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La emoción de la primera publicación, un texto de Gerardo Gamba

La emoción de la primera publicación, un texto de Gerardo Gamba

La emoción de la primera publicación, un texto de Gerardo Gamba

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

La primera publicación como primer autor es una experiencia inolvidable para quienes tienen interés en seguir una carrera en la investigación. Antes era un momento que vivíamos casi en solitario, compartido apenas con algunas gentes alrededor, la mayoría de las cuales probablemente no entendían la trascendencia del asunto. Veo con gusto que hoy en día los alumnos que publican su primer artículo o cualquier logro de este tipo tienen la oportunidad de compartirlo en redes sociales como el Tweeter o Facebook, con una red de investigadores y estudiantes que entienden lo importante de esto, a través de los cuales reciben felicitaciones y buenos cometarios de gentes que ni siquiera conocen. Yo mismo he felicitado a estudiantes de laboratorios alrededor del mundo cuando publican orgullosos en Tweeter su primer artículo.

Hace unos días, mi buen amigo Eduardo Ríos, que fuera mi alumno de doctorado, publicó en Tweeter con mucho gusto su primera publicación como autor correspondiente. Debido a su tesis doctoral, ya había publicado antes como primer autor, pero en este caso es el primer autor y el autor correspondiente. Se trata de un estudio sobre los cambios dinámicos que ocurren en la vena porta durante la descongestión en pacientes con insuficiencia cardíaca y síndrome cardio-renal (Cardio renal medicine DOI: 10.1159/000511714). En menos de un mes ha recibido más de 500 felicitaciones. Que bueno es poder compartir con gente alrededor del mundo un logro de esta naturaleza.

Estos eventos me han traído el recuerdo de cuando yo pasé por ahí y la reflexión de lo importante que puede ser entrar al mundo de la ciencia con una buena publicación de primer autor. En mi caso podría decir que tuve esa sensación de orgullo y felicidad en dos ocasiones, la primera, a nivel local/nacional y la segunda al nivel de las grandes ligas internacionales.

Cuando fui residente de medicina interna me empecé a adentrar en el mundo de la investigación clínica y entusiasmé a un grupo de grandes amigos residentes a colaborar conmigo en un estudio en el que determináramos el espectro del problema de la toxicidad renal de un antibiótico llamado amikacina, que en ese entonces se utilizaba con mucha frecuencia en el Instituto. Nos dimos a la tarea de hacer un estudio prospectivo en que todo paciente internado en el Instituto que recibiera amikacina lo seguíamos a lo largo de los días de tratamiento (usualmente al menos diez) para determinar si hacía algún tipo de daño renal. En un período de cinco meses seguimos a 249 enfermos y determinamos que la incidencia de daño renal por el fármaco era del 10%, aunque la mayoría de los casos solo detectados por elevación de la creatinina sérica, sin ninguna consecuencia clínica. Solo un paciente desarrolló un episodio grave (0.4 %). Lo más interesante del estudio es que nos dimos cuenta de que los pacientes que tenían la albúmina baja eran los más propensos a desarrollar esta complicación. En nuestra inocencia nos pareció que el dato era muy importante y hasta nos dimos a la tarea de escribirlo en inglés, aunque teníamos claro que lo publicaríamos en la Revista de Investigación Clínica (40:135-140,1988), que durante muchos años fue la revista en donde todo residente ansiaba publicar resultados de sus estudios de investigación clínica. El artículo por supuesto no tuvo ningún eco internacional, ni citas, pero la enseñanza que nos dejó el proceso fue enorme y me posicionó en la comunidad del Instituto como un residente al que le interesaba en serio la investigación. Todavía recuerdo el momento de hojear ese número de la revista cuando salió publicado.

La segunda ocasión fue con uno de los proyectos que realicé durante el posdoctorado en Boston. En esta ocasión la emoción y el orgullo fue multiplicado por mil. Mi mentor Steve Hebert y yo habíamos trabajado durante más de un año en un proyecto para identificar el DNA que codifica para el cotransportador de NaCl del riñón, que es el receptor de los diuréticos de tipo tiazida, que representan el tratamiento farmacológico de primera línea para la hipertensión arterial y por tanto, son de los fármacos más vendidos en el mundo. El proyecto era complejo y riesgoso, ya que esto fue mucho antes de que se hiciera el proyecto del genoma humano (circa 1990) y la única opción era utilizar un ensayo de expresión funcional para guiarnos con la función del transportador y así identificar el DNA que codificara para el mismo. Sabíamos que sería un resultado de gran envergadura porque contar con la secuencia del gen que codifica para este transportador abriría enormes posibilidades para el campo. Y así fue. El artículo fue publicado en el Proceedings of the National Academy of Science (90: 2749-2753, 1993) y me permitió hacer una entrada espectacular a nivel internacional en el mundo de la fisiología renal. A la fecha tiene cientos de citas y lo mejor, es que en el colectivo de este campo es reconocido como un parteaguas en nuestro entendimiento de la fisiología renal del transporte de sal. Todavía recuerdo la emoción de ver mi nombre como primer autor en un artículo de tal trascendencia.

Considero que, en el mundo de la ciencia, como en otras disciplinas, una buena entrada puede significar mucho. En la música una analogía podrían ser los tres acordes con los que inicia poderosamente la tercera sinfonía de Beethoven que, a mi parecer, son los que abrieron para el maestro el terreno de las grandes ligas. Es una entrada fenomenal y hoy en día, una encuesta de la BBC de Londres entre 151 directores de orquesta identifica a la “Heroica” como la mejor sinfonía de todos los tiempos. Algo parecido sucede en la ciencia. Iniciar la carrera con una aportación original importante puede ser un trampolín para el estudiante que se presenta como primer autor.