protegidos en una interpretación llevada al absurdo de su Segunda Enmienda constitucional, existe un acceso libérrimo a armas de fuego, incluidas las armas de asalto capaces de efectuar masacres. Lo que hace eso es facilitarle las cosas a los extremistas, desde las viejas milicias de Michigan hasta los asesinos solitarios con su AK-47 y sus cientos de balas.

La derecha estadunidense, de la que salen los terroristas, defiende a capa y espada el derecho sacrosanto a la portación de armas, así sean instrumentos de guerra capaces de matar a cientos. Y el presidente Trump se hace eco, a cada rato, de esa defensa. También es un gran negocio, cuyos efectos mortales llegan a otras partes del mundo, México entre ellas.

En resumen, no es un sinsentido señalar que la retórica trumpista tiene que ver con la más reciente matanza, en la que fallecieron ocho mexicanos, ni que es intrínseca al ascenso de las vejaciones racistas en Estados Unidos, y tampoco que es cómplice del gran negocio de la venta de armas, que acaban cobrando vidas en muchos países.

Por lo mismo, es de esperarse una actitud más firme de parte del gobierno mexicano ante la agresión en curso. Se trata de un ataque terrorista de los supremacistas blancos contra nuestros ciudadanos y no debemos permitir que el presidente de Estados Unidos haga caso omiso de ello, por mucho que quiera reelegirse.

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