
¿La escuela?... “No tenía chispa, ninguna atracción”, dice Jesús Cruz. Aquí, entre rimas, lo conocen como El Trovador Cruz.
Obtuvo el certificado de nivel medio superior en el Bachilleres 3, con buenas calificaciones. Familiares y amigos le vaticinaban un halagador futuro académico. Quizá contador, abogado, ingeniero, pero…
“Me salí”, suelta sin arrepentimientos, después de una batalla de raperos en el kiosko de la Alameda Central.
—¿Y eso?
—No me llenaba, quería dedicar mi vida al rap.
Al 35 por ciento de quienes abandonan la escuela en nuestro país le disgusta el sistema educativo, según datos de la Secretaría de Educación Pública. Lo encuentran aburrido, monótono, sin gracia…
Cumplió ya 24 años. Los últimos cinco los ha dedicado a las batallas de freestyle rap, un ejercicio de expresión improvisado, en el cual predomina la rima y cuyo objetivo central es desdeñar al contrincante.
Hoy pasó todos los filtros y llegó a la final. Decenas de jóvenes como él se estremecen en derredor del kiosko, vitorean cada rima, cada desdén al enemigo, mientras los paseantes susurran afrentas. “Ninis”, gritan. “Chamacos sin oficio ni beneficio”.
“Cada quien decide su camino —dice El Trovador Cruz—, nací para rapear y no hay una escuela para esto. Te enseñan poesía, filosofía y letras, pero no rap. Para crecer, hay que arriesgarse. Cuando me salí de la escuela, comencé a trabajar por mi propia cuenta, me requirieron en casas culturales, luego en eventos más grandes y empecé a ganar renombre poco a poco”.
Lo han contratado en diversas facultades de la UNAM, en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, en comisiones de Derechos Humanos, Palacio de Minería, festival Cervantino y Expo Reforma. Ha sido campeón de la Red Bull Batalla de Los Gallos, uno de los encuentros de raperos más importantes en territorio nacional.
“Es ir a batallar, dar un show para la gente, vivo de esto. En algunos eventos me pagan, en otros no, y hasta he tenido que poner de mi dinero, pero para subir, debes salir de tu lugar”.
Jesús es originario de La Merced, creció entre cumbias y salsas; en aquella música escuchó sus primeras rimas, hasta un día de parranda en el Bachilleres, cuando algunos chicos organizaron un duelo de improvisación. Escuchó y quedó hechizado… Su futuro, decidió ahí, estaba en la rapeada.
—¿Y tus padres?
—No me gusta ser doble cara. El último día del bacho le dije a mi papá: ahí están las calificaciones, el certificado, cuadro de honor, pero ya no habrá más escuela, tengo otro sueño. Pensó que era un pasatiempo, un berrinche... Muchos conocidos me decían: estás mal, con los estudios puedes llegar más lejos. Es un pensamiento cuadrado: en este país, una carrera no funciona sin palancas. Me ha tocado ver historias como la de una muchacha que hizo la carrera de biología marina y terminó vendiendo jugos en la Central de Abastos.
—¿Qué ocurrió cuando tu padre se percató que no era un juego?
—Me vio desmañanándome, escribiendo rimas hasta las seis de la mañana, y terminó aceptando que mi pasión es el rap. ¿A qué padre le cae bien? La vida ya de por sí es un riesgo, pero cuando te vas por un camino contrario al estudio, el riesgo aumenta y el papá se pone nervioso por lo que le pueda ocurrir al hijo. Luego él supo de mis patrocinios, de mis viajes y pagos, y una noche me enfrentó: si eso quieres para tu vida, adelante, pero siempre intenta ser el mejor.
—¿Por qué sólo hablas de tu padre?
—Él, solito, me sacó adelante. Nadie más.
—¿A qué se dedica?
—Es comerciante de fruta. La compra en la Central de Abastos y después la surte en estadios, foros y otros lugares públicos.
—¿Cuál es tu expectativa en el rap?
—El límite es el cielo. Ya lo dijo Guillermo del Toro: nací en México, y los mexicanos podemos hacerlo todo aquí y en cualquier otro país.
Admira a los raperos Tupac Shakur y Notorious B.I.G, a quienes asesinaron a los 25 y 24 años, de manera respectiva. “Notorious decía: es muy triste no tener oportunidades y buscar ciertas maneras de conseguirlo todo. Tenía todos los defectos: virolo, gordo, y aun así podía comerse el mundo”.
También, como “buen mexa”, al luchador Mil Máscaras, al caricaturista José Guadalupe Posada, a la poetisa Sor Juana Inés de la Cruz y al escritor Xavier Villaurrutia.
—Figuras emblemáticas de la cultura mexicana…
—Los raperos no somos ignorantes. Los verdaderos, estamos pendientes de todo, de cualquier noticia, de cualquier voz. ¿Leer mucho? Para nada… No me gusta leer, aprendo más escuchando a la gente, observándola. Las palabras tienen mucho valor, sin importar de donde vienen. Para hacer las comparaciones, necesitamos palabras. Si tu contrincante no hace una buena rima, le puedes decir: al final del día/tu verso no me preocupa/todos nacieron para engañar/por eso te llaman Judas. Ya metiste una comparación, un verso, un mensaje.
—¿Cómo te alistas para una batalla?
—Simplemente no pensando: entre más piensas, más caída; entre más ligero, más fluyes. Es como si tuvieras una pluma mental y empiezas a trazar el verso: hoy me siento genial/ya que mi verso siempre me ha podido cambiar. Algunas veces las batallas tienen una temática específica: hay que saber de historia mexicana, películas, química, física, matemáticas.
—Para la gente que pasa, sólo son chavos perdidos, ajenos a la educación…
—Sólo por verte con ropa entubada, alargada o poco común, te rechazan. El freestyle es cultura. Lo más fácil de engañar son los ojos.
—¿Y la escuela?
—Mi mensaje es: si no encuentras oportunidades y alegrías en la escuela, salte y haz de ti una escuela. Yo trabajo rapeando, y es lo que más quiero. Hay otros que estudiaron una carrera de cuatro o cinco años, y no tienen una mochila de marca como la mía, ni unos tenis caros. ¿Cómo es posible que una persona que se dedica a rapear tenga un iphone? Pue sí, porque trabajo.
—¿Crees que los jóvenes mexicanos cuentan con las condiciones para cumplir sus sueños, cualquiera que éstos sean?
—Hay quienes tienen muchos obstáculos, pero la vida no es un pretexto: lo haces o lo haces. A ellos les digo: si tienen dificultades, crezcan más, agigántense ante el mundo.
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