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El soldado que murió un minuto antes del fin de la Gran Guerra

El último. Henry Gunther, un estadunidense de Baltimore hijo de alemanes recibió una ráfaga de ametralladora a las 10:59 de la mañana del 11 de noviembre de 1918, y convirtió su estúpida muerte en paradigma de una guerra absurda que cambió Europa para siempre

Soldado francés de la Primera Guerra Mundial
Soldado francés de la Primera Guerra Mundial Soldado francés de la Primera Guerra Mundial (La Crónica de Hoy)

Este domingo se conmemora el 100 aniversario del fin de la Primera Guerra Mundial, llamada Gran Guerra hasta que llegó la Segunda. El conflicto había empezado en julio de 1914, y cuatro años y tres meses después llegaba a su fin con un armisticio que puso punto y final a un reguero de muertes, entonces sin precedentes. Según las estimaciones más altas, hasta 35 millones de personas perdieron la vida en el conflicto.

Pero empecemos con un poco de contexto: Todo empezó el 28 de junio de aquel año, cuando al archiduque Francisco Fernando de Austria fue asesinado en Sarajevo a manos de un ultranacionalista serbio. El crimen desató una crisis diplomática entre el Imperio Austro-Húngaro y el Reino de Serbia, que escaló hasta provocar que, en cadena, entraran en vigor las distintas alianzas militares forjadas en los años previos a raíz de las tensiones imperialistas.

El imperio Austro-Húngaro invadió Serbia, que estaba apoyada por Rusia. Rusia, a su vez, formaba parte de la Triple Entente, con Reino Unido y Francia. Esto movilizó a sus ejércitos, lo que llevó al Imperio Alemán, aliado con el Austro-Húngaro, a responder al ataque. Lo que siguió, fueron años de una sanguinaria guerra de trincheras, donde los metros ganados un día se perdían al siguiente.

La Gran Guerra fue, además de una contienda brutal, un verdadero campo de pruebas, con la aparición de los primeros aviones militares, ametralladoras e incluso de la guerra bacteriológica.

Tras la entrada en juego de Estados Unidos, se hizo evidente la debilidad de las Potencias Centrales (Alemania y Austria Hungría, apoyadas luego por el Imperio Otomano) ante los aliados. Aunque Rusia se había retirado de la guerra el año anterior tras estallar la revolución, las protestas se propagaban en Alemania ante la creciente carestía. El armisticio se hizo imprescindible.

LA ESPERADA FIRMA. En un vagón de tren en medio del bosque de Compiègne, cerca del frente norte francés, emisarios de los dos bandos firmaron el acuerdo que ponía fin a las hostilidades. Eran las 05:10 de la mañana del 11 de noviembre de 2018, pero no entraría en vigor hasta las 11:00 de la mañana, hora francesa.

En aquellas horas de espera, los mandos militares tenían dos opciones: La lógica, que era abortar misiones y ordenar esperar tranquilamente a que el reloj diera la hora, o la estúpida: Tratar de hacer méritos de última hora. La gran mayoría optó por relajarse, pero algunos, como Harry Truman, quien luego fue presidente de EU, optaron por ser necios. En total, se calcula que en aquellas cinco horas y cincuenta minutos murieron absurdamente unos 2 mil 500 soldados.

EL ÚLTIMO SINSENTIDO. El último de todos ellos fue Henry Gunther, un joven estadunidense de 23 años que había salido de Baltimore para acabar en el frente galo, concretamente, en Chaumont-devant-Damvillers, situado a poco más de 200 kilómetros al este de donde se había firmado el armisticio.

Curiosamente, el destino quiso que su muerte fuera de lo más estúpido y absurdo, sirviendo como irónico colofón para cuatro años de destrucción y sinsentido. Gunther, que era descendiente de alemanes, había empezado como soldado raso, y había logrado llegar a sargento durante las refriegas. Sin embargo, tuvo la mala idea de mandar una carta a unos amigos explicando las malas condiciones que sufría en las trincheras, y recomendándoles que ni se les acudiera enrolarse en el ejército. Censores militares encontraron y leyeron aquella carta, y le degradaron de nuevo a soldado raso.

La degradación hirió profundamente a Gunther, que lo vio como una deshonra. Por ello, mientras los minutos se evaporaban entre la niebla que separaba la trinchera aliada de la alemana, el joven de Baltimore decidió que era su última oportunidad para hacer una heroicidad que le retornara el honor y el rango perdidos. Se levantó entre sus compañeros, cargó la bayoneta y salió corriendo hacia la trinchera enemiga, desoyendo los gritos para que se detuviera y no cometiera una estupidez.

Los soldados alemanes quedaron tan estupefactos como sus compañeros y, viendo con incredulidad sus intenciones, le dispararon al aire, claramente sin intención de atinarle, para que desistiera. Pero no lo hizo. A un minuto para las 11, los nidos de ametralladora aún estaban cargados, y los alemanes no tuvieron más remedio que apretar el gatillo.

En el cementerio de Baltimore, donde enterraron sus restos, todavía se levanta del piso de tierra una placa que reza: “Sargento Henry Gunther: 313 batallón de la 79 división de infantería. 6 de junio de 1895-11 de noviembre de 1918. Altamente condecorado por su excepcional valentía y acción heroica que resultaron en su muerte un minuto antes del armisticio”.

Irónicamente, Gunther no sólo recuperó el rango de sargento a título póstumo, sino que su estupidez le valió pasar a la historia, aunque sea con un honor algo dudoso.

LA HUMILLACIÓN. El armisticio imponía unas condiciones durísimas a Alemania para poner fin a la guerra, y estas condiciones quedaron no sólo rubricadas sino que fueron ampliadas con la firma del Tratado de Versalles, ocho meses y medio después.

El tratado fue una venganza en toda regla contra las potencias rivales, pero especialmente contra Alemania. Se decretó el traspaso de los territorios de Alsacia y Lorena a Francia, de la mayor parte de Prusia Occidental y Posen a Polonia, y se le arrebataron casi todas sus colonias.

Además, se impuso a Alemania un durísimo embargo de bienes materiales y recursos naturales, así como restricciones extremas a su ejército y una multa económica que pagó durante décadas. Estas medidas destruyeron el sector industrial germano, lo que, sumado a la deuda que generaron las indemnizaciones, provocó una inflación récord en el país. Esto, sumado al profundo sentimiento de humillación que generó el Tratado de Versalles, desencadenó la llegada al poder de Adolf Hitler. Y el resto, como se dice, es historia.

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