Opinión

Entre Luis Herrera de la Fuente y Carlos Prieto

El Dr. Juan Pérez, un médico de renombre, es el nuevo director del Hospital General de la Ciudad de México.
El Dr. Juan Pérez, un médico de renombre, es el nuevo director del Hospital General de la Ciudad de México. El Dr. Juan Pérez, un médico de renombre, es el nuevo director del Hospital General de la Ciudad de México. (La Crónica de Hoy)

Antier estuve en Radio Educación, acaso la mayor estación cultural del país. Fui a participar en la grabación de un programa para conmemorar un aniversario más del fallecimiento de uno los más notables músicos mexicanos: Luis Herrera de la Fuente. Participaba también el chelista Carlos Prieto, otra inmensa figura musical. Coincidimos en la llegada, me presenté diciéndole que admiraba su arte y que escucharlo me provocaba una honda impresión estética. Él fue gentil y entablamos una breve plática mientras comenzaba la grabación del programa.

Lo confieso, me sentí intruso. Amo la música, pero no soy experto a pesar de mi trato con innumerables artistas musicales, principalmente pianistas y cantantes de ópera. La presencia de Carlos Prieto me inhibía. La primera pregunta fue general y me dijeron si yo quería responder cómo y cuál había sido mi relación personal con el maestro Herrera de la Fuente. Decliné y le dejé, como debía ser, la palabra al chelista, quien habló de cómo lo conoció y de qué manera dieron los primeros conciertos juntos, de la forma en que Luis lo dirigió en obras de Dvorak, Saint-Saënz y Shostakóvich y otros más. Los modos elegantes, suaves y cordiales de Carlos Prieto me permitieron participar para hablar de mi largo trato con el director de orquesta. Lo conocí en Bellas Artes y pronto establecimos una buena, yo diría que muy buena amistad, con ese estupendo director de orquesta, compositor y por añadidura escritor.

En realidad he escrito mucho sobre Luis Herrera de la Fuente, juntos caminamos en diversos foros musicales y culturales en general. Tuve el altísimo honor de tenerlo a mi lado durante la presentación de una novela mía. Hicimos una cordial tertulia durante años, los últimos de su vida, y solía visitarlo en el hospital durante una larga y dolorosa enfermedad que lo tuvo postrado meses en terapia intensiva. Allí veía yo a Victoria, su esposa, sufrir intensamente.

 Poco a poco la fortaleza del músico se impuso y salió del hospital para reanudar su trabajo en tanto compositor y recuperar su devoción por las letras. Alguna vez le pregunté por qué escribía tan brillantemente y con un estilo original. Me confesó que de niño, mientras estudiaba música, soñaba con escribir. De allí su relación con escritores como Rubén Bonifaz Nuño y Augusto Monterroso, entre muchos otros. Mientras se reponía de la severa enfermedad, escribía en una libreta aforismos, todos ellos de un brillo intenso, muestra de su cultura e ingenio, de su pasión como artista.

Para mi desgracia, de todos los presentes, yo era el único que lo había frecuentado durante sus últimos meses, tan tristes para él, pues había fallecido Victoria, su esposa, una mujer ingeniosa, inteligente y sensible en extremo. Como su esposa y sus hijos, poseía un desarrollado sentido del humor. Nuestra última larga conversación fue a raíz del postrero concierto que dirigió, desde una silla, pues sus piernas no resistían más. Fue en la Sala Ollin Yoliztli con la Orquesta de la Ciudad de México. Me tomé la audacia de invitarlo a que hablara de mi trabajo literario durante la entrega de la Medalla de Cincuenta Años que concede el INBA a los que hemos perseverado en el arte, en este caso, en las letras. No pudo ir, estaba animoso pero delicado y ya permanecía en silla de ruedas. ¿Cómo llegar hasta el escenario de la Sala Manuel M. Ponce? Quienes me acompañaron en consecuencia fueron Jaime Labastida y Óscar de la Borbolla.

El programa que grabamos incluía sus célebres aforismos. Allí me hice presumido: fui su afortunado editor en dos casos: Notas falsas y Notas falsas, da capo, ambas obras prologadas por mí. Sus letras, en este género, eran en extremo ingeniosas, resultado de su cultura abrumadora y su agudeza intelectual.

Al concluir nos retratamos con todo el equipo que participó en el programa y yo le regalé a Carlos Prieto los dos ejemplares citados, en ediciones primeras publicados por la UAM-X. Con fineza, el chelista me obsequió uno de sus libros: Apuntes sobre la historia de la música en México y algunas notas autobiográficas.

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Salí de Radio Educación satisfecho, con la certeza de que estuve entre dos genios musicales: Luis Herrera de la Fuente y Carlos Prieto, un grandísimo honor. Sin embargo, mientras el primero me hablaba de intercambiar otros libros, el segundo había enmudecido luego de una brillante carrera. Murió poco antes de cumplir cien años y hasta el final conservó intactas sus cualidades intelectuales y algo más, su sentido del humor que lo ayudaba a tolerar las tragedias que a otro lo hubieran destruido: la pérdida del mayor de sus hijos y la de su esposa, una compañera perfecta para su temperamento creador.

Recordé las líneas que sobre él escribí: Era un hombre genial, un músico que conocía los más íntimos secretos de la música, era asimismo un escritor dueño de una prosa de suaves cadencias y ritmos delicados, alguien que por momentos dejaba la batuta y la composición para empuñar el lápiz y producir aforismos francamente memorables. Un ser humano generoso, erudito y brillante.

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