Cultura

“Estar viva y que te encante es un modo de protestar”: Ángeles Mastretta

ENTREVISTA. “Una buena parte de los literatos que conozco escriben para permanecer. Yo no, lo hago para que mientras estoy viva otros me oigan y para oír a otros. No me da por la posteridad. A lo mejor esto es otra manera de la soberbia, no lo dudo. Todos los escritores somos presumidos, a lo mejor también por eso me he vuelto floja para escribir”, dice la autora de Arráncame la vida.

ENTREVISTA. “Una buena parte de los literatos que conozco escriben para permanecer. Yo no, lo hago para que mientras estoy viva otros me oigan y para oír a otros. No me da por la posteridad. A lo mejor esto es otra manera de la soberbia, no lo dudo. Todos los escritores somos presumidos, a lo mejor también por eso me he vuelto floja para escribir”, dice la autora de Arráncame la vida.

“Estar viva y que te encante es un modo de protestar”: Ángeles Mastretta

“Estar viva y que te encante es un modo de protestar”: Ángeles Mastretta

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Ángeles Mastretta tiene su casa en la calle de Gelati, donde, dicen, se aparece un fantasma. Ahí, en ese lugar luminoso por sus grandes puertas cristaladas, escribió Yo misma, el diorama de su intimidad. Es un volumen con textos breves sobre el amor, la familia, los gustos, las emociones, el periodismo, la literatura…, todo eso que construye la arquitectura de sus 70 años de vida, cumplidos en octubre pasado.

Todo este andar, lleno de conjunciones y disyunciones donde la felicidad, el dolor y las ausencias son vitales, lo condensa en algo tan sencillo como profundo: “Es una tragedia morir. No se me antoja”.

— Ángeles, tu libro Yo misma es la esencia de la duración de lo que eres.

— Es un libro melancólico porque soy una nostálgica del futuro y no quiero que se acabe la vida, pero también es un elogio continuo a la existencia, una maravilla que tenemos todos y si de repente me pongo cursi en este mundo horrendo, es porque tengo esperanza de que mejore. Algunos podrán decir “¿por qué no se jala los pelos y nos muestra lo lastimada que está con el horror actual?”, porque creo que estar viva y que te encante es un modo de protestar y me voy a quedar aquí, aunque esté horrible, porque también hay muchos prodigios en el mundo y voy a apelar a ellos para seguir.

Porque creo que es una tragedia morir. No se me antoja. Si vivo 90 años, entonces, a lo mejor, vi todo lo que tenía que ver y puedo morir. La muerte no es lo que te apetece, sino la vida y la forma de exorcisarla es pensando en ella para vivir alegremente.

— ¿Pero ser cursi te lleva a una forma de libertad?

— ¡Claro! Tienes que ser libre para ser cursi, porque ahora ya estamos muy sobrevistos. Y esa libertad te mostrará algo que te va a mover para quedarte en el mundo, aunque mucho de lo que hay no te guste. A mí me ha costado mucho trabajo entender el suicidio. Soy incapaz de juzgarlo, verlo como algo malo. Tuve una amiga a la que quise mucho y otro, Luis González de Alba, que se suicidaron. ¿Cómo no les dio curiosidad quedarse a ver lo que sigue? En el caso de Luis, creo, no estoy segura, él realmente acabó de estar en el mundo. Ya no se sentía bien, estaba muy cansado y ya no estaba encontrándose. Era alguien jubiloso, pero ya no tenía energía para serlo. Eso lo entendí más y me da mucha tristeza haber perdido la inteligencia de Luis, que tanta falta hace ahora. Como la de Germán Dehesa, gente muy lúcida y crítica que podría estar haciendo maravillas.

Eso lo entiendo, pero el suicidio de la gente joven. Qué ganas de apelar a ellos para decirles ¡no detestes la vida a pesar de lo que hayas pasado! Eso es muy difícil, porque si miras las cosas que pasan alrededor, entiendes que mucha gente ya no quiere verlas.

Por eso este libro – Yo misma— quiero que juegue a ser una oración. Y quien lo pesque por la noche pueda encontrar una bendición que le diga que puede seguir vivo.

En este punto la autora de Arráncame la vida reflexiona por un momento y cuenta que desde hace tiempo ya está conforme. “Antes me enojaba mucho el olvido y me afligía. Ahora no, porque me di cuenta que no abandono lo esencial. Puedo no recordar nombres, puedo olvidar situaciones menores, pero no las emociones, por eso me da miedo y coraje tener que morir.

“Ya tengo 70 años y en mi esperanza, viviré otros 20. Que no son tantos. Qué va a pasar, qué habrá en 25 años que no podré ver. Ahí va a seguir el Popocatépetl y seguirá con sus erupciones; el mar estará yendo y viniendo. Eso da tristeza porque no estaré para verlos”.

En este punto, su nostalgia por el futuro la lleva a mirar su trabajo, el de escritora y cuenta que “una buena parte de los literatos que conozco escriben para permanecer. Yo no, lo hago para que mientras estoy viva otros me oigan y para oír a otros. No me da por la posteridad. A lo mejor esto es otra manera de la soberbia, no lo dudo. Todos los escritores somos presumidos, a lo mejor también por eso me he vuelto floja para escribir”.

Por eso hoy tiene una ausencia: sentarse frente a la máquina para crear historias. “Ya no digo que me urge contar esto, porque ahora me es más necesario vivir el día a día que se me puede escapar. Si estoy escribiendo y llegan mis nietos me levanto sin decir qué horror, tan bonito que escribo. O si me llama alguien, voy y entonces digo: ya escribí mucho”.

Aunque, confiesa que sigue en la escritura porque es divertida y lo hace para evocar, más. “Hace poco uno de mis primos encontró una carta de mi bisabuelo pidiéndole a mi tatarabuelo que le permitiera casarse con su hija. Te topas con ese prodigio y pues lo escribes”.

Esta emoción por recordar también es un encuentro para Ángeles Mastretta, porque dice que vive muy cerca de sus muertos, de la gente que la acompañó en la vida, para ella sigue presente. “Las convoco. Ahí sigue mi amiga Leonor Ortiz Monasterio, quien murió el año pasado de cáncer. Fue una mujer muy valiente”.

— Este libro también habla del amor, como lo dice ­Rilke, el trabajo más importante.

— Eso lo comparto. Hay gente que no lo vive. Pero además de las alegrías cortas, de que venga gente a comer a casa y no pensar por qué gasté tanto tiempo en ver el partido del Real Madrid. ¡Que vengan a comer. Hay que invitar a muchos, aunque esté preocupada porque haya suficiente chicharrón, guacamole, salpicón, tacos de pollo…! Me podría quedar toda la mañana escribiendo y pensar que estoy contando un gran cuento que se me ocurrió hoy y que hagan lo que quieran. Pero digo ¡no, que vengan y comamos en el jardín! Algunos dirán qué perdedera de tiempo, pero no, no lo perdí, porque invierto el tiempo en los demás, inversiones muy baratas, como las de Slim, porque las meto en una bolsa y recupero fortunas.

Como hoy se están poniendo las cosas de feas, por ejemplo con los feminicidios, de repente me da miedo estar en medio del horror y prefiero estar en el día a día.

Por esto, hay que sobrevivir para vivir, para demostrar que te comprometes con la vida. Este libro es de una sobreviviente que exhorta a los demás a permanecer, a que les guste el mundo. Quizá la situación política de la patria ya me empieza aburrir.

— Si Ángeles Mastretta fuera músico, ¿quién le gustaría ser?

— ¡Qué trampa! Me gustaría ser Mozart.

— ¿Por qué?

— Es el músico más grande. No creo que exista en la obra de otro compositor la cantidad de emociones que convocó Mozart. Puede ayudarte a cantar desde una canción de cuna como “Estrellita dónde estás…”, hasta llegar a la intensidad de la ópera de Don Juan. Pasa por las cosas más alegres, las más devastadas, las más inteligentes y sólo vivió 35 años. Bueno, ya no quiero ser Mozart, quiero ser una de sus sonatas.

Si tuviera que pensar en la música contemporánea... pues en los Beatles. De ellos me quedaría con “Here comes de sun”, es la que más me persigue y cuando despierto, la canto. Y a mis nietos también se las entono.

Y si seguimos con la música, te cuento que la amistad que tengo con Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat se ha convertido en una convocatoria de tres noches a la semana, porque mi ejercicio es bailar y con su música lo hago. Su disco Dos pájaros de un tiro está muy bien armado y muy útil para bailar.

Pero también están en mi imaginario las canciones rancheras, por las mujeres que trabajaban en mi casa. Por una puerta salía mi mamá y por otra ellas ponían el radio y hablaban para que las complacieran con una melodía. Una que sonaba era “Amarga Navidad”, otra era “Un mundo raro”, de José Alfredo Jiménez, que me parecía maravillosa. Todo lo hacían a escondidas de mi madre. Una de ellas sufría mucho y siempre pedía “Espinita”, que la oí cantar con María Victoria sentada en el borde de la escalera.

— En esa etapa de infancia, qué más hacía Ángeles Mastretta.

— Además de escuchar las canciones rancheras, tomaba clases de canto, de pintura…, de todo lo que se ofreciera. Para la pintura fui malísima, pero me fascinaba cantar y entonces era la líder del coro o animadora de fiestas. Lamentablemente no fui cantante porque me volví ronca, pero sí escritora. Finalmente la literatura es una manera de cantar, porque cuando relatas historias cantas emociones y cuentas lo que oyes. Eso son los cuentos y las novelas.

En este momento de la entrevista, Ángeles Mastretta esboza una leve sonrisa en esos labios finos y dice: “Era una niña metiche. Me encantaba escuchar las pláticas de los adultos. Siempre te dicen: ‘los niños vayan al jardín’ cuando iban a contar algo fuerte, entonces me escondía atrás de los sillones y ahí escuché muchas de las historias de Arráncame la vida, otras las inventé, pero que había un villano que fue gobernador, fue cierto.

Porque hay una larva de lo que se hablaba en mi familia de lo que escribí en Arráncame la vida y en lo que está en Mal de amores y en Mujeres de ojos grandes, obras que vienen de un territorio mítico que construí y al que nombré Puebla.

Mujeres de ojos grandes es un relato de mujeres cuyas vidas conocí y al narrarlas dije: “qué tal si les encuentro un momento de luz, como si un fotógrafo las tomara en un momento específico de su vida y las vuelve distinta. Ahora son valientes, tristes, altaneras o lo que fueran. Pero esas mujeres del libro no existieron, las inventé a partir de mujeres reales, de vidas que me hubiera gustado cambiar”.

Una de las historias de este libro, cuenta, es sobre una mujer que cantaba en la iglesia. “Era una solterona y lo único que se conocía de ella era que cantaba bonito. Le inventé una vida, que tuvo un novio que se le murió, pero fue feliz por el simple hecho de cantar”.

— ¿Toda esta historia alterna sobre el libro Yo misma se puede resumir en ésta soy yo ahora?

— ¡Claro!