Opinión

Honrar para existir

Foto de Rafael Caldera
Foto de Rafael Caldera Foto de Rafael Caldera (La Crónica de Hoy)

¡No, permanecer y transcurrir 

no es perdurar, no es existir, 

ni honrar la vida!

Como la vida misma, los conceptos que la construyen tienen mucha más profundidad de lo que solemos creer y mucho mayor contenido que sus definiciones de diccionario.

Honrar: respetar a alguien, enaltecer o premiar el mérito, dar honor o celebridad, según el Diccionario de la Real Academia Española, es uno de esos conceptos que hemos restringido a la liviandad de las fórmulas de cortesía.

 Sin embargo, honrar es una forma de vivir, una de las más satisfactorias y llenas de sentido, una que no puede anclarse sino en el alma, cuando comprendemos la dimensión de la palabra.

Mientras las palabras no analizadas son creencia, por tanto necedad, las dilucidadas nos conducen a la vivencia. Honrar, como vivencia, es un sentimiento de estima originado por la comprensión de las bondades que a nuestra vida trae todo lo malo o todo lo bueno que nos ha pasado.

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Estima que se traduce en una actitud de reconocimiento, consideración y cuidado, tanto de tales bondades, como de aquello que las ha producido.

Honrarás a tu padre y a tu madre es un precepto de todas las religiones. Su importancia está más allá del amor filial. Se trata de un reconocimiento que se extiende a todos nuestros ancestros, que vivieron para hoy fuéramos quienes somos. Sin importar si lo hicieron correcta o erróneamente, hicieron lo mejor que pudieron en el contexto de sus historias personales y sus circunstancias.

Rendir honores a lo que creemos que es honorable es una conducta de ceremonia. La dificultad de vivir honrando es que debemos hacerlo “a pesar de”. Y no, no se trata de aguantar maltratos, de resignarse o de obedecer a ciegas. Eso es sumisión, no honra.

La sumisión denigra, la honra enaltece porque nos obliga a ser lo mejor que podemos ser, y ése es el más alto tributo que podemos rendir a la vida, a nuestros ancestros, familia, amigos, compañeros de trabajo, conciudadanos.

La honra es tributo, o se queda en gratitud, nada despreciable por cierto. La gratitud es otra de las grandes cualidades de un alma plena, pero no es lo mismo. Honrar es corresponder a la medida. Si alguien tiene con nosotros un gesto, cualquiera que sea, con la intención de hacernos felices, y lo aceptamos, nuestra obligación entonces es ser felices en lo relativo; cuidar, disfrutar aquello que nos ha sido dado, sin culpas, sin autodevaluación, sin envidia.

Si alguien nos ha hecho un mal, y de ese mal, una vez procesada la autoliberación que representa el perdón, resulta un bien, debemos honrar a esa persona y su aportación a nuestra vida siendo mejores.

Honrar no es una palabra fácil porque encierra uno de esos misterios esotéricos a los que tanta gente huye hoy para no abandonar la superficialidad o tanta otra se apega en busca de huir del dolor, pero no de crecer.

Honrar la vida, la más grande de las honras, es primero SER y, después, ser lo mejor que podemos ser. Ser con mayúsculas es vivenciar, sentir, pues, todo lo que haya que sentir. ¿Qué no todos hacemos eso?, me dirá.

No. Eso es lo que creemos que hacemos. Vivimos en la esfera de los pensamientos, de las creencias; aferrados al pasado y temerosos del futuro; en la dimensión de las emociones descontroladas, reaccionando desde la víscera, desconfiados de nuestros semejantes y pasándoles por encima cuando se puede.

Vivimos en el polo opuesto, en la deshonra para con nosotros mismos, con la vida y con todo aquello que nos sostiene: los otros, el planeta e incluso aquello que como especie hemos creado.

Por eso es que ser una persona honrada es mucho más que actuar de acuerdo a las convenciones éticas y morales de nuestro tiempo y en nuestras circunstancias. Es estar en contacto con la propia alma, existir en vez de estar.

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