Metrópoli

Historia COVID: Llevó gallo, pero terminó abofeteado y bulleado

Escenas de la vida cotidiana que se hicieron escasas con el confinamiento. Un enamorado se atrevió a llevar serenata, aunque parece que los tiempos no son propicios para esa expresión de amor

Historia COVID: Llevó gallo, pero terminó abofeteado y bulleado

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La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

La noche cubría con su manto al centro de la ciudad, las calles lucían vacías y es que, con o sin pandemia, a las 2:30 de la mañana todos se encuentran descansando en sus camas.

No había ruido que interrumpiera el profundo sueño de familias que viven en la zona centro de la CDMX, no había perros pelando en las esquinas y mucho menos bares que con su escandalo cortaran el profundo sueño.

La paz y la tranquilidad abundaban en el numero una de la calle Donceles, pero justo en punto de las 2:35 de la mañana un grito rompió con la frágil calma que había, “¡Ya llegué mi amor, sal!”, se escuchó el grito seguido de un grupo de mariachis que entonaron “Amor eterno”.

De un momento a otro la calle se vio invadida por al menos 15 fiesteros que con botellas en mano y sombreros charros le llevaban serenata a la enamorada de uno de sus acompañantes.

La música retumbaba en las ventanas de los departamentos aledaños, las canciones de Juan Gabriel enardecieron los ánimos de los fiesteros que continuaban con su fandango.

La enamorada efectivamente bajó, en chanclas y pijama, y corrió a los brazos de su enamorado.

“Hermoso cariño, Hermoso cariño. Que Dios me ha mandado a ser destinado, nomás para mí”, se escuchaba en la calle.

Vecinos inconformes empezaron a aparecer en las ventanas. “Ya ni la chingan, mañana trabajo, a callar”, gritó alguno.

Aunque para los enamorados eso no era problema alguno, las risas el alcohol y la fiesta no paraban, los jóvenes confiados cantaban a todo pulmón hasta que un ruido aún más estremecedor rompió con el canto de los mariachis: una grabación que muchos ya hemos escuchado en la ciudad. “Quédate en casa estamos en alerta sanitaria, recuerda el objetivo es no contagiar, cuídate y cuídanos” repetían incontables veces 2 patrullas de la CDMX que terminaron de despertar a los vecinos.

“¿Seguimos?”, preguntó uno de los mariachis.

“Ustedes arránquense que yo pago”, dijo uno de los fiesteros.

Un policía descendió de su patrulla a poner fin al escándalo.

Los jóvenes fiesteros entraron a un edificio cercano, dejando a tras a la pareja de enamorados y allí parecía que todo pararía, pero no, esta noche no estaba destinada a parar allí. La pareja comenzó a pelear sin que a la distancia pudiera adivinarse ese cambio repentino de ánimos.

“Siempre es la misma chingadera, no puedes hacer nada bien, ¡ni para traer serenata sirves!”, gritaba furibunda la chica, ya puesta a llorar y patalear. Mala idea tuvo el novio al tratar de defenderse, “¡A ti no te iban a remitir, yo pago los platos rotos y luego!”, le gritaba su enamorado.

Los besos olvidados, dieron paso a jalones y golpes, las cachetadas cubrían la cara del joven que hacia intentos para protegerse, pero el alcohol no le era de mucha ayuda, trastabillaba una y otra vez.

“¡Ya chingá, ya, ya, mañana trabajo! ¡Me tengo que levantar temprano y no puedo dormir! Y tu, papito, si no controlas a la chava para que chingados le llevas serenata”, intervino nuevamente un vecino.

Entre gritos y sollozando la pareja hizo los pases se dieron un beso y entraron juntos a la casa de la chica. La paz volvió a las calles del centro, esas calles que siempre tienen una historia que contar, aun con pandemia.