
En el 2013, cuando se estrenó Después de la Tierra, todo el mundo daba por sentado que el cineasta M. Night Shyamalan estaba acabado. Ya no era nada de aquel brillante director de El sexto sentido (1999) y El protegido (2000), pues antes del monumental fiasco protagonizado por Will Smith había fracasado ante la crítica y la taquilla con otros filmes deplorables y ridículamente apantalladores como El fin de los tiempos (2008) y El último maestro aire (2010).
Sin embargo, Shyamalan regresó del fondo de la atrocidad para retomar géneros que sí domina bien como el terror psicológico, para salvar su carrera. Ya había dado una buena muestra de su regreso con su sorpresiva comedia terrorífica The visit y ahora supera toda expectativa con Fragmentado, el más complejo de sus trabajos tanto en forma y como en trasfondo.
Shyamalan le ha dado a James McAvoy uno de los mejores trabajos de su carrera al dar vida a Kevin, un enfermo mental que posee 23 personalidades que luchan en su interior por ser la más dominante, en ellas hay una que emerge por su oscuridad y lo obliga a raptar a tres chicas adolescentes encabezadas por la decidida y observadora Casey (Anya Taylor-Joy), quien también tiene una historia que revelar.
Es un complejo ejercicio de actuación en una historia de intriga y suspenso, en la que luce la creatividad del cineasta al llevar a la pantalla la lucha interna de un hombre que tiene que sobrevivir a sus propias personalidades. Shyamalan no innova, pero utiliza hábilmente formas narrativas convencionales en el género de terror para darle una estructura sólida a la película. La dualidad de desarrollo narrativo y visual hace que la historia sea cada vez más hipnótica.
La película conserva un valor fotográfico destacado, pues en su composición nos crea escenarios que se vuelven efectivos en la intención de transmitir angustia al espectador y, al mismo tiempo, va acompañada de pinceladas de elementos propios del cine de acción dentro de su edición, que hacen que la desesperación provoque morbo y curiosidad en el espectador cada vez más involucrado en saber hasta dónde puede llegar la locura del personaje de Kevin.
Shyamalan va a la segura al crear una atmósfera de tensión e incertidumbre que se vuelve absorbente y es cada vez más perturbador. El juego de personalidades le permite al realizador explorar con emociones de ingenuidad, inocencia y hasta ternura, en un ambiente tétrico y desolado; al desvelar la dispersa psicología de su villano se da licencias para ser indócil con lo moral y también hay momentos en que esconde la brutalidad para juguetear con la percepción del espectador.
Más aún, la mayor genialidad de la película es su fascinante juego narrativo, pues así como el personaje de Kevin se sumerge en diversas personalidades, el filme mismo también tiene una identidad impactante que invita a ser descubierta. El final de esta película formará parte de uno de los mejores que se han visto.
El realizador Kenneth Lonergan es fascinante por encontrar en Manchester frente al mar el equilibrio perfecto entre sensibilidad y sencillez con una película con un trasfondo sumamente brutal. Posiblemente su vocación como dramaturgo le haya dado la capacidad de poder transmitirles a sus actores la introspección a medida frente a situaciones frente a las que cualquiera tendría el alma destrozada.
El cineasta nos presenta una historia íntima: Lee Chandler (Casey Affleck) es un solitario encargado de mantenimiento de edificios de Boston que se ve obligado a regresar a su pequeño pueblo natal tras enterarse de que su hermano Joe ha fallecido. Allí se encuentra con su sobrino de 16 años, del que tendrá que hacerse cargo, sin embargo ese reencuentro con el pasado es tan abrumador que revive los momentos que cambiaron su vida; la tragedia que le llevó a separarse de su esposa Randi (Michelle Williams) y de la comunidad en la que nació y creció.
Casey Affleck ofrece la actuación de su carrera con un abanico de sensaciones que van de las emociones contenidas a la efusividad acorde con la psicología de su personaje. Es inevitable empatizar con su historia y sentir su frustración. La película tiene una atmósfera de melancolía de la que es difícil desprenderse y también nos ofrece postales conmovedoras: paisajes grises y tonos opacos como la vida de su personaje principal.
Al mismo tiempo, la película habla de la herencia de los valores familiares. Es un drama duro y sensible a la vez; es como una escultura que siendo rígida puede transmitir delicadeza. Lonnergan es detallista en su manejo de lo narrativo y del roce que tiene el pasado con el presente en su historia. La película tiene en su clímax una de las secuencias más exquisitas y devastadoras que se han visto en los últimos años.
Uno de los mayores méritos es la naturalidad de sus diálogos que permiten que el espectador se involucre con los personajes, dentro de los cuales también destaca el trabajo del joven Lucas Hedges, en el papel de su sobrino, quien es el encargado de poner el toque humorístico, distintivo de la frescura adolescente, y al mismo tiempo emotivo, de la confrontación familiar.
El cineasta muestra un doloroso y cautivador homenaje a las emociones humanas en tiempos de la insensibilidad. La película tiene belleza emocional, tiene un ritmo lento pero intenso y tan humana que el tema de la redención del protagonista se siente honesta y conmovedora. Sin duda, una de las mejores películas del año.
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