
Una de las vertientes de los movimientos anti-chinos de principios del siglo XX aseguraba que los migrantes eran promotores del consumo y comercio de opio. Esta afirmación llegó a convertirse en una “leyenda negra” en torno a esta comunidad, y lo cierto es que su origen es más bien económico, derivada de la competencia por los empleos en el México del porfiriato, la revolución y la posrevolución.
“Uno de los elementos que contribuyen a las migraciones chinas es, sin duda, las Guerras del Opio (1839-1842 y 1856-1860). Fue una migración profunda hacia las costas del Pacífico, en Estados Unidos y México”, detalla Ricardo Pérez Montfort historiador especialista en la historia del México contemporáneo e investigador adscrito al Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS). “En Estados Unidos también se dieron políticas antichinas muy intensas y entonces migraron hacia la frontera sur.
La presencia china ocasionó un desplazamiento de la mano de obra mexicana en esas ciudades fronterizas y la animadversión que causó se extendió hacia Torreón y la región de La Laguna. “En la época de Madero hubo una terrible persecución antichina, propiciada por esa competencia laboral y por la poca asimilación que tuvieron a la cultura mexicana. La persecución adquirió alcance de leyes. En los años 20, en Sonora, el hijo de Plutarco Elías Calles, fungiendo como gobernador, promovió una legislación antichina muy radical ”.
“Las políticas prohibicionistas del opio surgieron más o menos en la misma época de la persecución china. En Coahuila, entre 1911 y 1912, cuando Venustiano Carranza es gobernador del estado, hubo una proscripción del opio, en gran medida porque justificaba una especie de defensa de la “raza mexicana” que no se debe contaminar con los elementos que no están bien vistos por los mexicanos, es decir, los chinos. En 1915, una vez que Carranza asume la jefatura del constitucionalismo, la prohibición de la importación y comercio del opio adquiere alcance nacional. En 1916 aparece el primer decreto constitucionalista que prohíbe la importación, el consumo y la distribución de opio con fines no medicinales; es decir, se puede importar opio con fines medicinales pero tiene que estar regulado por el estado”. Pero los decretos prohibicionistas, en el contexto de las luchas revolucionarias difícilmente se aplicaron. Incluso, los gobernadores propiciaron, quebrantando las normas, el consumo del opio. “Hay gobernadores que asumen el opio como negocio propio; se asocian con distribuidores y algunos productores. Se fomenta el consumo porque deja muy buenas ganancias”.
“Esto es muy importante”, subraya Pérez Montfort. “Hay que decirlo: el consumo y la venta del opio no eran exclusivos de la comunidad china. Las políticas prohibicionistas de Estados Unidos respecto al opio, mientras que en México se toleraba, son factores que empujaron a muchos turistas y visitantes norteamericanos a cruzar la frontera para consumir opio. Ciertamente, hubo chinos que preparan y ofrecen el opio, pero también había norteamericanos y mexicanos haciendo lo mismo”.
El opio era, a finales del siglo XIX, una especie de moda de las élites aristocráticas: “No está prohibido; aparecen fumaderos y entre los consumidores hay chinos, pero también hay miembros muy importantes de las élites económicas de México: intelectuales, artistas, médicos, abogados, que toman el consumo de opio como un pasatiempo”. La importación de morfina y heroína estaba permitida y se hacía por casas farmacéuticas francesas y alemanas sin cortapisa alguna.
¿Influyó el tema del opio en la persecución contra los inmigrantes chinos? Pérez Montfort señala la ruta por la que se construyeron las raíces de esa hostilidad: “hasta que se comenzaron a instrumentar el prohibicionismo y la intolerancia hacia el comercio y el consumo del opio, surgió un factor de persecución judicial que termina por volverse un sentimiento social. Se empieza a crear en la sociedad mexicana una conciencia, a partir de información falsa y tendenciosa, me parece, según la cual las drogas son malignas. Influye lo que ocurre en Estados Unidos en cuanto a prohibiciones: en México, el alcohol no se prohíbe, las drogas sí. La corriente antichina está ligada a los principios básicos de la xenofobia, del ver al extranjero como indeseable y como una amenaza a la que hay que resistir. En el caso chino, las diferencias físicas y culturales con respecto de los mexicanos generan dinámicas muy agresivas, no sólo porque sean “amarillos” o porque fumen opio. Implica la red de relaciones económicas, la competencia por ganar los espacios específicos que antes estaban monopolizados por los mexicanos o por los norteamericanos”.
Pérez Montfort piensa que, si bien los movimientos antichinos desaparecieron hace mucho, los problemas de racismo que aún padece el México del siglo XXI han propiciado que en algunas partes del país esos sentimientos permanezcan. (BH)
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