
Si aquella frase, “los valientes no asesinan”, hizo que Guillermo Prieto entrara a la narrativa de los grandes momentos históricos por la puerta grande, no es menos cierto que en su larga vida hubo otros momentos, menos conocidos, pero también relevantes, que lo convierten en uno de los grandes personajes del México decimonónico. Lo más frecuente es que se le recuerde como el que salva la vida de Benito Juárez, o, en todo caso, como poeta, padre de la “Musa callejera”, que legó una abundante producción donde consigna el habla y los modos del pueblo mexicano de hace siglo y medio.
Prieto, conocido también como Fidel, como El Romancero, o, incluso como El Güero, hizo mucho más que escribir poemas: fue diputado, ministro de Hacienda en permanente crisis, profesor de Historia y de Economía, editor y director de correos. Aquí, algunas de sus muchas historias.
El inédito que hoy ofrecemos es una oración que el poeta, en su vejez, escribió para que la rezaran sus nietos antes de dormirse. El breve texto no está en las Obras Completas de El Romancero, y proviene del legado de los descendientes de Guillermo Prieto, quienes generosamente lo pusieron en manos de quien esto escribe y ahora lo comparte con los lectores de Crónica.
El otro gran, gran amigo de Guillermo Prieto fue Ignacio Ramírez, El Nigromante. Se conocieron cuando ambos tenían 19 años de edad, y Ramírez se apersonó en la tertulia de la famosa Academia de Letrán para afirmar que “Dios no existe”. En esos 42 años en que fueron amigos, Prieto y El Nigromante fundaron periódicos, como Don Simplicio, publicación dedicada a atacar al gobierno del presidente Mariano Paredes; fueron diputados en la misma legislatura, la más famosa, la de 1856-1857 que produjo la Constitución liberal, y formaron parte del renacimiento de las letras mexicanas después de la Guerra de Intervención y la caída del Imperio. Ambos fueron convencidos liberales, aunque Ramírez fue más crítico de la figura y decisiones de Benito Juárez que Prieto. La amistad entre estos dos grandes personajes de la generación de la Reforma liberal solamente se terminó con la muerte de Ramírez, en 1879.
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