Cultura

La gramática del tiempo, de Leonardo da Jandra

La gramática del tiempo, de Leonardo da Jandra

La gramática del tiempo, de Leonardo da Jandra

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Primera parte

Modos de existencia de las  determinaciones espaciotemporales de la subjetividad

I. Presentaneidad

El poder

Todo proceso de transición es ambiguo y desconcertante; se rompe con la seguridad de lo abandonado, sin arribar todavía a la consumación del deseo. Este ser y no ser al mismo tiempo, hace que la conciencia de tránsito se vuelva especialmente sensible a influencias externas que buscan aprovechar la incertidumbre propia del estado de desarraigo. El Huatulco que conocí a finales de los setenta vivía los momentos previos a la imposición uniformadora de la modernidad. La influencia tutelar de los caciques comenzaba a decrecer, al mismo tiempo que empezaba a manifestarse ya la impronta corruptora del estado de derecho. A pesar de la aureola de progreso y prosperidad con que se quería prestigiar el nuevo aparato legalista que venía a arbitrar los conflictos de la comunidad, ningún huatulqueño dudaba en preferir el estado de naturaleza al estado pleno de derecho; y es que, a diferencia del cacique que era querido y temido al mismo tiempo como un padre, el aparato corruptor y represivo del nuevo estado de derecho les inspiraba total desconfianza. Cuando el huatulqueño entendió que no existía la justicia en, por y para sí, sino decisiones justas e injustas, ya era demasiado tarde para regresar a la violencia del estado natural: los que tomaban las decisiones se habían adueñado del destino de Huatulco.

La toma de decisiones es una de las prerrogativas del poder, a tal grado que podría decirse que la historia de la humanidad es una lucha constante por el control de las decisiones. En el Huatulco premoderno comer mucho, con el consiguiente efecto en la masa corporal, era un claro símbolo de poder. Apegados a la costumbre de comer hasta el hartazgo cuando hay, los huatulqueños identificaban de modo natural poder con masa corporal, de manera que un individuo enjuto y corto de estatura tendría que hacer alarde de singular violencia para ser considerado detentador de poder. Compadrazgos y parentelas, conjuntamente con la posesión territorial, constituían la dinámica dadora de poder en una sociedad donde la amenaza ameritaba la muerte, y el sobajamiento (forma genuinamente costeña de la humillación) ponía de manifiesto la impronta implacable de la pura animalidad.

Nada caracteriza tanto a la naturaleza bronca y altiva del huatulqueño como la acción de sobajar. Para encontrar un símil de esta actitud que alcanza el más alto grado de refinamiento patológico en el animal político, tendríamos que dar un brusco salto regresivo y situarnos en la edad heroica. En el concepto de aidos, propio de la épica homérica, hallamos algunos de los distintivos del sobajamiento huatulqueño: vergüenza, respeto y temor. Pero este sentimiento, que iba desde la sumisión debida a los grandes hombres (políticos, sabios, guerreros) hasta la compasión y el perdón para los caídos en desgracia, dista de precisar la intención tanatofílica con que el huatulqueño sojuzga para sentirse poderoso. Tal vez el hilm árabe, en su connotación de bravata y humillación pero sin la sutileza política que le dieron los omeyas, se acerque más estrechamente a la dinámica nadificante que lleva implícita el sobajamiento huatulqueño. Entre el sobajado y el sobajante hay la misma relación que entre un perro y el amo que lo golpea. Si el sobajado no acepta el sobajamiento no tiene más opción que enfrentar la muerte: o mata al sobajador o es muerto por él. Fue a partir de la manifestación extrema que esta forma propia de la agresividad animal adquiría en Huatulco, que vislumbré la compleja estructuración patológica del poder.

La característica determinante de toda dinámica de poder reside en la acción de decidir sobre la vida y la muerte. Eros y Tanatos son las dos caras del poder: negar sometimiento al poder es arrostrar la muerte; acceder al poder es potenciar la vida. En El banquete platónico se hace alusión sutil a la pulsión erotofílica que está en la raíz de todo acto de poder. Allí, lejos de ser una deidad omnipotente, Eros es considerado como una fuerza perpetuamente insatisfecha e inquieta. Cabría derivar de esta acepción lúcida la venturosa relación que Canetti hizo entre fuerza (acción ejercida en un espaciotiempo corto) y poder (acción ejercida en un continuo espacitemporal duradero): “Una fuerza duradera y consistente se convierte en poder”.

Si aceptamos la duración como pauta de poder, es obvio que el límite del deseo de poder es la muerte. Eludir la muerte, eternizarse como fuerza, es una pulsión inseparable de los detentadores de poder. Pero esta pretensión de inmortalidad del poderoso, profundamente matizada de erotofilia, conforma una totalidad con su contraparte tanatofílica: el desear la muerte a los demás para que la determinación del mando no sea compartida. Mandar sin obedecer, mandar y obedecer, y obedecer sin mandar aparecen en este contexto como las formas posibles de la relación dominante-dominado. Mandar sin obedecer diviniza al dominante y lo aleja ilusoriamente de las fobias presentaneas; obedecer sin mandar masifica al dominado y lo somete al yugo anonadante del temor. Nada más concluyente al respecto que el hecho de que en la concepción patriarcalista hobbesiana se remonte el origen natural del Estado al miedo colectivo y la necesidad de dominarlo.

La relación primaria Estado-temor, pone de manifiesto la naturaleza tanatofílica del aparato legalista. Esta condición represiva y restringente del Estado tiene su validación en el hecho de que si bien atemoriza (patriarcado-autoritarismo), también protege (matriarcado-democracia). Sólo así puede entenderse la agresiva sentencia del Leviatán de que toda forma de sociedad que no vive bajo la protección de un Estado temible, tiende a degenerar en guerra civil. Si en lugar de la Europa beligerante y expansionista en que fue concebida, extrapolamos la frase al Huatulco premoderno, enseguida constatamos su falsedad: en un medio donde naturaleza y hombre están en permanente relación inversa (menos hombres más naturaleza) la protección del Estado es innecesaria, y por tanto lo es también su función atemorizadora y represiva.

El paso del temor ante el poder invisible (religión) al temor ante el poder humano (Estado) no cambia en lo esencial el carácter cuantificador del fenómeno. Las hordas que huyen despavoridas por las praderas incendiadas, y las masas que estallan de pronto en las grandes concentraciones urbanas denotan una carencia de poder personal. Sólo la magia (y su derivado, el arte), como poder natural, hace que el individuo se potencie al margen de la marea masiva. La tecnologización del mundo ha venido a separar definitivamente al poder de su origen sacro, restringiendo su manifestación al ámbito profano de una cientificidad que se vanagloria de su tanatofilia. La preponderancia del poder profano (político, económico y militar) sobre el poder sagrado (mágico y religioso), parece darle validez a los voceros de la desilusión y la nostalgia, que exigen la abolición del Estado atemorizante-protector y la consiguiente revitalización de la sociedad sacrificial.