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La doctora de La Roma

Hace ya muchos años que la doctora Troncoso dejó de hacer visitas a domicilio. Pero todas las tardes, de lunes a viernes, atiende a sus pacientes

Una mujer en una farmacia.
Una mujer en una farmacia. Una mujer en una farmacia. (La Crónica de Hoy)

"Oye, ¿Y es buena esa doctora? Viene mucha gente a verla”, inquiere la vecina de enfrente, una funcionaria de alto nivel del gobierno federal. Sí, es buena doctora. Sí, la visita mucha gente. A “la doctora de la Roma” vienen a verla de ahí cerca, de la misma colonia; de la Doctores, de la Obrera, pero también desde Pachuca. En su sala de espera se acomodan ancianos, niños, hombres y mujeres jóvenes. Algunos la conocen de décadas, porque en su consultorio de la calle de Tabasco lleva 35 años de escuchar, de leer a sus pacientes, de aconsejar, de curar, de sonreír, de escuchar, porque de esa manera también se alivia el alma, y esa generosidad la convierte en una figura cercana, protectora, para todos los que acuden a su puerta.

Pero la historia de la doctora Gloria Troncoso no empieza ni se queda en su consultorio; su biografía de se servicio y de enseñanza. Esta médica, de 78 años, pertenece a la generación 1957-1962 de la UNAM, la primera que estudió en la CU. Hizo su internado en el Hospital Juárez, en una época en la que sanatorio aún conservaba en la morgue las viejas mesas de mármol; allí escuchó la historia, a medio camino de la leyenda urbana y el relato fantástico, del fantasma de La Planchada; eran años en los que todavía las generaciones de estudiantes de medicina eran, en su mayoría, varones.

Gloria Troncoso se fue a hacer su servicio social a Jaumade, Tamaulipas, se tituló en 1964 y luego pasó por el Centro Médico, donde inició su formación como endocrinóloga.  Pero la vida la llamó por otra ruta: “me casé, tuve a mis hijos; ya no acabé la especialización. Pero mi maestro me enviaba a  atender casos en pediatría y ginecología, y eso me permitió, después, atender a niños y a mujeres embarazadas”. Trabajó dos años en el IMSS, pero lo dejó, porque “allí no te dejan platicar; tienen mucha gente; no se puede platicar”. Y es que la doctora Troncoso proviene de esa tradición médica donde el leer al paciente, escucharlo, indagar en su alma, constituyen prácticas esenciales de la práctica profesional.

A Gloria Troncoso aún le tocó atender partos: “las mujeres tenían a sus hijos en sus casas, y yo iba a atenderlas”. Por años tuvo su consultorio “con los doctores”, en la Clínica La Prensa. Hace 35 años, con su esposo Alfonso, pudo comprar su casa. “Mis hijos querían una en Satélite, pero un día vine a la casa de aquí enfrente –una antigua mansión, hoy convertida en un mal gastronómico– y me dijeron que esta casa se vendía. Inmediatamente vine, y pudimos comprarla”.

En alguna época, la doctora Troncoso hizo visita domiciliaria; así conoció a dos señoritas de las de antes, damas muy mayores, que aún llevaban el apellido Lamm y vivían en la conocida casona de Orizaba y Álvaro Obregón: “me pagaban con moneditas de oro; tenían más servidumbre que integrantes  de la familia”.  Le tocó ver cómo la Roma se convertía, de coto de familias ricas, a la zona revitalizada y “de moda” que es hoy. Aún vio cómo esos clanes aristocráticos iban a misa a la parroquia jesuita de la Sagrada Familia. Los otros, el pueblo, iban a la diminuta parroquia de La Romita. Creyente, inscribió a sus hijos en la misma escuela romana que la había formado a ella. Inquieta, se involucró por años en la sociedad de padres de familia de la escuela, y pronto se volvió parte del cuerpo docente: daba clases de Anatomía, Fisiología e Higiene a las alumnas de preparatoria, y luego, de Biología a las de secundaria, y terminó por convertirse en directora técnica del bachillerato. Dejó de dar clase apenas hace tres años. Pero también fue médico escolar de una de las secundarias públicas de la zona, y claro que también le tocaba impartir educación sexual.

Así, se fue configurando la presencia y la fama de “la doctora de la Roma”, Día hubo en que pretendió ir al mercado, el cercano Juárez, y ni el carnicero, ni el vendedor de pollo, ni el verdulero, ni el del puesto de frutas, le permitieron pagar; quería un pollo y acabó llevando dos. Nadie quería cobrarle a la doctora; todos eran sus pacientes.

Fue testigo del dolor que llenó a la colonia Roma cuando los terremotos de 1985. “No podía dar consulta; nos quedamos sin luz; casi sin agua, todo estaba acordonado. Se fue a la calle de Orizaba, a la actual sede del Renacimiento, donde junto con las monjas, hacía y distribuía tortas y agua para todo que lo necesitara.

Fama es que la doctora Troncoso le cobra poco a sus pacientes. “Ellos dicen: nos cobra muy barato, pero nos manda medicinas caras”. No acaban de gustarle los medicamentos genéricos, y cuando advierte la inquietud, la necesidad de algunos pacientes, no es raro que salgan con diagnóstico y con la medicina. “Me traen muchas cosas”. De esos cientos de medicamentos, Gloria Troncoso se asegura de que, quien realmente los necesite, no padezca por no poder tener acceso a ellos. A otros, cuando es necesario moverse hacia la atención especializada, ofrece datos, recomienda médicos, orienta y tranquiliza.

Nadie se va del consultorio de la doctora de la Roma sin una recomendación, sin algún gesto de apoyo: Hábil lectora de la condición humana, se da cuenta de detalles, de pequeños asuntos que repercuten en la salud. Hasta el fotógrafo de Crónica sale de allí con algunos consejos. Llamarla por teléfono y escuchar el mensaje de su grabadora, es un regocijo: cambia según el mes; recuerda las campañas de vacunación y la necesidad de una buena alimentación. Está bien de salud; las rodillas le dan un poco de lata, pero fuera de eso, está bien, se siente bien. Sale a caminar todos los días, y en su paseo menudean los “Hola, Doctora”.

Sabe que sus pacientes cambian; ahora tiene muchos que son ya muy mayores. Se fue a hacer un diplomado en Geriatría, para atenderlos mejor. Ahora hace un curso sobre vacunas: “¡Y está bien bueno!”. Pone cara de asombro cuando se le cuenta que hay quienes ahora traen la ventolera de no vacunar niños. Y es que ha visto tanto en sus años de médica. No todo ha sido bonito. Ha atendido casos tremendos, como el último parto que asistió, de una mujer  corroída por la sífilis. Pero ninguno de los retos que la vida le ha planteado ha aminorado su vocación de servicio. Eso, el valor, lo que la alienta, lo resume en pocas palabras: “Hay que servir para ti y para los demás; si solo sirves para ti, no vale.”

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