Opinión

La espera y la esperanza: antídotos contra el desánimo

La espera y la esperanza: antídotos contra el desánimo

La espera y la esperanza: antídotos contra el desánimo

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Hay que andar por el camino

posando apenas los pies;

hay que ir por este mundo

como quien no va por él.

La alforja ha de ser ligera,

firme el báculo ha de ser,

y más firme la esperanza

y más firme aún la fe.

Amado Nervo

La pandemia ocasionada por el coronavirus ha permitido a las autoridades sanitarias, civiles y militares colocar a la humanidad entera en un estado de excepción, cuya consecuencia inmediata es el aislamiento o la “prisión domiciliaria”.

El propósito de esta y otras medidas pareciera justificada para evitar la cadena de contagios que suele aumentar de manera exponencial en los lugares concurridos como son los medios de transporte, las áreas de comercio, los eventos masivos y los centros de trabajo.

Sin embargo, estas acciones han obligado a millones de hombres y mujeres a permanecer, de tiempo completo, en un espacio desconocido, al cual solo acudían a dormir, por el desempeño de sus jornadas laborales.

La caverna, la choza o la casa han sido, desde tiempos ancestrales un lugar de refugio contra los depredadores, los elementos de la naturaleza y, en general, los misterios de la noche. La casa aporta seguridad, protección y refuerza los núcleos familiares, gracias a los vínculos de solidaridad, protección y mutua convivencia.

Pero a pesar de estas bondades, muchas personas en el mundo han experimentado patologías depresivas que han suscitado actos de violencia al interior de los hogares, e incluso se dice que en Wuhan, después de pasar juntas interminables horas por la cuarentena, muchas parejas, acaso por exceso de intimidad, solicitaron el divorcio.

El problema que nos plantea la reclusión domiciliaria se relaciona con la vivencia temporal y espacial en el presente de la crisis sanitaria. En lo particular, nos pesa el tiempo y no sabemos esperar e ignoramos la esperanza porque en nuestro imaginario se mezclan las ideas, la información y las emociones, sin una vía de escape al futuro, y dibujamos con nuestro andar en la jaula, como el tigre de Ramón López Velarde, el signo del infinito.

Esperar es un arte, y la esperanza es una virtud de los sentidos. Ambos términos no significan permanecer en una actitud pasiva, sino estar animados y mantener el entusiasmo, la fe, el amor para remontar las calamidades del tiempo presente y avanzar a una etapa futura.

La esperanza significa extenderse y prosperar; caminar y tomar la espada, es una especie de acción que se delinea con la razón y las emociones; que implica el movimiento, la expectativa, la apertura de nuestro ser a lo que habrá de venir.

Correspondió al apóstol san Pablo infundir el ímpetu de la esperanza a los viejos cristianos que se hallaban en desánimo por no haber visto cumplidas las profecías, y con la triple fortaleza del espíritu hebreo, griego y romano, que él había asimilado, instauró un concepto que se volvió una práctica religiosa, y que aún en los tiempos de fuerte secularización y ateísmo tiene un gran significado.

En la Edad Media, Tomás de Aquino sintetiza las tres virtudes teologales en fe, esperanza y caridad; de donde se deriva que la fe es el conjunto de creencias; la esperanza, la apertura para que las cosas deseadas e imaginadas sucedan, y la caridad se convierte en amistad y amor al prójimo.

En el Renacimiento, la esperanza pierde su carácter sobrenatural, en virtud de que el hombre sólo puede esperar lo que racionalmente es posible, según las conjeturas de los filósofos Descartes y Pascal; en sentido semejante se habrán de expresar Kant y los filósofos franceses, como Voltaire y Condorcet, quienes luchan contra las supersticiones y abrazan la propaganda del progreso como la única vía para lograr la felicidad del ser humano; prédica a la que se habrán de unir Marx y Augusto Comte, para quienes el dominio de la naturaleza será esencial en el desarrollo del hombre.

El movimiento romántico tampoco le apostó a la esperanza, pues postuló desde un principio que el hombre es un pequeño dios, por lo tanto, más que esperar, recuerda, como pensaba Platón, su naturaleza divina; autores como Schlegel, Schelling, Hölderlin y Byron abrazan esta causa.

No obstante, el entusiasmo dura poco, y a mediados del siglo XIX, con la aparición de los poetas malditos franceses: Verlaine, Baudelaire y Rimbaud, se vuelve al desencanto y a la desesperanza, estado de ánimo que se agudizará con las dos guerras mundiales del siglo XX, que representan para occidente, la muerte de la razón griega y del progreso, como la máquina que provee la felicidad humana.

Pero la esperanza, más allá del ámbito religioso, sigue siendo estudiada por los filósofos y ha formado parte de la vivencia del ser humano. Para Sartre, por ejemplo, la esperanza es un escalón a la libertad, mientras que para el francés Gabriel Marcel, la esperanza es una prueba de la existencia humana, a través de ella el individuo se somete a un proceso creador donde se reconoce y también puede reconocer el entorno; porque la esperanza es un acto de comunión con los otros, en el que se ponen en juego las experiencias de todos para reafirmar su libertad, también la posibilidad de creer y de avanzar juntos, unidos en la fraternidad.

En este sentido, la reclusión, el distanciamiento del mundo a que nos somete la pandemia del coronavirus, tiene que ser enfrentada mediante una serie de principios, valores y creencias que nos han permitido aliviar las tensiones, combatir el desánimo y mejorar la convivencia entre nuestros semejantes.

De ahí la importancia de abandonar los sentimientos de la propia frustración para mostrar empatía por los enfermos y por quienes los asisten; por los que prestan toda clase de ayuda para superar esta crisis, incluidos los que trabajan sin descanso en la búsqueda de un antídoto, porque esperan remediar esta tragedia humana.

Según Pedro Laín Estralgo, la esperanza es un sentimiento universal y está arraigada en el corazón del hombre, y es, para nosotros, un antídoto contra el desánimo.

* Poeta y académicobenjamin_barajass@yahoo.com“La vacuna", una escena del mural La industria de Detroit, de Diego Rivera.