Escenario

La forma del agua: Un poema sobre el amor, la monstruosidad y la fantasía

La forma del agua
La forma del agua La forma del agua (La Crónica de Hoy)

La forma del agua es una obra maestra. Más que una gran película es una experiencia. Más que una carta de amor al cine es un poema con el séptimo arte, como una musa que inspira una bella historia de fantasía, en la que la monstruosidad más que provocar temor se vuelve una hermosa paradoja sobre el estado más puro del amor. Con esta película, el cineasta Guillermo del Toro merece todos los elogios que ha recibido, pues ha hecho el mejor trabajo de su carrera y le valió el León de Oro de La Mostra de Venecia.

Se trata de una cinta que no tiene una debilidad. Nos lleva al año de 1962 en Estados Unidos, momento crucial en la historia porque en plena Guerra Fría con Rusia se hablaba de lograr cosas que antes solo se habían soñado, como llegar a la Luna. En un laboratorio de este país es que Del Toro nos sumerge en una de las historias de amor más encantadoras, bellas y sensibles del cine, con la ternura brillando en escenarios hostiles y el agua como un elemento provocador.

La idea de la bella y la bestia cobra un sentido más sensible en la historia de Elisa (Sally Hawkins), una mujer que no es princesa sino una conserje muda que comienza a tener una extraña conexión con una criatura marina que fue traída desde el Amazonas por Strickland (Michael Shannon), quien dirige el laboratorio. Él lo llama un monstruo, pero ese hombre anfibio es para Elisa la prueba más contundente del significado del amor.

La poesía del filme comienza con el nombre, que hace del agua una alegoría poética que tiene sentido en todo momento. Desde la secuencia inicial nos sumerge en la historia y su representación a través de la fantasía. Ahí Del Toro ya nos ha comenzado a fascinar con su propuesta visual de tonos verdes y azules que danzan con la iluminación de una forma sublime.

La película se vuelve en una experiencia sensorial importante porque seduce casi todos los sentidos, la música de Alexandre Desplat embelesa y hay escenas que incluso llevan al espectador a salivar de exquisitez ante la espectacular muestra visual y pinceladas artísticas que rodean a la historia de amor que sin duda es lo más importante de la cinta.

Del Toro nos muestra que el amor más profundo viene no de lo que queremos de alguien sino de cómo aceptamos al otro con todo lo que es, ya sea una persona o una criatura. Nos muestra que el amor no está en las palabras, pues en la idea de la mujer muda reflexiona de una forma poderosa sobre el fracaso de la idea del amor romántico que se ha dado con los años, pues demuestra que no se necesitan las palabras para poder hacer sentir amor al otro. Es una película que no es romántica sino amorosa, es inocente y genuina pero sensual y provocadora.

La película es demasiado compleja en todos los aspectos. No decepciona en ningún rubro, el elenco luce perfectamente, los personajes que interpretan tienen su propia historia y se adhieren a la historia de una forma natural; tiene una gran cantidad de referencias del cine que ha inspirado al cineasta y su esencia de fantasía de sus trabajos anteriores; juega con los géneros y se desafía a sí misma; la concepción del amor en el filme tiene una gran cantidad de lecturas y además profundiza en otras sobre la monstruosidad que no está en lo que se ve sino en lo que se tiene por dentro.

La forma del agua es el desahogo de Del Toro. Ahí está su alma, y el espectador la puede sentir en la historia de amor. Simplemente es una película vital.

Ganadora de la Palma de Oro de Cannes. Su realizador ya había cautivado a nivel internacional con su trabajo anterior llamado Fuerza mayor, en la que mostró de forma áspera y perturbadora el pesimismo moral en una situación al límite. En su nuevo filme profundiza de una forma más exquisita esa parte de la corrección política en la historia de Christian, el mánager de un museo de arte contemporáneo, quien se encarga de una exhibición titulada The Square en la que hay una instalación que fomenta valores humanos y altruistas. Cuando contrata a una agencia de relaciones públicas para difundir el evento, la publicidad produce malestar en el público. El realizador hace una sátira sobre los valores de la humanidad y pone a sus personajes en situaciones peculiares que tienen un dejo de humor y al mismo tiempo se convierten en un espectáculo incomodo, que curiosamente deja una buena sensación. Es una película visceral e ingeniosa.

Ganadora del Oso de Oro de la Berlinale de este año. Toda una revelación a nivel mundial para esta directora que no había tenido los reflectores. Se trata de una historia que también tiene al amor como su alma, aunque mostrada de una manera muy original. Es un filme con una premisa totalmente improbable y extravagante pero contada de una forma bella, realista e inquietante. María comienza a trabajar como supervisora en un matadero de Budapest. Su mundo se compone de cifras y datos impresos en su memoria desde la primera infancia. Endre, su jefe, es un tipo tranquilo. Ambos empezarán a conocerse lentamente de una forma especial pues a todos nos toma por sorpresa tanto como a ellos que son personas que comparten los mismos sueños. Con cautela, tratarán de convertir esos sueños en realidad. Una historia con una mirada poética que al final también se convierte en una sátira sobre la fantasía del amor verdadero.

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