
Tenía alma de cacique. Le venía de familia. Allá, en San Luis Potosí, donde nació en 1897, la familia de Gonzalo Natividad de los Santos era una de esas de viejo arraigo, con tierras y el poder sobre hombres y animales que ello representaba.
Eso no le impidió unirse a la Revolución cuando tenía apenas 16 años. Más bien le dio rumbo y destino a una personalidad ruda, intensa, capaz de operaciones contundentes contra quien se opusiera a la marcha del gran ferrocarril de los revolucionarios que sí ganaron y que, poco a poco, comenzaron a construir un régimen que no por autoritario dejaba de significar una diferencia con respecto a los tiempos de don Porfirio.
No creía deberle nada a nadie; todo se lo había ganado a pulso, a fuerza de decisión y mucho arrojo: le gustaba verse como El Alazán Tostado, “antes muerto que cansado”, y aunque llegó a embajador en Europa y hasta a funcionario público en los días del desarrollo estabilizador, siguió siendo el hombre que decidía, con mano de hierro, en San Luis Potosí.
Estaba seguro que ese poder, que manejaba en su vejez desde su rancho El Gargaleote, determinando quiénes podían aspirar al cargo de gobernador del estado, después de haberlo sido él mismo, entre 1943 y 1949; estaba muy bien ganado, no sólo por la herencia familiar y el arraigo a la tierra, sino porque él y sus hermanos, Pedro Antonio y Samuel, le habían prestado suficientes servicios a la Revolución como para que él, el único sobreviviente de los tres, fuese respetado y tomado en cuenta hasta por los presidentes del régimen posrevolucionario.
¿Qué lo llevó entonces a la Revolución? El empujón, el impulso, venía de su hermano el abogado Pedro Antonio de los Santos, primero simpatizante de la candidatura del general Bernardo Reyes, para suceder a don Porfirio, y luego militante del antirreeleccionismo maderista. Pedro Antonio había adquirido notoriedad al participar en la defensa legal de Francisco I. Madero, cuando fue encarcelado en San Luis, durante la campaña electoral de 1910.
El joven, estudiante de Derecho, se había unido, a partir de ese momento, a la causa de ese peculiar candidato, chaparrito, vegetariano, espiritista, que levantaba multitudes y que se había convertido en el fuerte contrincante del viejo régimen. Pedro Antonio había seguido a Madero hasta el triunfo presidencial y a su problemática presidencia. De hecho, fue encarcelado junto con Madero y Pino Suárez en Palacio Nacional, y después de los asesinatos del Presidente y el Vicepresidente, se había unido a la resistencia armada, junto con su hermano Samuel. A Pedro Antonio, el huertismo lo fusiló en el verano de 1913, en las cercanías del terruño familiar, en la población potosina de Tampamolón Corona.
Entonces, su hermano menor, Gonzalo, quiso venganza. Y ese afán le cambió la vida.
Supo elegir a tiempo a quién aliarse: desde 1920 trabó relación con el general Álvaro Obregón, quien le ratificó el grado. Arraigado a su tierra, allí permaneció, en calidad de diputado local, aunque eran constantes sus traslados a la Ciudad de México, para informar a Obregón, ya presidente, de todos los sucesos de importancia en San Luis Potosí.
Así definió su lealtad. Hacia 1923, cuando ya se perfilaba la rebelión delahuertista, tuvo una conversación con su hermano Samuel, que era partidario de “Fito” de la Huerta, y lo invitaba a sumarse al alzamiento. Gonzalo no lo dudó: “lo cortés no quita lo valiente, pero sí me puede quitar la confianza del general Obregón”, y se quedó del lado del general manco. Tuvo su recompensa: en 1924 fue electo por primera vez diputado federal, representando a San Luis Potosí, según contó después, por instrucciones de Obregón.
Formó Gonzalo parte de un Congreso lleno de grupos enfrentados entre sí hasta el grado de la balacera, mientras el Ejecutivo, Plutarco Elías Calles, resolvía los problemas mediante decretos, pues el Legislativo estaba muy ocupado en constantes enfrentamientos internos. Gonzalo llamaba a aquello “carambola de gallos”.
Calles se apoyó en Gonzalo y en otro diputado, Carlos Riva Palacio, para comenzar a construir su dominio en la Cámara baja. De rápidas acciones, Gonzalo, junto con otro diputado, Francisco Carranza, trabajó para armar un grupo donde estuviera la mayor cantidad de legisladores. A cambio de favores, fue atrayendo al grupo a muchos, hasta que se constituyeron en lo que llamaron Bloque Socialista Parlamentario, que sí llegó a dominar la Cámara de Diputados, y, poco a poco, comenzó a instituir eso que hoy llamaríamos “disciplina legislativa”, para bien o para mal, y que, al tiempo que convertía al Congreso en un espacio más civilizado, sin pleitos ni balaceras, se convertía en una herramienta que, al tiempo, serviría para generar las modificaciones constitucionales que permitirían a Álvaro Obregón intentar reelegirse.
Los legisladores, bajo la conducción del Bloque hasta lograron hacer el trabajo para el que los habían elegido. Resolvieron cuestiones del patrimonio ejidal y petrolero. En el segundo año de la legislatura, Gonzalo N. Santos tenía 28 años y asumió la presidencia del Bloque, que se manifestó completamente obregonista.
El general manco volvió a la capital, dispuesto a regresar a Palacio Nacional. Los diputados le ofrecieron un espléndido banquete, en abril de 1926, en el que estaban muchos que se afirmaban obregonistas, pero también había callistas, como Joaquín Amaro y Aarón Sáenz. Allí, el grupo legislativo, por voz de Gonzalo, le aseguró a Obregón su lealtad para abrirle camino a la Presidencia y, si fuese necesario —amenazó veladamente— volver a tomar las armas, lo harían a su lado.
El banquete —pagado, por cierto, por la Cámara de Diputados— terminó con el surgimiento de una organización que dedicaría todas sus energías a promover la reelección de Álvaro Obregón.
Esa misma noche, Gonzalo N. Santos dejaba la capital del país para dirigirse al norte, para construir una amplia red de alianzas, aprovechando la fuerza de Obregón en el norte. Esa red le permitiría construir una mayoría en la cámara que le allanara el camino electoral al general que quería recuperar La Silla. Iba a “picar piedra”, recordó después. Así, se iba convirtiendo en pieza importante de los juegos del poder revolucionario, operador político que, por las buenas o por las malas, iba a conseguir todo lo que se proponía, sin preocuparle demasiado si la Revolución tenía que subirse al caballo nuevamente.
(Continuará)
Con mucho tino, Gonzalo N. Santos (derecha) forjó una sólida alianza con Álvaro Obregón (izquierda) que le ayudó a convertirse en un formidable y rudo operador político que serviría al régimen posrevolucionario.
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