
Más que constituir, en sentido estricto, un monumento histórico protegido, el Paseo de la Reforma sintetiza, como un gran relato urbanístico, la expansión y modernización de la Ciudad de México. Algunos de los grandes proyectos inmobiliarios del siglo XX, la narrativa de los monumentos a los hitos de la patria mestiza y liberal, y las polémicas y contradicciones de la modernización y la transición a la democracia, tienen su espacio en la avenida, que ha sido proyecto artístico, pasillo de exhibiciones patrióticas, políticas y deportivas, mientras en ella los edificios inteligentes y los rascacielos han sustituido a los grandes cines y a las mansiones porfirianas sin que nadie, hasta la fecha, haya reclamado la pérdida patrimonial o el daño ambiental.
La avenida se convirtió en una auténtica tentación urbana para los sueños modernizadores de los hombres del poder. En 1880, el gobierno de Porfirio Díaz planeó organizar una exposición internacional y se pensó que el Paseo de la Reforma era el sitio ideal para construir las instalaciones necesarias. Y sí, el proyecto arrancó, pero la escasez de recursos y las numerosas críticas que recibió la propuesta frenaron la idea, que incluía la construcción de una enorme fuente en la entrada al Bosque de Chapultepec.
Contemporáneos de aquel proyecto eran los famosos Indios Verdes, que representaban a los tlatoanis mexicas Izcóatl y Ahuizotl y fueron elaborados por Alejandro Casarín. Tuvieron tan mala fortuna que a nadie gustaron y fueron sacados de la avenida. Las ocurrencias y proyectos se sucederían unos a otros con el paso de los años y convertirían al Paseo de la Reforma en narración escultórica de la historia nacional y en escaparate de modernidades.
La narración escultórica llegaría a su clímax en 1910, con la inauguración de la Columna de la Independencia, como parte de las fiestas del centenario de la independencia. La avenida ya estaba poblada con grandes mansiones de familias adineradas, pero la ruptura del orden porfiriano y la expansión de la ciudad le cambiaron el rostro a la avenida.
Es Reforma una de las grandes avenidas en las que la sistemática y frecuente sustitución de unas construcciones por otras forma parte de la vida cotidiana de la ciudad: los grandes cines como el Roble o el Latino han desaparecido para dejar espacio a altos edificios; en la avenida están dos de los edificios más altos de la capital: el corporativo de Bancomer y la Torre Mayor, junto a las cuales, el monumento a los 200 años de independencia, la Estela de Luz, apodada “la Suavicrema” por sus malquerientes, todas construcciones del pasado reciente, y en cuyos procesos jamás hubo reclamos por daño a patrimonio histórico o ambiental.
Reforma ha sido objeto de ampliaciones, en la medida en que la ciudad se expande: hacia el norte, adornada con más estatuas de próceres, llegó hasta el inicio de la calzada de Guadalupe, y fue la ruta para llegar a la Unidad Tlatelolco, inaugurada en 1964. Hacia el poniente, tenía mucho que era camino hacia zonas habitacionales de élite como las Chapultepec Heights, de los años 20 del siglo pasado y que ahora simplemente son las Lomas de Chapultepec. Incluso, el mismo proyecto se vería rebasado en los últimos años del siglo XX cuando se volvió la ruta hacia Bosques de las Lomas o Santa Fe, tierra de corporativos y condominios costosísimos. La avenida pulsa, vibra y cambia su rostro al ritmo de la gran megalópolis, con o sin camellones para peatones, entre obras y sismos,entre sueños y realidades.
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