
[Segunda y última parte]
La idea era no escribir un libro de poemas sino otra cosa, un expediente policiaco, una novela, un análisis clínico, una obra de teatro, cuya base fuera la poesía. Éste es el método con el que Christian Peña ha escrito sus últimos libros, entre ellos Me llamo Hokusai, con el que ganó el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2014, y El síndrome de Tourette. Pero, ¿cómo consiguió plagar de poesía lo que en un principio no lo era? Sobre esto charlamos con él en esta segunda parte de la entrevista.
— ¿En qué pensabas al escribir un libro en torno al artista japonés Hokusai?
Cada integrante del grupo de Contemporáneos tiene un poema de largo aliento, y hubo un momento en que yo quería escribir uno también. En Hokusai pensé que si quería escribir un libro de poemas iba a terminar escribiendo un libro como el que todo el mundo escribe, y pensaba en lo que se preguntaba Eliseo Diego: ¿cuándo escribes un libro? Porque sucede que en la búsqueda de encontrarlo y no hallarlo no tienes de otra que escribirlo. Si yo encontrara el libro que quiero leer no tendría que escribirlo; escribo el libro que no he podido leer. Y en el caso de Hokusai nunca quise escribir un libro de poemas, pensé en escribir un catálogo razonado de una exposición, y es lo mismo que sucede con mi libro sobre Xavier Villaurrutia. Yo no quise escribir un libro de poemas, quería escribir un expediente, un expediente sobre mi exploración de la nostalgia, de la muerte, pero pensé que si lo hacía como un libro de poemas acabaría siendo un libro como todos, mejor hacer un expediente policiaco. En el caso de Hokusai son cinco cuadros, y si yo hubiera sido el curador de esa exposición ¿qué cuadros elegiría y qué diría el catálogo de esa exposición?, entonces al pensarlo como un catálogo el poema se borra, pero al borrarse es justo cuando más acontece, y por eso el libro tiene al interior notas de periódico, cartas, poemas dentro de los poemas, un expediente clínico y se vuelve una exposición sobre Hokusai a la par de los cuadros de Hokusai.
— En este libro hablas sobre la fragmentación del tiempo, ¿así hay que leerlo, como una narración no lineal?
En Hokusai lo que me interesaba era el tiempo que ocurre dentro del libro, y en realidad el libro termina en donde la historia empieza y era algo que al final, cuando tomé conciencia, pensé que no sabía si el lector terminaría de leer un libro de poemas, sé que el lector piensa que terminó de leer un libro, aunque esté la poesía ahí, pero no sé si es un libro de poemas, no me interesa que sea un libro de poemas aunque sé que lo que escribo es poesía; de lo que estoy seguro es que sé que no responde a la narrativa, sé que no responde al ensayo, sé que es un libro de diferentes cosas, pero la médula es la poesía, a pesar de tener una línea un tanto narrativa. Otra cosa que me ha interesado es que yo no quiero calzarme la piel de un personaje, ni la de López Velarde ni la de Villaurrutia ni la de Hokusai; en esto me interesa el ejercicio de la narrativa cuando se permite que armes una voz, pero más que tener una voz poética, siempre me ha interesado reconocer los ecos de mi escritura en la de otros autores para crear personajes o voces.
— Sobre crear estas voces, escribes en torno a César Vallejo en El síndrome Tourette, en torno a este padecimiento neurológico que provoca tics motores o fonéticos. Cuéntanos al respecto.
Yo crecí en San Juan de Aragón (CDMX), que no es una zona llena de libros ni de librerías, entonces en la preparatoria sabía que los libros los podía obtener de la biblioteca o me los tenía que robar. Me robé dos libros, Los heraldos negros, de Vallejo, y Los veinte poemas de amor y una canción desesperada, de Neruda. No entendí nada de Neruda, pero me sentí muy cercano a Los heraldos, y siempre vuelvo a ese verso de Vallejo que dice “Yo nací un día que Dios estuvo enfermo”. Con César Vallejo me doy cuenta que, aunque lo intento, no me he alejado de esa oscuridad de la que él habla, y me volvió a pasar cuando llegué a su Trilce, porque Trilce es la enfermedad del lenguaje de Vallejo. Entonces ahí sucedió el Tourette, que lo pensé como un montaje teatral, como un despeñadero de voces en el que hubiera algún obsesionado con ahorcar a alguien, un tourettico intenso que no deja de decir groserías o un tourettico lírico y también la voz de Vallejo quien padece el síndrome de Tourette en Trilce.
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