Metrópoli

Era un desfile triste de cuerpos envueltos en mantas blancas…

En 15 minutos de delirio fueron arrancados de entre los escombros 17 cuerpos, aunque la cifra total de víctimas por el derrumbe en la línea 12 aún sería mayor

Era un desfile triste de cuerpos envueltos en mantas blancas…

Era un desfile triste de cuerpos envueltos en mantas blancas…

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

El crujir de la grava era, en medio de la noche, señal de dolor…

Era la 1:55 de la madrugada. Habían pasado 3 horas y media del desplome de un tramo del puente elevado de la línea dorada cuando se dio la orden: “Que vengan los vehículos forenses”.

En los minutos previos, un grupo de especialistas en estructuras y protección civil había realizado pruebas para medir el riesgo de un nuevo colapso. “Estamos seguros”, fue la conclusión de uno de los hombres al mando y de inmediato comenzó la movilización.

Cuatro unidades móviles del servicio forense fueron formadas frente al derrumbe, donde cables y fierros retorcidos se suspendían en el aire como cuervos al acecho. Una cuadrilla de rescate se abrió paso por la montaña de desechos y comenzaron a escucharse decenas de pasos sobre la grava, usada de manera habitual como una plancha debajo de los rieles del metro, pero convertida ahí en el sonido de la muerte.

Se podían cerrar los ojos y el chasquido de las piedras sueltas indicaba el transitar fúnebre de una víctima más. Al abrirlos, era un desfile triste de camillas y cuerpos envueltos en mantas blancas. Las historias de obreros, estudiantes, empleados de oficina, comerciantes y demás soñadores de una de las franjas territoriales más olvidadas de la ciudad, terminaban en el compartimento de una ambulancia.

Aquel trajín funesto se extendió por casi 15 minutos. Aturdían los murmullos, los gritos desorientados del personal civil y militar concentrado en la zona. Aturdían las ráfagas de luz, el silbido de las grúas, el aullido de las sirenas y la vibración incesante de gotas de agua filtradas desde una viga tambaleante.

Agua y piedra. Piedra y agua como sello de la desdicha… Y de pronto, en esa embestida de luces y sombras, todo parecía una película cruel: la obra maldita de la línea 12, de sus vicios y corruptelas. Detrás de los vagones destripados, como carcajada del destino, sobresalía el anuncio tétrico del Cinema Tláhuac.

-Fueron 17 y uno más -dijo al final uno de los agentes ministeriales.

En esos 15 minutos de delirio habían sido arrancados de entre los escombros 17 cuerpos, aunque la cifra total de víctimas sería mayor por los fallecidos en hospitales.

-¿Por qué dicen 17 y uno más? -pregunté al ministerial, trastornado con la repartición de restos en los cuatro vehículos oficiales y con la búsqueda de indicios de identidad.

-Porque fueron 17 completos y un fragmento…

-¿Y habrá más recuperaciones?

-Por ahora son todos. Vamos a ver qué pasa cuando sea retirado el tren y los pedazos de concreto.

Cesó ahí el trabajo de rescate. Se agolpaban ya sobre avenida Tláhuac decenas de grúas de alto tonelaje, listas ya para iniciar las horas interminables de la remoción.

No eran, los rescatados, simples cifras o fragmentos. Eran esposos, padres, madres, hijas, nietos, abuelos. Eran historias de vida, de trabajo, de sueños y afectos. Lo decía el llanto de los muchachitos buscando a sus padres en la oscuridad, el sollozo de las mujeres sin rumbo…

-Me dicen que espere, pero estoy destrozada. No puedo más. Ya lo busqué en las listas de hospitalizados y fallecidos y en ningún lugar me dan informes -decía Patricia a media luz, preguntando por Sergio René, su compañero desde hace 5 años, trabajador de una empresa dedicada al mantenimiento de cámaras de videovigilancia.

“Vivimos en Valle de Chalco, este es nuestro camino normal, de regreso por las noches. Yo venía tres trenes adelante. Él quiso pasar a saludar a su mamá y se retrasó un poco. Mi única esperanza es que él siempre se venía en el último vagón. Nos comentan los de la Guardia Nacional que quienes murieron fueron los que venían en los carros de en medio”.

La catástrofe atrajo un mar de uniformados y especialistas de diversas dependencias. Lo mismo ingenieros estructuralistas y soldados, paramédicos, electricistas, peritos, topos y marinos. La confusión sobrevino a la tragedia, un escenario difícil de entender en una ciudad prolífera en infortunios. Ganó el caos, y mientras en un lado había lágrimas, en otro se desataban zafarranchos entre policías y militares.

Iban y venían voluntarios con vallas y estructuras metálicas. Las montaban aquí, allá. Las volvían a cambiar. Cerraban o ampliaban el cerco según el antojo del gritón en turno.

Aquí, descontrol. Allá lamentos y testimonios desgarradores…

“Hubo un tronido muy fuerte y de repente se fue la luz, en milésimas de segundo nos quedamos a oscuras y nos venimos unos encima de otros. No sé ni cómo salí. Fue un milagro. Ojalá fuera completo, porque no encuentro a mi amigo”, contaba a prisa uno de los pasajeros del tren: Jesús, quien corría de un lado a otro pidiendo informes de su camarada.

“Primero pensé que era un choque”, relataba Adrián, dedicado al comercio ambulante en el área aledaña a la estación Olivos.

“Luego se escuchó cómo retumbaban los fierros y cómo comenzó a cimbrarse la estructura del metro. Fue en un abrir y cerrar de ojos. Se cayó la trabe y se levantó una infinidad de polvo. Había mucha gente en la calle. Estábamos todos los vendedores, gente que caminaba, que había salido a comprar cosas o a pasear a su perro”.

-¿Y qué hicieron tras la polvareda?

-Unos se echaron a correr, porque se veía cómo los cables de luz se movían t había temor de una explosión. Algunos esperamos un momento y corrimos para ayudar. Me sorprendió que nadie gritaba, que nadie pedía auxilio, era puro silencio. Sí alcancé a ver un cerro de cuerpos. Con otro cuate ayudamos a salir a dos que estaban arriba, pero enseguida se escuchó otro tronido y mejor nos alejamos. Ya nada pudimos hacer hasta que llegaron las patrullas y las ambulancias…

Faltaban 20 minutos para las 2 de la madrugada cuando un mando de protección civil se dirigió a curiosos y periodistas con un megáfono: “Retírense lo más posible, es un espacio inseguro, puede haber más derrumbes y las grúas van a realizar maniobras”.

El área fue despejada entre engaños. Era, en realidad, el anuncio de la tristeza. En un tris, se abrió camino a las unidades forenses. Y se oyó la grava, la piedra suelta y el agua, como signo del dolor…