
Dentro de Palacio Nacional, transcurría el informe de gobierno más insípido en la historia de la 4T. Lo reflejaba el semblante casi inexpresivo del presidente Andrés Manuel López Obrador, acostumbrado a vivas, tumultos y adoraciones, pero quien esta vez debió arrancar su discurso sin ovaciones.
El acto retrató los sinsabores de la administración federal. También, el devastado pulso nacional tras la crisis económica y sanitaria.
Cuánto cambió el sentir desde aquel primer informe constitucional de septiembre de 2019, cuando se dedicaron tres largos aplausos al mandatario antes de tomar el micrófono. Aquel día respondió con sonrisas a las aclamaciones y posó más de un minuto para las cámaras mientras mostraba el informe encuadernado, listo ya para su posterior entrega en la Cámara de Diputados. Se dio tiempo hasta para la broma: con el abultado escrito entre brazos, susurró: “¡No lo voy a leer todo, eh!”, y la frase aceleró el festejo de los asistentes, entre ellos Arturo Zaldívar Lelo de Larrea, presidente de la Suprema Corte de Justicia.
Ayer, el representante del poder judicial y el Fiscal General Alejandro Gertz Manero prefirieron ausentarse, lo cual fue suavizado por el Ejecutivo como una muestra de autonomía:
“Miren cómo han cambiado las cosas. Invité al fiscal General de la República y al presidente de la Suprema Corte y no pudieron asistir. En otros tiempos eso no pasaba, porque ellos tienen ahora la arrogancia de sentirse libres. Este es el cambio”.
Hace un año retumbaron las matracas en las avenidas aledañas al Zócalo, transformado en un espacio de verbena y delirio, con los ya conocidos sentimientos discordantes —de amor y de odio— en torno a la figura de López Obrador. En el patio central de Palacio hubo más de 500 invitados, en contraste con las 60 sillas colocadas en esta ocasión. La duración estuvo en sintonía con el entorno desangelado: 45 minutos y 13 segundos, a diferencia de aquel de 2019, cuando se extendió una hora con 35 minutos. De hecho, el de este 1 de septiembre fue el informe más corto de este gobierno, si se consideran los rendidos hasta ahora: dos contemplados en la Constitución y cinco más ofrecidos en honor al pueblo; sólo comparado en brevedad con el del pasado 1 de julio, en la celebración del segundo año del triunfo electoral, el cual también rondó los 45 minutos.
En 2019 el presidente fue repetitivo en exclamaciones venturosas como: “Estoy feliz, feliz, feliz” o “Es una dicha enorme vivir en estos tiempos”. Para 2020 las cambió por frases forzadas a justificar sus acciones en el poder: “Son hechos, no palabras”, “No es para presumir, pero en el peor momento contamos con el mejor gobierno”. Y en medio del recuento de logros reprochó las ofensivas contra su persona: “Desde Francisco I. Madero nunca un presidente había sido tan atacado como ahora”.
Aunque las calles no se revolucionaron como otras veces, sí hubo escenas acordes con el colapso anímico provocado por la pandemia, el desempleo y la contención económica: hasta el interior de Palacio, como un zumbido incómodo, llegaron los gritos bélicos de un grupo de antorchistas de la Ciudad de México cuyas demandas eran las de siempre: agua, terrenos, vivienda digna.
“Si no hay respuesta, acompañaremos a Claudia Sheinbaum a su próximo informe, para recordarle que la ciudad no se gobierna con rollos. Exigimos solución, si la hubiera no habría marchas ni plantones”, se amenazaba desde los altavoces, y la arenga salpicaba cada palabra presidencial.
Entre quienes se aventuraron a circular por la zona de vallas y policías, camino al trabajo, a una cita o a una compra de ocasión, se percibió la eterna discrepancia de ideas: del “es un honor estar con Obrador” al “es un horror estar con Obrador”.
Unos, lo llamaban General e imaginaban ya dos horizontes: el juicio contra los expresidentes y la relección. “Porque es el presidente más humanista y más cercano a los pobres en la historia de México”.
Otros, lo nombraban garnachero, aludían las tranzas del hermano Pío y resumían así lo vivido desde diciembre de 2018: “¿Dónde están los ahorros que tanto presume? Nos tiene bien jodidos a todos”.
No hubo tampoco el fervor de otros días entre los fieles, acaso un trío de adelitas con una pancarta rebosante en corazones y murmullos de amor.
Era, sí, el informe más desabrido en la era lopezobradorista y ese desazón se advertía en el andar esquivo de asistentes y compañeros de gabinete.
Sólo Irma Eréndira Sandoval y Sheinbaum intentaban sacudirse la estela de contrariedad: “Estamos muy contentos por el segundo informe, acompañando al presidente, cerrando filas en el combate a la impunidad, y lo mejor es que la mayor parte del pueblo nos apoya contra la corrupción”, decía la secretaría de la Función Pública, mientras que la Jefa de Gobierno elogiaba la congruencia del tabasqueño: “Ha sido consecuente con lo que planteó durante muchos años”.
Pero los empresarios iban y venían con sus evaluaciones sombrías… “Es necesario reactivar ya la economía, los principales motores son el consumo y la inversión fija bruta, que lleva 18 meses en caída”, decía Luis Niño de Rivera, presidente de la Asociación de Bancos de México.
—Dice el presidente que ya vamos saliendo— se le comentaba a Francisco Cervantes, de Concamín.
—Traemos diferente información…
Bosco de la Vega, del Consejo Nacional Agropecuario fue tal vez el más envalentonado: “Celebramos que el gobierno esté atacando la pobreza, pero no puede dejar de lado la agricultura comercial. No estamos juntos en la mesa con el gobierno, cada empresario está trabajando por su cuenta”.
López Obrador mantuvo de principio a fin el rostro de piedra. No lo ablandó ni al evocar el respaldo popular: “Hay oposición al gobierno, como debe de existir en toda auténtica democracia, pero la mayoría de los habitantes de México aprueban nuestra gestión”.
Parecía despedirse con la ovación en ceros, pero al final, más por protocolo, los invitados le concedieron el aplauso anhelado. Él respondió colocando una mano en el pecho, en señal de agradecimiento, tomó la mano de su esposa y se perdió por los pasadizos del recinto apagado...
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