
1.- La derrota de un imperio concentrada en un jinete a caballo
El 13 de enero de 1842, las tropas británicas acantonadas en el fuerte de Jalalabad esperaban la llegada desde Kabul de un contingente de refuerzo de 4 mil 500 militares para un último intento de reinstalar en el trono de Afganistán al rey Sah Sujah, un rey pelele sometido a Londres.
Lo que vieron llegar fue una figura solitaria cabalgando lastimosamente hasta las murallas de la ciudad. Se trataba del doctor castrense William Brydon, el único superviviente de la columna, atacada en emboscada por los mal preparados, pero aguerridos guerrilleros afganos.
Brydon fue herido de un espadazo en la cabeza y salvó la vida por pura suerte: para combatir el intenso frío invernal metió entre su cabeza y el sombrero una revista que amortiguó notablemente el golpe. Su caballo, herido también, se desplomó muerto en cuanto llegaron a la estratégica ciudad afgana.
La imagen del doctor Brydon hundido en el caballo fue retratada por la artista Elizabeth Thomson. La pintura “Los restos de un Ejército” impactó a la sociedad victoriana, acostumbrada a ganar todas las guerras. Fue el primer aviso serio para los estirados ingleses de que los imperios no son eternos y de que hay territorios especialmente malditos para sus intereses.
La montañosa, inhóspita y tribal Afganistán fue el mejor ejemplo: los británicos se olvidaron que también lo intentaron sin éxito los mongoles y Alejandro Magno casi muere en el intento, junto a la mayoría de sus tropas. Los árabes, que en apenas 15 años conquistaron España e impusieron el islam, tardaron más de dos siglos en convertir a los indómitos afganos.
Y en menos de dos siglos —155 años— fue el tiempo que pasó desde la derrota en Afganistán al colapso del mayor imperio colonial hasta la entrega de Hong Kong a China, el 1 de julio de 1997.
2.- La última guerra soviética.
El 15 de febrero de 1989 decenas de periodistas fueron autorizados por el Soviet Supremo para que registraran un acontecimiento insólito y fuera de cualquier lógica propagandística: la derrota de la URSS en Afganistán y la humillante retirada de las tropas del Ejército Rojo, atravesando el río Amu Daria, fronterizo entre el imperio comunista y el empobrecido país centroasiático.
Apostados del lado soviético del rebautizado cínicamente como Puente de la Amistad, los periodistas filmaron el regreso a casa de las tropas. El general Boris Gromov, comandante de la 40.ª división del Ejército soviético en Afganistán, fue el último en abandonar el país, con un ramo de flores rojas y blancas en la mano y acompañado de su hijo.
La salida de los 50 mil soviéticos de Afganistán y su ingreso en la República Soviética Socialista de Uzbekistán fue relativamente ordenada. Atrás quedaban diez años de guerra en la que perdieron la vida más de 14 mil 450 militares rusos.
Al preguntarle a Gromov sobre su regreso a la URSS, respondió que sentía "alegría": "Cumplimos nuestro deber y volvimos a casa. No miramos atrás", declaró.
Ni el general ni sus superiores ni nadie podría imaginar que sería la última guerra librada por la URSS y que, menos de tres años después, el 26 de diciembre de 1991, el Imperio Soviético colapsaría.
3.- La retirada “fantasmal” de Estados Unidos.
Minutos antes de la medianoche del pasado lunes, en el límite del ultimátum impuesto por los talibanes de retirada total de Estados Unidos, antes del 31 de agosto, el general Chris Donahue se convertía en el último soldado estadounidense en abandonar Afganistán.
El Pentágono publicó en su cuenta de Twitter una fotografía del militar poco antes de abordar un el último avión militar estadounidense, que despegó del Aeropuerto Internacional Hamid Karzai de Kabul y con el que Estados Unidos puso fin a la guerra más larga de su historia, que comenzó menos de un mes después de los atentados del 11 de septiembre de 2001.
La imagen del general a punto de subir al avión tiene mucha fuerza icónica y contrasta con las duras imágenes de días anteriores, del caos y la desesperación de miles de afganos tratando huir de los talibanes, que el 15 de agosto tomaron por sorpresa Kabul, tras una reconquista relámpago del país, a medida que se iban retirando las tropas internacionales.
El mayor Chris Donahue camina tranquilamente rumbo a un avión de carga C-17. Viste el uniforme camuflado del ejército de los Estados Unidos; en su mano derecha empuña un rifle y porta un casco con lentes de visión nocturna como los que capturan el solitario momento en la pista vacía y silenciosa del aeropuerto kabulí. La escena captada en tonos verdes y negro es fantasmal. El rostro de Donahue no muestra emoción alguna.
Al igual que hicieran los soviéticos hace ya más de tres décadas —el general Bromov pagó a los guerrilleros muyahidines para que protegieran el camino al puente fronterizo—, los estadounidenses se aseguraron de que sus tropas no iban a sufrir ataques en el último suspiro de la retirada, para no añadir más soldados a los 13 que murieron tras el atentado del Estado Islámico el jueves de la semana pasada. La cadena CNN informó este martes que el Pentágono negoció un acuerdo secreto con los talibanes para que estos escoltaran al último contingente de estadounidenses por una “puerta secreta” del aeropuerto.
Y finalmente, el rostro de los protagonistas. Si el del médico británico no puede reflejar otra cosa que el dolor físico de la guerra, el de los dos generales soviético y estadounidense reflejan una serenidad, que no deja ver si es por amarga resignación o por la alegría de salir de una guerra empantanada y costosa en recursos y vidas (nada que ver con el rostro feliz del hijo de Bromov).
Quizá lo que en el fondo le preocupa a Donahue es que esa similitud no sea otra cosa que el presagio de que el imperio estadounidense correrá, más pronto que tarde, el mismo destino que el soviético. Así que, la pregunta sin respuesta es pertinente:
¿Habrá sido esta la última guerra de Estados Unidos como potencia hegemónica?
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