Opinión

La cultura moral de la escuela

La cultura moral de la escuela

La cultura moral de la escuela

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Cada escuela tiene una atmósfera propia, peculiar, única, que contribuye positivamente a la educación de los niños. Si se observa desde el punto de vista de la moral (o ética) puede decirse que cada centro de estudios posee una cultura moral propia.

Hay escuelas de estirpe tradicional, como las escuelas salesianas de Juan Bosco, en las cuales se subraya el orden, la jerarquía y el control del maestro sobre el alumno. En el otro extremo, hay escuelas como la de Summerhill de A. S. Neil que colocan en el centro la libertad del alumno.

Es verdad que en las primeras se dan a conocer las reglas al alumno, pero se ejerce una permanente vigilancia del director o de los docentes procurando que el estudiante nunca esté sólo y siempre tenga sobre sí la mirada de las personas adultas. Aunque se elude en lo posible el castigo, se trata de un modelo de control.

En cambio, en la escuela Summerhill ocurría todo lo contrario. Los visitantes se sorprendían al observar la casi ­absoluta libertad de los alumnos que se dedicaban a todo —a jugar, a trabajar, a hacer deporte, a leer, a conversar, a realizar experimentos, etc.— pero era raro encontrar maestros que los acompañaran, incluso extraño ver un salón de clase trabajando convencionalmente.

Toda escuela es (disculpas por la metáfora) un “mercado de valores”. Cada individuo que participa en ella —maestro, alumno o autoridad— es portador de determinados valores morales y los proyecta día con día en sus interacciones verbales y en sus conductas.

En todo lo que ocurre en el centro de estudios hay un “comercio” (intercambio) constante de valores. La transmisión de valores es explícita en las clases de Ética o Moral, pero la transacción valoral ocurre de manera implícita en cualquier otro encuentro dentro de la escuela: en la relación maestro-alumno y, de manera notable, en las relaciones interpares, alumno-alumno.

Hay autores que insisten en subrayar el papel preponderante del ambiente o comunidad sobre la educación del alumno. Antón Makarenko (Poema pedagógico) no creía en la eficacia pedagógica de la relación dual maestro-alumno y en cambio otorgaba un poder educativo determinante a la comunidad escolar. John Dewey (Democracia y educación), por su parte, decía “nosotros nunca educamos al alumno directamente, sino indirectamente a través del ambiente”.

Esta idea se refleja en la que Dewey tiene de la escuela (y que tanto influyó en la educación rural mexicana de los años 20 y 30 del siglo pasado). La escuela, dice Dewey en su librito La escuela y la sociedad, debe ser un “laboratorio social”, un lugar donde se reproduzcan, a escala, la vida real de las sociedades.

De esta idea básica deriva filosofía de La escuela de la acción que guió el funcionamiento de la educación rural de México en el siglo pasado. En esta escuela se reproducían diversas formas de trabajo que representaban, por ejemplo, la agricultura, actividad productiva dominante en aquellos años: de ahí los trabajos que realizaban los alumnos  en la parcela escolar, los cultivos de maíz, huertos, jardines, etc. Pero asimismo se impulsaron trabajos manuales, como tejido, cocina y talleres de carpintería, etc. Esta escuela, como sabemos, transmitía a sus alumnos valores éticos como el trabajo, la cooperación, la honestidad, la alegría, la disciplina y el amor a la patria.