
Marco Antonio Chavarín González *
En 1869, el escritor Tomás de Cuéllar (1830-1894) publica en San Luis Potosí su primer novela de largo aliento, El pecado del siglo. Novela histórica [Época de Revillagigedo-1789]. En este extenso texto de más de quinientas páginas, su autor hace una defensa, desde una postura positivista, de la educación científica como el elemento básico para que el individuo fuera capaz de funcionar adecuadamente en la sociedad. Esta particularidad argumentativa y/o didáctica, cuyo reconocimiento molesta a algunos críticos contemporáneos, es muy común encontrarla en la narrativa mexicana del siglo xix. Ya Monsiváis señala, en Las herencias ocultas de la Reforma liberal del siglo xix, que la literatura entonces servía de guía para que las lectoras supieran cómo comportarse en cuestiones del corazón. Por ello, y cómo ha señalado Jorge Volpi, en su ensayo Leer la mente. El cerebro y el arte de la ficción (2011), la literatura puede cumplir una función y ello no tiene por qué contradecir la esencia de ésta.
Debe considerarse, además, que El pecado del siglo se inserta dentro del periodo que va de 1868 a 1872, auge de la novela histórica mexicana, donde este subgénero literario, junto con la novela de folletín “una estructura novelesca similar a las actuales series de televisión” se convirtió en uno de los mecanismos argumentativos a favor de las ideas liberales decimonónicas. Así, Juan Antonio Mateos escribió novelas como El Cerro de las Campanas, El sol de mayo (ambas de 1868); Vicente Riva Palacio, Calvario y Tabor, Monja y casada, virgen y mártir y Martín Garatuza (las tres de 1868); Lorenzo Elizeaga, Mauricio el ajusticiado o una persecución masónica (1868); José María Ramírez, Una rosa y un harapo (1868); Enrique de Olavarría y Ferrari, El tálamo y la horca (1868) y Venganza y Remordimiento (1869); Ignacio Manuel Altamirano, Clemencia (1869) y Eligio Ancona, Los mártires del Anáhuac (1870).
A grandes rasgos, en El pecado del siglo se narra lo ocurrido durante los días previos y posteriores al asesinato de Joaquín Dongo, sus familiares y sirvientes en los últimos años de la Colonia. La novela se edifica sobre tres personajes históricos, Felipe María Aldama y Bustamante, Baltasar Dávila y Quintero y Joaquín Antonio Blanco —los asesinos— y sus relaciones con seis personajes ficcionales: Carlos González —criollo clase media en ascenso—, Manuel de la Rosa —español comerciante y rico del que se aprovechan los tres primeros—, Mariana Rivadeneyra —la esposa de Manuel—, Margarita Santiesteban —la querida de Aldama—, Teresa —prostituta y amante de Manuel— y Teodora —practicante de brujería, estafadora y madre verdadera de Blanco—. Existen otros personajes ficcionales como Isabel, hija de Manuel y Mariana, y novia de Carlos, Fray José de la Purísima Concepción, confesor de Mariana, Carolina, amiga de Teresa, Dolores, la vieja que vivía con Margarita, o El Cuco, un adolescente que sigue los pasos de Aldama, Quintero y Blanco; sin embargo, no son tan importantes como los seis primeros mencionados. Asimismo, resalta la presencia de Francisco Primo de Verdad y Ramos, personaje histórico, considerado como uno de los precursores de la Independencia de México.
La crítica a la mala educación se hace presente, principalmente, a partir de Primo de Verdad, un personaje elemental para la propuesta argumentativa de esta novela, pues es a partir de él que se dan los argumentos más directos sobre los problemas del sistema educativo en un debate que mantiene con un personaje ficticio, fray José de la Purísima Concepción, sobre la conducta de otro personaje, también ficticio, Manuel de la Rosa. Este último se va a vivir con Teresa yabandona a su familia, por lo que Mariana y su confesor acuden con Primo de Verdad en busca de apoyo. Es así como se permite que Primo de Verdad exponga su tesis, la que, a grandes rasgos, se limita a señalar que el comportamiento negativo de don Manuel se debe a una educación carente de los principios científicos básicos y asentada, solamente, en supersticiones. Cuéllar también aprovecha a Aldama para evidenciar los peligros de un individualismo exacerbado en la idea de que el fin justifica los medios y de que el mundo pertenece a los más fuertes, una forma de pensar que lleva, a este personaje, a la conclusión de que robar está doblemente justificado y que, como en un edén para la delincuencia, sólo es necesario estirar el brazo para hacerse de lo que se quiere.
Sin embargo, el pasaje más importante de la novela es el que se dedica a narrar los asesinatos de las once personas ―asesinatos descritos bastante gráficamente: machetazos y cráneos destrozados no faltan―, y lo es principalmente por dos razones; primero, porque confirma que la novela está construida con base en el contraste, a partir del que se explicita la violencia de manera detallada y, segundo, porque su colocación casi al final del libro sugiere que Cuéllar quería usar su novela como una especie de texto ejemplarizante, mostrando lo negativo de la educación del momento y por qué era necesario reflexionar sobre ella. La narración de los asesinatos funciona, entonces, como otra prueba de que urgía un cambio en el paradigma educativo.
Si bien, en tan pocas páginas, no es posible hacer un recuento completo de todas las particularidades de una novela como El pecado del siglo, de José Tomás de Cuéllar, quise hacer una rápida revisión de lo que a mi consideración son algunos de los elementos sobresalientes de esta novela [que puede ser leída legal y gratuitamente en línea, en su primera edición de 1869 en https://archive.org/details/elpecadodelsiglo00cuel, un texto que respondiendo a los problemas inmediatos de su tiempo establece un diálogo con la sociedad de entonces para dar cuenta de lo que para su autor era un problema básico que había que resolver y que era considerado como una herencia directa del pensamiento conservador de la Colonia. Muy importante, sin embargo, resulta dejar en claro que la literatura, antes y ahora, es más que un artículo de adorno un discurso que, por lo regular, se construye como respuesta a una realidad determinada y que su lectura posibilita el diálogo y la empatía con el otro, elementos básicos para que una sociedad funcione. ¿Qué cosa más urgente hay en nuestros días?
* Doctor en Literatura Hispánica por El Colegio de México Investigador de El Colegio de San Luis
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