La elección del 2018 genera tantos acontecimientos previos que la elección como tal ya parece haber pasado a un segundo lugar. Los preparativos para llegar a la elección, o designación, de los candidatos de los distintos partidos, y de los independientes, está ocurriendo en un ambiente tan complejo, donde paralelamente surgen eventos positivos como el inicio de clases con un sistema reformado, sobre el que muchos se peguntan si tendrá continuidad el próximo sexenio, o sucesos como las denuncias de fraudes que aparecen cada día, procedentes de donde menos se esperan y también de donde ya se esperaban. Algunos de estos supuestos fraudes también tienen que ver, de alguna manera, con la elección de los candidatos, tanto para la Presidencia como para los múltiples cargos que estarán en disputa. La opinión pública ya no sabe en qué asunto concentrar su atención, o si todos juntos estarán relacionados.
Este ambiente de incertidumbre electoral es relativamente nuevo, nació con la aparición del siglo XXI. Recordemos que en el siglo XX los Presidentes “se elegían” sin sorpresas, Potes Gil, Pascual Ortiz Rubio, Abelardo Rodríguez, Lázaro Cárdenas, Manuel Ávila Camacho, Miguel Alemán, Adolfo Ruiz Cortinez, Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría, José López Portillo, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo, último presidente del siglo XX., todos ellos, los 14 presidentes, con la excepción del lamentable asesinato de Colosio, llegaron tranquilamente, por el sistema “digital”, es decir “por dedazo”, sin sacudimientos notorios. El siglo XXI se inauguró con los dos sexenios de la alternancia panista. El tercero, también en calma, se dio con un sustrato indeseable de gasto, dádivas y coptación y el poder volvió a las manos del otrora “partido oficial”.
Hoy la elección de candidatos avanza permeada por las ambiciones de múltiples aspirantes, pero también de los anhelos de cambio de muchos mexicanos que abrigan la esperanza de que en México se instale la legalidad que dé paso a la democracia plena, sin coptaciones, engaños, sobornos ni falsas promesas. Eso es lo que México ya se merece y quiere, además, que quien llegue al poder lo utilice para servir y no para servirse.
Hoy se siente un gran rechazo social por los cuantiosos recursos, que por ley, se destinarán a los partidos para sus gastos de las próximas campañas, y se teme además, que no sólo se gasten lo asignado, que ya es en exceso, sino que, además, se le incorporen recursos de otras procedencias, como el que se vuelvan a omitir o reducir programas federales y locales para invertir esos recursos en las campañas.
Los mexicanos ya quieren ver campañas que eduquen a la ciudadanía en la libertad para elegir, con pleno conocimiento de quienes se proponen y de sus propuestas. Que informen sin confundir partido y gobierno (ahora ya todos los partidos participan del gobierno, aun cuando solo sea en el Poder Legislativo).
Las campañas habrán de servir para que los ciudadanos conozcan mejor la realidad de la nación y las soluciones que para resolver los problemas, presentan los candidatos. Ya es tiempo de que los candidatos de los distintos partidos sostengan debates públicos serios, sobre lo que cada uno propone para resolver los problemas específicos; no para atacarse mutuamente y descubrirse los mutuos defectos y errores.
Sería deseable que los partidos elijan a las mejores personas, no a las que tienen más recursos económicos para aumentarlos a las dádivas de la campaña, o a los que ganan encuestas a modo, sino a hombres y mujeres con una historia de vida intachable, con deseos de servir y con la madurez y experiencia que se requiere para ejercer los cargos a los que aspiran…
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