Opinión

Fahrenheith 451

Fahrenheith 451

Fahrenheith 451

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

La trama de Fahrenheit 451 recapitula en cierta forma la historia de la humanidad: el miedo y el rechazo al conocimiento. No es realmente una historia de ciencia-ficción. Es la descripción del hacia dónde vamos, o más bien en donde estamos. Es el rechazo al conocimiento bajo la premisa que la ignorancia permite ser más feliz.

A los grupos del poder no les interesa que la gente “sea feliz” sino que sea sumisa. Saben que el conocer es vivir insatisfecho. Es preguntar, es tratar de entender y eso molesta a los que ejercen el poder. No quieren ser cuestionados. No quieren ser juzgados.

Para mantener esa situación queman los libros, persiguen a los lectores. Los mensajes difundidos a través de la televisión y teléfonos, ahora con internet, pueden ser intervenidos y silenciados. Pero no los libros. La lectura es solitaria. Es una comunión entre el escritor y el lector. Genera preguntas, genera cuestionamientos. Por esos son peligrosos. Por eso hay que destruirlos. No en silencio sino en público como parte de un ritual atemorizante.

Recordemos que la Iglesia no sólo persiguió y condenó a los hombres por sus opiniones. También prohibió la lectura y difusión de textos en los que se exponían puntos de vista diferentes a los del credo oficial, como sucedió en 1616 con los textos de Copérnico (1473-1543), en 1668 con los de Bacon (1561-1626), en 1676 con los ensayos de Montaigne (1533-1592), en 1762 con la obra de Rousseau (1712-1778), en 1781 con la “Crítica a la Razón Pura” de Kant (1724-1804) y en 1789 con las notas de Voltaire (1694-1778) a Pascal (1623-1662).

Recordemos también los Juicios de las Brujas de Salem en 1662. La histeria colectiva, la caza de brujas. Fue entonces cuando Mary Bradbury fue condenada a morir colgada por brujería. Afortunadamente pudo escapar, y eso es motivo de otra historia, ya parte de las memorias familiares que heredó Ray Bradbury, que supongo la tuvo en mente cuando escribió Fahrenheit 451.

Pero esto no es algo del pasado. Revive en los treintas y cuarentas del siglo pasado con la quema y prohibición de libros por las hordas nazis y la expulsión de los “no arios” de las universidades. Entre los muchos autores cuyas obras fueron quemadas y vetadas, están Einstein (1879-1955), Freud? (1856-1939), Hemingway (1899-1961), Kafka (1883-1924), Lenin (1870-1924), London (1876-1916), Mann (1875-1955), Marx (1818-1883), Proust (1871-1922), Wells (1866-1946) y Zola (1840-1902).

En esa época también surge la proscripción de libros científicos en la Unión Soviética por no coincidir estos con la verdad oficial, el Lysenkismo, que considera a la genética clásica como reaccionaria y proclama la herencia de los caracteres adquiridos , cuestión muy conveniente desde un punto de vista político.

No deja de ser interesante que vista a la luz del conocimiento científico actual, la posible modificación de los genes por influencias externas como base de un proceso adaptativo, no es del todo imaginaria. Pensemos en el microbioma, en la simbiosis entre las bacterias y nosotros mismos, así como en la epigenética que engloba a los mecanismos de herencia no genéticos. Es decir, que resultan por la influencia de las condiciones ambientales.

Pero el rechazo al conocimiento no se dio únicamente en los estados totalitarios. También ocurrió en los Estados Unidos, en los cincuenta del siglo pasado durante la guerra fría y el Macartismo, cuando por temor al “comunismo” la gente fue juzgada por sus ideas y sus simpatías. Personalidades como Albert Einstein, Allen Ginsberg, Bertrand Russell, Linus Pauling, Orson Welles, Thomas Mann, Berthold Brecht, Charles Chaplin, Robert Oppenheimer, y muchos otros, sobre todo entre los cineastas, escritores, guionistas y actores de Hollywood, fueron considerados como peligrosos e indeseables. Ciertamente esta fue una situación que vivió Ray Bradbury y que lo motivó según el mismo lo señala a escribir Fahrenheit 451.

Desafortunadamente el desprecio al conocimiento sigue vigente. Ahora las redes sociales permiten el linchamiento anónimo. Se ataca a la crítica, se debilita a la cultura, se estigmatiza a la ciencia, justamente cuando estamos inmersos en una de las más grandes revoluciones del conocimiento que ha tenido la humanidad. Vivimos en estos momentos un desarrollo impresionante de la computación digital y la posibilidad de transferir por vía electrónica enormes cantidades de datos que pueden ser analizados utilizando los métodos de inteligencia artificial, lo que permite encontrar caminos y soluciones a problemas realmente complejos como lo son el diseño de anticuerpos y otros fármacos, el cambio climático, entre muchas otras posibilidades.

La estrategia actual ya no es silenciar a los críticos y disidentes. Es el introducir ruido en las redes sociales. Es generar verdades alternativas, es confundir a la gente de tal manera que les sea difícil, por no decir imposible, distinguir la verdad de la mentira.

Curiosamente, la posibilidad de cancelar la información introduciendo ruido en el sistema es una estrategia funcional que hemos encontrado en nuestras investigaciones. Este mecanismo es utilizado por el propio sistema nervioso para controlar las reacciones del organismo en respuesta a estímulos nociceptivos como lo son las quemaduras, inflamaciones y lesiones a los tejidos, pero esta es otra historia.

Volviendo al libro, Bradbury nos relata como “firemans”, los hombres del fuego (no me gusta el término de bomberos) entre ellos Montag, queman libros y casas como un deber por cumplir. Queman los libros por ser peligrosos. También queman las casas que los albergan. Es parte de su trabajo.

El obedecer las leyes sin considerar sus implicaciones éticas y morales me recuerda el libro de Hannah Arendt “La Banalidad del Mal”, inspirado en gran parte por el juicio que se hizo a Eichmann, el carnicero nazi de los campos de concentración.

Para Arendt, la motivación de Eichmann no fue la locura ni la maldad. Fue el estar inserto en un sistema basado en el exterminio. Eichmann, dice Arendt, hizo lo que hizo actuando como un burócrata, como un simple ejecutor, como una marioneta banal, solo guiado por el deseo de hacer lo que debía, lo que estaba estipulado. No tenía sentimiento del «bien» o el «mal» en sus actos.

Desafortunadamente esto no es cuestión del pasado… aquí está, entre nosotros… pero este es tema para otra ocasión.

Las conversaciones con Clarisse siembran en Montag la semilla de la duda. Lee algunos de los libros que ha salvado del fuego y descubre, para su propio desconcierto, que quiere leer más. Que quiere entender. Por primera vez se da cuenta que hay un ser humano detrás de cada uno de los libros que quemaba. Un hombre que tuvo que pensarlos.

Al poco tiempo Clarissa es arrollada por un automóvil. No es claro si se trata de un accidente o si la han desaparecido por sus ideas subversivas.

Mildred, la esposa de Montag y unas amigas descubren los libros que Montag tiene en su casa y lo denuncian porque temen que ello les afecte. Beatty, el jefe de Montag, lo envía entonces a quemar sus libros y su propia casa.

Montag entra en crisis, mata a Beatty y huye. Busca con quien hablar y se pone en contacto con un conocido, profesor de idiomas, Faber, que vive en confinamiento, para expresarle sus inquietudes y su necesidad de comunicarse con otros que también tengan dudas y quieran conocer.

Faber primero se resiste a responder a las inquietudes de Montag y le dice “Usted está mirando a un cobarde. Yo vi lo que sucedía hace ya un buen tiempo. Me quede callado. Soy uno de los inocentes que pudo haber hablado en tiempos en que alguien escuchaba, pero me quede callado y por lo tanto me hice culpable. Y cuando finalmente implementaron la estructura para quemar los libros utilizando a los bomberos vociferé algunas veces y después lo dejé, ya que no había otros que también protestaran o gritaran conmigo. Ahora es demasiado tarde.”

Estas palabras me recuerdan el poema atribuido a Berthold Brecht escrito por Martin Niemöller, pastor protestante, que lo recitó en la Semana Santa de 1946 en Kaiserlautern, Alemania como referencia a la apatía del pueblo alemán ante la crueldad nazi. Dice así:

Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas,

guardé silencio,

porque yo no era comunista,

Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,

guardé silencio,

porque yo no era socialdemócrata

Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,

no protesté,

porque yo no era sindicalista,

Cuando vinieron a buscar a los judíos,

no pronuncié palabra,

porque yo no era judío,

Cuando finalmente vinieron a buscarme a mí,

no había nadie más que pudiera protestar.”

Después de cerciorarse que Montag era de confiar, lo pone en contacto con un grupo clandestino liderado por Granger. Son gentes que se oponen a la prohibición de la lectura de libros y buscan la libertad. Huyen hacia otros territorios aprovechando la situación de conflictos bélicos, que conducen a la guerra nuclear y dejan la ciudad.

Llevan con ellos algunos libros pero sobre todo llevan en su memoria algunos de los libros que han leído para preservarlos del olvido.

Aquí me gustaría citar lo escrito por Neil Gaiman (2013) en la introducción del libro de Bradbury edición del 2013, en un número especial en el que se celebraron los 60 años del Fahrenheit 451.

Gaiman dice; “Este libro trata acerca del como los humanos empiezan a quemar libros y terminan quemando gente” Las ideas, las ideas escritas son especiales. Son la manera en la que transmitimos nuestras historias y nuestros pensamientos de una generación a la siguiente. Si los perdemos, perdemos nuestra historia compartida.

Para finalizar me gustaría mencionar que a Ray Bradbury le gustaba contar cuentos a los niños, como parte de esa necesidad de mantener viva la imaginación. En ese entonces 1999, mi hijo Adrián vivía a 2 cuadras de su casa, allá en los Ángeles, y frecuentemente se encontraban mientras paseaban por las calles… No sé como pero Ray Bradbury terminó contándole cuentos e historias a Diego, mi nieto entonces de 7 años de edad… y aquí les muestro una fotografía que se tomaron cuando visitó su escuela, también en la vecindad. Diego lo recuerda vagamente… pero allí está la foto como recuerdo de ese hombre de sensibilidad e imaginación, gran crítico de la sociedad en que vivimos.

Sea mi presentación un recuerdo para él y para los muchos otros que viven cuestionando, preguntando y escribiendo libros como testimonio de su forma de ser y de pensar en las que destaca su amor a la libertad y su rechazo al racismo, al totalitarismo, a la ignorancia y a la injusticia social.