Cultura

La Biblioteca Nacional expone su acervo sobre códices y obras mayas

Se mostrarán documentos de Humboldt, fray Diego de Landa y de arqueólogos y personajes que estudiaron la escritura maya. También se exhiben reproducciones y casos de piezas falsas.

Códice Maya
Códice Maya Códice Maya (La Crónica de Hoy)

Algunos tesoros que resguardan la Biblioteca y Hemeroteca Nacionales de México son las publicaciones sobre códices mayas que arqueólogos, historiadores y exploradores escribieron. Es el caso del libro Visitas a las Cordilleras y Monumentos de los pueblos indígenas de América, de Alexander Von Humboldt, las primeras interpretaciones de escritura maya hechas por fray Diego de Landa y las anotaciones del arqueólogo Leopoldo Batres sobre quiénes eran los falsificadores de códices en el siglo XIX.

Dichos documentos forman parte de las 25 piezas de la exposición Los códices mayas, a través del acervo de la Biblioteca y Hemeroteca Nacionales de México, que se inauguró ayer en la Sala de Exposiciones de la Biblioteca Nacional de México.

A propósito de la autenticidad prehispánica del Códice Maya de México, antes llamado Códice Grolier, que fue hecha pública la semana pasada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), la Biblioteca Nacional de México como institución encargada de realizar los peritajes de autenticidad, organizó la exposición en mención.

“¿Qué sabemos de los códices mayas y cómo es que lo sabemos?”, comentó la curadora María Elena Vega Villalobos y explicó que esa pregunta dio origen a la exhibición.

“Tenemos que referirnos a la obra del segundo obispo de Yucatán, fray Diego de Landa quien en 1566 redactó un manuscrito donde describía diversas prácticas de los mayas de Yucatán. Su obra original se perdió y lo único que conocemos es una síntesis titulada Relación de las cosas de Yucatán. El manuscrito fue encontrado por el abad francés Charles Brasseur de Bourbourg en el acervo de la Academia Real de Madrid en 1862 como parte de la investigación que realizaba de los pueblos indígenas en México”, detalló.

En ese escrito destacan dos secciones que con el tiempo se convertirían cruciales para el estudio de la civilización maya: una interpretación del calendario y la escritura  jeroglífica de los signos, y la compilación de un alfabeto en la que se explican las letras utilizadas por los indígenas yucatecos para escribir sus palabras.

“Brasseur publicó el manuscrito de Landa en una edición anotada en Londres y en París, en 1864, pero el ejemplar que tenemos en la Biblioteca Nacional es de Jean Genet hecho entre 1928 y 1929. Genet estaba fascinado con la escritura maya porque a principios del siglo XX ya se habían publicado dibujos y algunas inscripciones”, destacó Vega Villalobos.

Otra joya de la exposición es la edición de 1906 del libro Comentarios sobre los manuscritos mayas en la Biblioteca Pública Real de Dresde, escrito por el alemán Ernest Förstemann, quien comprendió que el sistema vigesimal maya.

“Antes, el códice Dresde era conocido como Manuscrito Mexicano, así presentado en el libro Viaje a las Cordilleras de Von Humboldt a principios del siglo XIX, publicación que también está en la exposición”, apuntó.

La curadora también destacó las publicaciones sobre la comprensión de los jeroglíficos mayas no calendarios como es el caso de A study of writing de Ignace J. Gelb, quien calificó a la escritura maya como decadente.

“Ese argumento fue destruido con un artículo de 40 cuartillas de Yuri Knorozov titulado La escritura de los antiguos mayas, en donde vio la existencia de otros signos que usaban los mayas para representar el sonido: los fonogramas”.

“Las noticias de falsificaciones de códices más tempranas no corresponden a libros mayas apócrifos sino a documentos del Centro de México, es el caso de una rueda calendárica y un folio sobre la conquista de Azcapotzalco en 1831 en manos del pintor Frederick Waldeck cuya identificación como falso se hizo hasta el siglo XIX”, señaló.

Pero las primeras referencias de las falsificaciones de libros mayas datan de la segunda mitad del siglo XIX y muestra de ello es el texto que el arqueólogo mexicano Leopoldo Batres público en 1910: Antigüedades mexicanas falsificadas, falsificación y falsificadores.

En ese artículo, Batres estereotipó a los falsificadores como asiduos de la mentira que bien podrían ser directores de los museos y unos alcohólicos.

“Este individuo tendría el hábito y la intención deliberada de mentir, de hacer pasar lo nuevo por lo antiguo a diferencia de los imitadores que, por el contrario, proporcionarían un bien a la sociedad porque por medio de sus obras ayudarían a difundir el conocimiento histórico”.

Entre los falsificadores de antigüedades figuran desde el rudo peón de campo hasta directores de museos locales que aprovechando su situación reproducen con fidelidad asombrosa los objetos originales que están a su guarda para lanzarlos al comercio como piezas genuinas prehispánicas, añadió Batres.

“Casi todos estos hombres dedicados a tal innoble industria son alcohólicos y pasan su tiempo en las tabernas”, sentenció.

También Batres advirtió del falsificador más peligroso en esa época, Genaro López, quien trabajó con dos destacados historiadores: Alfredo Chavero y Francisco del Paso y Troncoso.

La investigadora también mencionó el caso del Códice de Liberec que se encuentra en Praga y que en 1950 se denunció como falso, sin embargo, “hoy existen dudas entre los especialistas porque un investigador checo ha asegurado que debajo de la capa pintada por el falsificador se conservan rasgos de un códice auténtico”.

Otra pieza importante, dijo, es el Códice Porrúa que fue vendido en 2 mil 500 pesos y que el investigador Cesar Lizardi Ramos denunció en los años 50 del siglo pasado porque ese códice mezclaba elementos mayas, mexicas, mixtecas y chinos.

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