Escenario

Iñárritu, Reygadas y la generación dorada que brilla en la sombra

Especial. Último episodio de la serie de especiales Cine mexicano y convulsiones sociales, que Crónica presenta cada sábado

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Iñárritu, Reygadas y la generación dorada que brilla en la sombra

Iñárritu, Reygadas y la generación dorada que brilla en la sombra

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Era un día de 1984 y en la estación de radio W 96.9 de FM en la Ciudad de México, entonces Distrito Federal, se escuchó la frase: “Este es un pavo tranquilo”, seguido del gorjeo de un ave. “No sabe que en unos momentos será sacrificado para esta Navidad”, continuó el narrador y en seguida, en las bocinas se escucharon platos y cristales rompiéndose al mismo tiempo que se pedía a gritos atrapar al pájaro: “¡Agarren al pavo!”, narraba Alejandro González Iñárritu en el inicio de la exitosa radionovela El pavo asesino, un joven que en ese entonces no sabía que haría historia, no solo en el cine mexicano sino en el cine mundial.

“Mi padre era cinéfilo y no lector, me llevó a ver películas por lo cual me introdujo al arte y mi madre igual. Yo soy el más chico de cinco hermanos y no existió un ambiente enfocado a la literatura”, dijo el cineasta en una entrevista; el realizador, nacido el 15 de agosto de 1963, fruto del matrimonio de Luz María Iñárritu y Héctor González Gama. Vivió su niñez en la colonia Narvarte en medio de una familia a la que él mismo define como “guerrera”. Su padre se dedicó a la banca hasta que un revés económico le llevó a trabajar en el sector de frutas y verduras.

Antes de llegar a la radio fue un aventurero. A los 17 años cruzó el Atlántico como trabajador de un barco carguero y dos años después trabajó en Europa y África, en donde vivió experiencias que nutrieron su trabajo cinematográfico en los años posteriores, pues el cineasta ha regresado a los sitios para tomarlos como locaciones.

La música siempre ha sido una de sus fuertes pasiones. Durante los siguientes cinco años, el cineasta entrevistó a estrellas mundiales de rock y transmitió conciertos de rock en vivo vía satélite: un lustro en el que la WFM se convirtió en la estación número uno de la Ciudad de México.

Siempre dijo que su sueño era ser una estrella de rock y en la práctica musical se dio la oportunidad de componer la música de seis películas mexicanas, entre las cuales se encuentran Un macho en la cárcel de mujeres y Un macho en el salón de belleza, que protagonizó el fallecido actor Alberto El Caballo Rojas. Su faceta como compositor se dio de 1986 a 1989. González Iñárritu considera que la música ha tenido más influencia en él de lo que han tenido las películas.

Dejó la estación de radio para lanzarse a su primera aventura relacionada con el cine, cuando viajó a Estados Unidos para estudiar teatro con el prestigioso dramaturgo y director de teatro polaco Ludwik Margules, y dirección de actores en Maine y Los Ángeles, bajo la tutela de Judith Weston. A su regreso creó, junto a Raúl Olvera, la productora Z Films con la finalidad de dirigir películas, cortos, audiovisuales, anuncios y programas de televisión.

Con resultados positivos de la casa productora, en 1995 decide escribir y dirigir su primer cortometraje para Televisa en un primer piloto que se llamó Detrás del dinero, el cual estuvo protagonizado por el aclamado cantante español Miguel Bosé. Con el tiempo Z Films se consolidó como una importante empresa que le permitió a Iñárritu reunir el presupuesto necesario para levantar su primer proyecto de largometraje.

Junto al guionista Guillermo Arriaga planeó el rodaje de 11 cortos en los cuales pretendía reflejar las contradicciones que oculta la capital del país. Después de tres años y treinta y seis borradores, acabaron uniendo tres de estas historias en Amores perros (2000), la cinta que volvió a poner al cine mexicano en el plano internacional, que marcaba el inicio de un nuevo milenio prometedor y renovado y con el que consiguió el premio al Mejor Largometraje, de la Semaine de la Critique del Festival de Cannes, una nominación al Oscar y sobre todo el segundo aire de una generación de cineastas mexicanos que buscaban salir de una nueva crisis de producción.

Ese mismo año en el que Iñárritu se abrió las puertas del cine mundial, otro cineasta mexicano comenzaba su historia. Carlos Reygadas había estudiado Derecho Internacional en la Ciudad de México y en Londres, especializándose en conflictos armados. Pero en el 2000 decidió probar suerte como director de cine. Reunió a un equipo de novatos para filmar su ópera prima bajo el nombre de Japón, por la que recibió una Mención Especial de la Cámara de Oro en el Festival de Cannes 2002.

Reygadas había trabajado incluso para las Naciones Unidas, sin embargo fue el cine del ruso Andrei Tarkovsky el que lo llevó al séptimo arte. Batalla en el cielo (2005) fue su segundo trabajo con la que compitió en la máxima justa de Cannes en la búsqueda por la Palma de Oro.

En ese primer lustro del nuevo milenio Alfonso Cuarón regresó a filmar en México la cinta Y tu mamá también (2002), que se estrenó con éxito en el festival de Venecia, en donde los actores Gael García Bernal y Diego Luna ganaron un premio que impulsó su carrera hacia la internacionalización. Los actores e Iñárritu siguieron los pasos de Alfonso Cuarón y Guillermo del Toro para trabajar fuera de México.

A ellos siguieron otros filmes valiosos con premios en certámenes de alta competencia, como El violín (Francisco Vargas, 2006), El cielo dividido (Julián Hernández, 2006), Párpados azules (Ernesto Contreras, 2007), Lake Tahoe (Fernando Eimbcke, 2008),  y Año bisiesto (Michael Rowe, 2010), ganadoras en Cannes, Berlín, Sundance y otros foros.

Tras los éxitos de estos cineastas en el plano internacional, a contracorriente comenzaron a surgir festivales de cine en México, que se unieron al de Guadalajara que surgió en 1986. Morelia y Guanajuato fueron algunos de los primeros en comenzar a ser espacios importantes para que los nuevos realizadores dieran a conocer sus películas, debido a que el panorama comercial estaba tomado por asalto por el cine de Hollywood bajo las reglas impuestas por el Tratado de Libre Comercio.

A finales de los años 90, el cine mexicano padecía de una crisis de producción porque no se reponía del descalabro económico de 1994 que provocó un recorte del apoyo gubernamental. En 1997 había tocado un fondo en el tema de producción al llegar solo a nueve filmes en el año, cuando en los años 80 se superaba la cifra de 100 producciones. Y ante ese negro panorama llegaron con éxito filmes como Sexo, pudor y lágrimas (1998) de Antonio Serrano; Todo el poder (1998) de Fernando Sariñana, y especialmente La ley de Herodes (2000) de Luis Estrada, que confirmaron la existencia de un público que seguía interesado por el cine nacional.

La transición al nuevo milenio fue difícil, no bastó con el éxito de los pocos filmes que llegaron a las salas de cine comerciales, ni los laureles para cineastas en el plano internacional. El gobierno de Vicente Fox no benefició al cine nacional como lo prometió en la campaña. El número de producciones no aumentó demasiado y de hecho el 2002 se convirtió en un año en el que sólo se produjeron 14 películas. Después de ese año las cosas comenzaron a mejorar para llegar al final del sexenio a estrenar 63 películas (de las cuales sólo 30 fueron apoyadas por el Estado). Aún no era suficiente para la calidad de cine que se estaba mostrando en el plano mundial.

Poco a poco se fueron creando mayores incentivos que favorecieron la producción, como los fondos Fidecine y Foprocine, pero hasta la fecha no se ha podido domar a la bestia de la exhibición. Para el sexenio de Felipe Calderón, el nivel de producción se mantuvo en un promedio de 70 filmes por año y en los últimos años han alcanzado cifras récord por encima de las 140.

El nuevo milenio también se convirtió en el escenario en el que conviven diferentes generaciones en el cine nacional. Desde Felipe Cazals (Chicogrande, 2010) y Arturo Ripstein (Las razones del corazón, 2011); pasando por Luis Mandoki (Voces inocentes, 2004), Luis Estrada (El infierno, 2010) o Carlos Carrera (El crimen del padre Amaro, 2002); otros jóvenes como Eugenio Polgovsky (Los herederos, 2008), Amat Escalante (Bastardos, 2008; y Heli, 2012), Rigoberto Perezcano (Norteado, 2008), o Nicolás Pereda (El verano de Goliat, 2010), hasta nuevas generaciones como Alonso Ruizpalacios (Güeros, 2014), Michel Franco (Después de Lucía, 2012), Gabriel Ripstein (600 millas, 2015), Diego Quemada-Díez (La jaula de oro, 2013) o David Pablos (Las elegidas, 2016), sólo por mencionar algunos de una larga lista.

En los últimos años el cine nacional también ha estado envuelto en otras contradicciones, pues si bien el público no ha respondido en la taquilla a aquellos filmes admirados en los grandes festivales de cine, algunas películas se han convertido en verdaderos fenómenos comerciales como fue el caso de No se aceptan devoluciones (2013), de Eugenio Derbez; Nosotros los Nobles (2013), de Gaz Alazraki o No manches Frida (2016), de Nacho G. Velilla.

El público ha reaccionado favorablemente a la comedia de pastelazo, y por mucho tiempo se ha quedado la sensación a prejuicio sobre el cine nacional serio. En estos años los realizadores más propositivos en cuestión temática y artística han mostrado una inclinación por el realismo, por miradas intimistas o por adentrarse a la intensidad de conflictos familiares, que incluso actores de la talla de Tim Roth han denominado como un movimiento fílmico similar a la Nueva ola francesa, surgida en los 50.

Otro de los temas recurrentes ha sido la violencia, específicamente la trata de personas y el narcotráfico, producto de una guerra declarada en el 2006 por el presidente Felipe Calderón, que curiosamente volvieron a atraer a una audiencia cautivada por el cine de Luis Estrada o Miss Bala, de Gerardo Naranjo, mientras que también alejó a otro sector del público que estaba cansado de ver noticias sobre las tragedias que dejaba la guerra. En paralelo con la ficción, el cine documental ha alcanzado a tener un nivel importante que ha retratado una época de nota roja. Vivimos la época del cine más diverso.

En el ámbito internacional el cine mexicano se ha consolidado, en algunos casos, incluso más que en su propio país, al grado que críticos y estudiosos como Jorge Ayala Blanco afirman que “hay películas, y muy buenas. El problema es que se ha llegado al límite de un cine sin espectadores. Vamos a decirlo contundente: el cine mexicano se hace para que nadie lo vea”.

Fuera de México la generación dorada del cine ha hecho honores, ha conquistado la meca del cine con glamurosos premios Oscar, como los obtenidos por Alfonso Cuarón, Alejandro González Iñárritu o Emmanuel Lubezki (posiblemente el mejor cinefotógrafo del nuevo milenio), pero al cine mexicano le falta el apoyo de su audiencia, de la renovación de leyes que protejan su producción y la apertura de espacios para ser vista. El cine nacional brilla con luz propia, pero es difícil ser vista en la penumbra de todas sus limitantes.

En este momento se están forjando nuevas historias como las de Alejandro González Iñárritu, Alfonso Cuarón o Guillermo del Toro; se sigue puliendo el personaje siguiente que trascienda como Arturo Risptein o Felipe Cazals y quizás algún día lleguen nuevos genios como Luis Buñuel o Emilio El Indio Fernández. Mientras tanto la gran pantalla espera el próximo estreno que marque época.