Opinión

Elogio de la vida retirada

Elogio de la vida retirada

Elogio de la vida retirada

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

¡Qué descansada vida

la del que huye del mundanal ruido,

y sigue la escondida

senda, por donde han ido

los pocos sabios que en el

mundo han sido.

Fray Luis de León

Aristóteles consideraba que el hombre es un animal político, vinculado a la ciudad y a sus espacios más representativos: el ágora, los templos, el teatro, los mercados y jardines; las academias y pórticos; los gimnasios y las áreas deportivas; todo ello en oposición al bárbaro troglodita, que vivía en las cavernas o en el bosque, ajeno a la vida civilizada de las urbes.

Desde aquellas lejanas épocas, la polis o ciudad fue considerada como el espacio ideal para el desarrollo social, porque garantizaba a las personas su derecho a la propiedad privada, al comercio, a la seguridad, a la protección de las leyes y a la solidaridad comunitaria, en los casos de aflicción y mala fortuna.

Las Ciudades Estado, además de proveer la justicia y los bienes materiales para sustentar la vida, ofrecían a sus habitantes una identidad espiritual, integrada por un conjunto de valores religiosos, morales, éticos y culturales que permitían asegurar, a todos los ciudadanos, una visión de mundo semejante, basada en una tradición y en un sistema educativo encargado de preservarla.

Sin embargo, la ciudad no sólo ha sido un espacio protector de sus habitantes, a menudo se ha convertido, según sus críticos, en una fortaleza para los vicios, el crimen, la corrupción de las juventudes y la propagación de las pandemias de todo tipo, debidas al hacinamiento y las condiciones insalubres en que viven los sectores marginados.

Surge entonces, en el seno de estas civilizaciones, un sentimiento de rechazo a las urbes y, a la par, un deseo por recuperar el libre, genuino y original vínculo con la naturaleza. Se conjetura que el hombre y la mujer nacieron buenos en su entorno primordial, pero la sociedad los pervirtió, y por lo tanto, es necesario volver a la semilla.

En el mundo oriental, especialmente en la India, abundan las historias de los sabios que asumen la desnudez de sus cuerpos y viven en los bosques, hermanados con los elementos naturales y las fieras, sin preocuparse por las picaduras de los mosquitos y las tormentas del monzón.

En Grecia, Diógenes de Sinope se rebela contra las costumbres de la ciudad. Se convierte en un filósofo desnudo y hace sus necesidades fisiológicas en la vía pública, a la manera de un perro y por eso él y sus seguidores adquieren el nombre de cínicos (o perros, en griego).

Junto a los cínicos, nace otra escuela filosófica que se aparta de la ciudad y funda un jardín, donde el maestro Epicuro y sus discípulos se retiran para fortalecer el alma y vivir, en la plenitud del instante, los placeres de la vida. Es una especie de congregación solidaria y apartada del mundo.

Y con esta misma dinámica se establece el estoicismo de Zenón de Citio, para quien los azares del mundo, como las enfermedades, la injusticia, la pobreza, la muerte, escapan al control de los seres humanos; en consecuencia sólo nos corresponde dominar las pasiones, mediante la voluntad y la razón, lo cual nos traerá paz interior.

Pero no sólo en la filosofía se aprecia el deseo de una existencia más plena fuera de la ciudad. También en la literatura se abre paso esta nostalgia de una sociedad idealizada y más justa. El poeta griego Hesíodo recuerda la época en que el hombre vivía en una edad dorada, sin guerras ni trabajos; sin enfermedades ni miedo a la vejez, sólo entregados al buen vivir con lo que la naturaleza le proveía.

El mismo tópico es recuperado en la literatura latina por los poetas Ovidio, Virgilio y Horacio, quienes recrean la edad de oro y la suelen ubicar en la Arcadia, un lugar mítico en el norte de Grecia, habitado por pastores y deidades del bosque; espacio mítico (locus amoenus) que habrá de tener un fuerte impacto en la poesía occidental de los siglos posteriores.

Con la llegada del Renacimiento, entre los siglos XV y XVI, se fractura el sistema feudal, se refuerza el crecimiento de las ciudades en Europa, se afianzan los estados nacionales, a través de las guerras de conquista y las ciencias y las artes cobran un impulso sin precedentes.

En este contexto, los poetas recuperan a los clásicos griegos y latinos para enriquecer sus literaturas nacionales. Los italianos leen y traducen a Virgilio, Ovidio y Horacio y los difunden en España, a través de autores como Garcilaso de la Vega y fray Luis de León, quienes no sólo captan la fuerza de los nuevos estilos, sino los temas de las literaturas antiguas.

Uno de ellos es el tópico del beatus ille, que celebra la vida del campo, cuyo mejor ejemplo es la Oda a la vida retirada, escrita por fray Luis de León; obra que aspira, entre otros propósitos, a infundir el equilibro emocional en el lector, frente a los quebrantos padecidos en la urbe.

En este poema, fray Luis armoniza la tradición hebrea (la Biblia), la filosofía estoica, la poesía grecolatina e italiana con la ascética cristiana, para crear una de las joyas de la lírica universal, con raíces propiamente renacentistas.

La línea temática del poema oscila entre el rechazo a la vida urbana, al abuso de los poderosos, a la fama y las riquezas que, además de provocar angustias y peligros frecuentes, siempre están sujetas a los vuelcos de la fortuna. Por tal motivo, el poeta recomienda vivir en un huerto para apreciar el color de los frutos, el canto de las aves y el prado de verduras, bañado por un riachuelo que lo atraviesa y, en su caída musical, serena nuestro espíritu.

Bajo esta perspectiva, la vida retirada se convierte en un premio, como dice fray Luis: “Vivir quiero conmigo/ gozar quiero del bien que debo al cielo/ a solas, sin testigo,/ libre de amor, de celo,/ de odio, de esperanzas, de recelo.”

* Poeta y académicobenjamin_barajass@yahoo.com

La ciudad de México, de Juan O’Gorman.