
“El conocimiento siempre es un peligro. El mito de Prometeo, del robo del fuego a los dioses para alimentar el conocimiento humano, refleja los temores que tienen todos los que están en el poder, de lo que podemos hacer en nuestras mentes secretamente”, señala en entrevista el escritor argentino Alberto Manguel (Buenos Aires, 1948), Premio Alfonso Reyes 2017 y Premio Formentor de las Letras 2017, quien hoy presentará su ensayo Mientras embalo mi biblioteca. Una elegía y diez digresiones en el marco de la edición 31 de Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
Hacer preguntas que constituyan un peligro para los que están en el poder que se toman la prerrogativa de la autoridad sin tenerla, es la razón por la cual Manguel considera que la lectura es una amenaza.
“Lo que hace un lector es aprender a hacer preguntas, lo que hace la literatura es enseñar a reflexionar, es por eso que ningún gobierno alienta la lectura. Los problemas de lectura son una decoración, hacer aparecer a Maradona con un libro diciendo ‘yo leo’, eso no se lo cree nadie, no tiene ningún efecto. La verdadera campaña de lectura sería la de crear docentes apasionados por la lectura, que sin ninguna orden superior comuniquen esa pasión a los jóvenes. Pero resulta muy peligroso para un gobierno y nadie lo hace”, comenta.
En su reciente ensayo, el escritor narra cómo antes de viajar a Europa, en 1969 abandonó sus libros en Argentina, en cambio los lectores que se quedaron trataban de quemar los libros en la taza de los inodoros por temor a ser señalados sospechosos y castigados. No obstante en este libro, Manguel habla de cuando los libros son guardados en cajas.
“Cuando monté por primera vez mi biblioteca completa en el año 2000, en un presbiterio antiguo que había encontrado en Francia, pensé que ése era el lugar definitivo de mis libros y que en donde estaban mis libros, estaría yo, y que ahí moriría feliz entre todos esos volúmenes. Los lectores decidimos ciertas cosas y el azar nos indica otras. Cuando tuve que vender la casa en Francia, embalamos la biblioteca, nos mudamos a Nueva York y al poco de estar ahí me llegó el ofrecimiento de convertirme en el director de la Biblioteca Nacional de Argentina”, recuerda.
El autor de La ciudad de las palabras escribe que su historia cambia de biblioteca en biblioteca, ¿en qué punto está hoy su historia?, se le pregunta.
“Ahora me encuentro con mi biblioteca mayor en cajas en Canadá, con el puesto de bibliotecario director de la Biblioteca Nacional de Argentina y acumulando dos bibliotecas nuevas: una en Buenos Aires y otra en Nueva York porque yo no puedo estar sin libros”, responde y se compara con el personaje Pig-pen de la serie Peanuts.
“Él es un chico que siempre está sucio, la suciedad se le viene encima entonces la madre lo lava, lo saca limpio y está parado ahí pero la suciedad le llega. A mí me pasa lo mismo con los libros, me quedo parado, no compro nada, no miro un libro y los libros llegan y llegaron a mi departamento a Buenos Aires, a Nueva York y están aumentando los libros en cajas que están en Canadá”.
Sobre cómo afronta la idea de tener libros en embalaje, Manguel señala que es un entierro. “Hay algo de acallarlos, enceguecerlos, enmudecerlos y por lo tanto hay algo muy terrible en esa acción de guardarlos en cajas; sin embargo, mis libros siguen vivos. Es un entierro prematuro”.
A pesar de ser enmudecidos, añade, le gritan en la noche, “los escucho y he comprobado que los últimos cuatro años sigo trabajando con los textos que recuerdo. Cada uno de nosotros formamos una biblioteca mental que es muy distinta de la física porque nuestra memoria colecciona ciertos volúmenes, ciertas páginas, nunca un volumen entero. Son nuestras bibliotecas mentales una suerte de antología personal que va cambiando de día en día”.
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