
Gracias al trabajo acumulado por los biólogos a lo largo de muchos años, México ha logrado reconocerse como un lugar singular a nivel mundial, por ser un país megadiverso. Pero México no sólo ha logrado reconocerse; ha aprendido a valorarse como heredero de un gran patrimonio natural.
“Ojalá que al conocerse más, se cuide más”. Así lo expresa, en conversación con Crónica, una de las principales responsables de este país en las tareas de bioseguridad y evaluación de riesgos de Organismos Genéticamente Modificados o Transgénicos: la doctora en Ecología Sol Ortiz García.
“Cuando vivimos en las ciudades no nos percatamos de esa fuerte interacción entre el ser humano y su entorno. A veces olvidamos que el ser humano necesita del medio ambiente y los ecosistemas necesitan que el ser humano lo conserve. Por eso creo que es fundamental reconocer la importancia de que ahora los biólogos pueden participar en la toma de decisiones y que se nos tome en cuenta para enfrentar y mitigar problemas graves, como por ejemplo el cambio climático”, dice a este diario la Secretaria Ejecutiva de la Comisión Intersecretarial de Bioseguridad de los Organismos Genéticamente Modificados (Cibiogem)
Una ráfaga de imágenes puede servir para presentar el perfil personal y profesional de esta científica mexicana.
ESCENA UNO: Una mujer, niña, camina con su papá, mamá y tres hermanos varones por los bosques cercanos a Toluca, Estado de México y, al llegar a un riachuelo, selecciona piedritas y construye una casa imaginaria.
ESCENA DOS: Una mujer, adolescente, sale de clases de bachillerato en el Colegio de Ciencias y Humanidades-Sur (CCH-Sur), en la Ciudad de México, y toma un microbús durante una hora diaria para llegar a sus clases vespertinas en la Escuela Nacional de Danza del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), en Chapultepec.
ESCENA TRES: Una mujer, madre juvenil, lleva consigo a su hija bebé, mientras estudia las plantas que crecen en las dunas de arena de Veracruz y que evitan que el viento arrastre partículas minerales hasta los pueblos.
ESCENA CUATRO: Una mujer, representante oficial de México, expone y defiende en Corea el punto de vista de este país sobre la implementación internacional del Protocolo de Cartagena, sobre Organismos Genéticamente Modificados (OGMs).
La protagonista de las cuatro escenas es la misma Sol Ortiz, bióloga por la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), doctora en Ecología por el Instituto de Ecología de la UNAM, con estancias de investigación en la Universidad Estatal de Oregon, en Estados Unidos y en el Kew Royal Botanic Gardens, en el Reino Unido.
BIOLOGÍA MOLECULAR. El tema de la bioseguridad es complejo y controvertido, pues hay que emitir dictámenes, basados en ciencia, sobre la existencia o no existencia de riesgos para el medio ambiente, cuando se autoriza la siembra de un cultivo transgénico. Así lo reconoce quien fuera la responsable de realizar estos estudios cuando trabajó en el Instituto Nacional de Ecología.
“Mi idea siempre fue trabajar como investigadora dentro de la Universidad Nacional Autónoma de México, pero cuando regresé del país de mi postdoctorado entré a trabajar al Instituto Nacional de Ecología con el doctor Exequiel Ezcurra y cuando él recibió la responsabilidad de investigar, desde el gobierno, el tema de los transgénicos me habló y me dijo: ‘¿Tú estudiaste temas de biología molecular? Entonces te vas a encargar de este tema’”, indica la investigadora nacida en la Ciudad de México, del matrimonio de un médico, que trabajó seis años en la sierra tarahumara y luego se volvió especialista en salud pública; y una enfermera, que después estudió sociología y se volvió profesora en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM.
“Entonces, había estudiado sistemática molecular, pero no directamente transgénicos y tuve que prepararme, revisar todo desde cero. Empecé a involucrarme en las reuniones nacionales e internacionales sobre el tema; en la elaboración de la norma para manejo de organismos genéticamente modificados en México, así como en la implementación en este país del Protocolo de Cartagena. Conforme me fui involucrando más, me llamaron más para analizar estos temas. Además, me tocó ser de las primeras en participar en la elaboración de los procedimientos para evaluación de riesgos de los OGMs”.
Para esta investigadora, el ayudar a que México tenga herramientas para evaluar y decidir sobre el riesgo y manejo de diferentes transgénicos u OGMs es uno de los mayores retos que ha enfrentado en toda su vida, y después de estarlo haciendo durante décadas afirma que el debate no es tan simple como decir “transgénicos sí o transgénicos no” sino que hay que preguntarse “cómo sobreviviremos sin llevarnos entre los pies al planeta”.
“Evaluar el riesgo de los transgénicos es un desafío intelectual, en cada caso, pues se tiene que analizar con ciencia el caso de la siembra de cada organismo en cada lugar, cuando la semilla es genéticamente modificada y poder responder si ese sembradío puede tener un efecto adverso en los ecosistemas. Entender lo que llamamos la ‘ruta al daño’ es algo muy interesante, que me ha hecho implementar todo lo que ha sido mi formación y donde el trabajo es ciencia sólida”, dice Ortiz García, esposa de doctor David Gernandt, investigador del Instituto de Biología de la UNAM y madre de tres hijas.
Al preguntarle qué se siente ser mujer, mexicana y científica en este tiempo, su respuesta es agradecimiento, pero también destaca otra dimensión más sutil de este hecho.
“Estoy muy agradecida de haber estudiado y poder abrir camino. Es satisfactorio llegar a comunidades indígenas y ver que las niñas y mujeres indígenas tienen una mirada que dice: ‘Es mujer y se puede’. Saber que puedes motivar, me toca profundamente y da esperanza y satisfacción”, dice Sol Ortiz.
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