
Alfonso Reyes (Monterrey 1889- Ciudad de México, 1959) hizo en una treintena de páginas una espléndida descripción del Valle de Anáhuac con sus volcanes, montañas, bosques, lagos y, sobre todo, su aire transparente. Se trata de su libro Visión de Anáhuac (1519), expresó el historiador Javier Garciadiego Dantan (Ciudad de México, 1951) durante la charla Tenochtitlan en Visión de Anáhuac.
“Describe la inmensa ciudad de Tenochtitlan con sus elementos distintivos, su extraño templo para los españoles acostumbrados a iglesias y catedrales, el inmenso Palacio de Moctezuma, las bien trazadas avenidas que unen la parte seca y la lacustre, un mercado populoso pero ordenado, pletórico de colores, olores y sonidos. Cuando uno lee Visión de Anáhuac uno siente sus colores, los ve, escucha esos sonidos y sobre todo capta esos olores”, comentó.
Garciadiego indicó que el libro de Reyes describe el asombro de los españoles al encontrar aquellas tierras al divisar Tenochtitlan a finales de noviembre de 1519. “De ahí el nombre visión que no es lo mismo que mirada, no es el libro de un viajero, tampoco el de un naturalista, es una obra que registra un asombro colectivo, visión implica imaginación y tal vez hasta poesía”.
Visión de Anáhuac no es una obra reivindicativa ni quejumbrosa, tampoco un alegato hispanófilo, es un texto consciente de que todo mexicano es el resultado de una dualidad histórica, étnica y cultural, añadió el también director de la Capilla Alfonsina.
En la charla, el historiador y miembro de El Colegio Nacional, narró que aunque Visión de Anáhuac fue firmado con la fecha de 1915 es claro que Reyes inició entonces apenas su redacción y que la concluyó en 1916.
“En una carta del 19 abril de 1915 (Reyes) le dijo (a Pedro Henríquez Ureña) estar trabajando pero no le mencionó Visión de Anáhuac. Aceptó estar bosquejando un libro cuyo tema sería las ciudades coloniales, un marco cronológico que acaso abarcara como antecedente inmediato el paso de la vieja Tenochtitlan a la inminente Ciudad de México”, dijo.
Tres meses después, el 11 de julio de 1915, seguían las incertidumbres sobre tema y título, pero no sobre su dimensión. “Reyes le dijo que escribiría algo ‘serio, dejándome de divagaciones y critiqueos’, la cita permite dudar de acerca de si ya había iniciado su redacción, pero dejó en claro que no sería de un trabajo de imaginación literaria (divagaciones), ni de crítica, (critiqueros), lo que tal vez dejó a Ureña en ascuas”, detalló el historiador.
Garciadiego señaló que, a finales de 1915, Reyes le confesó a su amigo estar trabajando activamente en el texto, y le espetó en un telegrama: “inútil describirte asunto” y le anunció que “recibirás el manuscrito antes de que se publique”. Cuando Ureña lo recibió era 1916 y el título de la obra era 1519, posteriormente, el nombre fue Mil quinientos diecinueve.
“Ureña le recomendó que la redacción fuera más clara y sencilla, la postura final de Reyes fue asombrosamente contundente: corrigió algunos datos “en lo que pude”, pero se resignó a clarificar su prosa pues le dijo no haber querido escribir de forma sencilla sino “hacer un retablo churrigueresco con arcaísmo procedentes de Hernán Cortés y Bernal Díaz del Castillo”, además le advirtió que no serían iguales los demás capítulos”, narró.
El historiador indicó que, una vez terminado el libro, Reyes decidió publicarlo en Costa Rica, “uno de los países americanos más ajenos al proceso de la conquista y con menor población y culturas originarias”, por tanto no tuvo el éxito esperado en el país.
La primera edición Visión de Anáhuac (1519) se hizo en la colección El Convivio de Joaquín García Monge, un buen amigo epistolar de Reyes a quien seguía a todas partes con el envío de sus novedades.
Garciadiego comentó en la charla que fue transmitida por el Facebook de la Capilla Alfonsina que Reyes vivió exiliado en España y que 1915 fue un año agotador para el autor ya que tuvo que convertirse en un “galeote literario”, escribiendo innumerables “articulillos” para revistas y periódicos americanos, haciendo traducciones anónimas y hasta críticas cinematográficas con seudónimo.
“La pobreza que padeció lo obligó a habitar en posadas y apartamentos desvencijados, de auténtica “picaresca”, ubicados en barrios populares de Madrid. Aquella inédita situación impuso que su única diversión fuera ir los domingos —día gratuito— al Museo del Prado, y no al teatro ni a otras diversiones onerosas”.
Copyright © 2021 La Crónica de Hoy .