Opinión

Hacia la creación de una coalición opositora

Hacia la creación de una coalición opositora

Hacia la creación de una coalición opositora

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Aunque el proceso electoral de 2021 comienza, formalmente, la primera semana de septiembre, la temporada de caza ya la abrió el presidente Andrés Manuel López Obrador al dar a conocer, el martes 9 de junio, un documento titulado “Rescatemos a México. Proyecto BOA.” Con esto, según él, desenmascaró la lúgubre trama que se urdía para formar el Bloque Opositor Amplio con el propósito de quitarle a Morena el control de la Cámara de Diputados y ganarle al tabasqueño el referéndum revocatorio de 2022. En la construcción del Bloque Opositor estarían PAN, PRI, PRD y partidos emergentes como México Libre; gobernadores; alcaldes de las principales ciudades; medios de comunicación y comunicadores; redes sociales, y organizaciones sociales. En el complot también estarían involucrados algunos consejeros del IFE y magistrados del Trife, así como agrupaciones empresariales. Todo un tinglado contra la 4T.

El problema es que es un documento apócrifo. Pero, entonces, ¿para qué embarcarse en una burda maniobra como esa? Sabiendo que AMLO es un político astuto, este lance puede ser interpretado como una advertencia: “Sabemos lo que están haciendo. Si no se pliegan o se aplacan, aténganse a las consecuencias.” Al día siguiente, 10 de junio, insistió en su amenaza velada: “no son liberales, son conservadores; fuera máscaras.” Y esto va en consonancia con lo que el tabasqueño dijo el domingo 7 de junio en la refinería Lázaro Cárdenas de Minatitlán, Veracruz: “Somos conservadores o somos liberales, no hay medias tintas. Melchor Ocampo, aplica ahora. No hay para dónde hacerse: o estás por la transformación o contra la transformación.”

Una de las consecuencias de este posicionamiento es poner en alerta, conscientemente, a sus seguidores y amedrentar a sus opositores; mantener en estado de agitación e incertidumbre al país tal como lo marcan los programas de acción de los regímenes populistas.

Por principio de cuentas, lo que debemos hacer es interpretar objetivamente la condición política en la que hoy se encuentra nuestro país. Esto lo digo porque después de las elecciones del 1 de julio de 2018, el sistema político y el sistema de partidos en México sufrió una variación importante, de gran calado. Sin embargo, muchos analistas no entendieron lo que sucedió. Sigue utilizando la teoría de las acciones racionales (Rational Choice) para explicar algo que requiere otro tipo de enfoque. Perdieron la brújula, y ahora en vez ayudar a aclarar el panorama lo enturbian. Andan dando palos de ciego.

Según el proyecto neoliberal, los econócratas (como los llamó acertadamente Luis F. Aguilar Villanueva) necesitaban tecnócratas de la política y éstos la redujeron a la parte cuantitativa y utilitaristas: todos los actores en la escena pública se mueven “racionalmente” siguiendo cálculos de conveniencia y oportunidad. Y hasta allí.

En consecuencia, no existe el interés general sino tan sólo intereses particulares en pugna dentro de la arena del mercado político, igual que lo hacen las empresas y los inversionistas en la economía. En estas condiciones no hay valores, sino intereses. Tales son los estrechos márgenes mentales en los que se mueven estos “especialistas”. Pero los tecnócratas neoliberales perdieron y sus subalternos también.

Me explico: con el ascenso de Andrés Manuel López Obrador a la Primera Magistratura de la Nación, pasamos de una democracia pluripartidista a un sistema de partido dominante (una regresión), nada más que con una diferencia: durante la etapa de auge del Régimen de la Revolución lo que prevaleció fue un “partido hegemónico-ideológico” sustentado doctrinaria y programáticamente en los postulados de la Revolución Mexicana. En contraste, ahora predomina un “partido hegemónico-pragmático”, sin ideas ni programa. (Giovanni Sartori, Partidos y Sistemas de Partidos, Madrid, Alianza Universidad, 1992, p. 278).

El propósito fundamental de AMLO y Morena es concentrar el poder en el líder; exhumar al presidencialismo autoritario del Ancien Régime. Pero aquí surge otra distinción: el presidencialismo del siglo XX mexicano se fue fortaleciendo conforme el Estado nacional y sus instituciones se robustecieron. Uno de los elementos sustanciales de ese complejo engranaje fue la sucesión presidencial. Hoy, por el contrario, el poder se está concentrando en el caudillo al tiempo que las instituciones públicas se debilitan. Además, para nadie es un secreto que AMLO tiene la ambición de continuar en el puesto más allá de 2024. Implantar un sultanato.

¿Cómo frenar este embate antidemocrático? Formando una coalición opositora (por encima del documento apócrifo del BOA) que recupere la mayoría simple en la Cámara de Diputados y vuelva a servir como contrapeso al Poder Ejecutivo; que sea competitiva en la lucha electoral por las 15 gubernaturas en juego, y gane las ciudades más importantes (habrá comicios en dos mil municipios). Por eso, procedió correctamente Marko Cortés, presidente del PAN al hacer público que ha hecho un planteamiento formal al PRD y al MC para ir juntos a las elecciones de 2021. Si los partidos de oposición van cada uno por su lado, se lanzarán al precipicio, más aún cuando ayer jueves 18 de junio, Morena, PT y PVEM anunciaron su intención de formar una alianza para el 2021.

La democracia necesita líderes que vean por el interés general.

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